Se dice de los bancos (léase entidades financieras) que son instituciones sistémicas. Esto es, su supervivencia, o, incluso sin necesidad de llegar a términos tan dramáticos, su correcto funcionamiento, resulta de vital importancia para la buena salud de nuestro "sistema financiero" (término que, atendiendo a mi capacidad de entendimiento, tengo que poner entre comillas como si al escribirlo estuviera introduciendo una palabra francesa en mitad de un texto escrito en castellano). Yo, como buen ciudadano poseedor de un alto nivel de consciencia de lo que significan conceptos como "bien común", "progreso colectivo", y otras pseudo-entelequias diversas, me creo a pies juntillas lo de que los bancos son elementos sistémicos, y quiero, como dicen los cantantes de rancheras, que les vaya bonito.
Ahora bien, si pensamos en cualquier colectividad, sea del tamaño que sea, comunidad de vecinos, municipio o el propio Estado, parece razonable pensar que aquellos elementos esenciales que facilitan el cumplimiento de sus fines, o sea, los sistémicos, sean controlados por los individuos sobre los que la colectividad delega la gestión, esto es, el presidente de la comunidad, el alcalde o el gobierno del Estado. Al mismo tiempo, y siguiendo un flujo de sentido contrario, en caso de que esos elementos tan imprescindibles tuvieran algún problema para seguir realizando la función para la que fueron previstos, el grupo les prestaría el apoyo necesario para que pudieran superar la situación.
Si aplicamos lo comentado en el párrafo anterior al caso de los bancos, se nos plantea una complicada paradoja: se trata de que dichas instituciones vayan estupendamente bien, y aporten seguridad y consistencia al "sistema financiero" (de un rato a ahora, sigo sin haber aprendido francés), pero no son propiedad del Estado y, en consecuencia, el Estado no interviene en la fijación de los sueldos de sus directivos. Y es que sí. Es de esto de lo que yo quería hablar: de los sueldos de los banqueros.
Si hiciéramos una encuesta entre todos los accionistas de un gran banco en la que les preguntáramos si aprobarían niveles salariales como los que se han hechos públicos hace algunas fechas, para los directivos de la empresa de la que son propietarios, ¿alguien puede dudar de que el resultado sería una censura mayoritaria a semejante práctica?, ¿Creen ustedes que los propios directivos de los bancos confiarían esa decisión sobre política salarial a su hipotética aprobación por parte de la mayoría de los accionistas? Yo creo que no. Entonces, ¿qué es lo que falla? Pues falla lo de siempre. Falla que la solidaridad y el sentido común son conceptos que nos son ajenos, y no nos sirven de estímulo para nuestros actos, si no existe una Ley detrás de ellos, acompañada, eso sí, de un eficaz sistema que penalice su incumplimiento.
Y estando, como estamos, de acuerdo en que las retribuciones de los directivos de los bancos son algo que hace enrojecer de vergüenza a la mayor parte de la sociedad, ¿cómo puede ser que unos pocos idólatras del capitalismo salvador e inmaculado sean los que se lleven el gato al agua, y consigan que el Gobierno no se atreva (ni este ni otros, quede claro) a meter mano en el asunto? Algunas declaraciones de personas con mando en plaza escuchadas hace algunas semanas, en el sentido de lo lamentable que resulta el hecho de que esos torrentes de dinero se acumulen en un solo bolsillo, cuando hay tantos de ellos vacíos en nuestro país, resultan como una broma. Son quejas veladas, e impostada consternación por el acaecimiento de un hecho injusto, pero insalvable. ¡Menuda mojigatería! Esas declaraciones las puedo hacer yo, mientras me tomo una cerveza con los amigos. Pero al Gobierno no le pagamos para que se consterne. Lo hacemos para que, a su vez, haga lo posible para que no nos sintamos consternados todos (o casi todos) los ocupantes del tendido español. Porque cosas se pueden hacer, me parece a mí. ¿O acaso el parlamento nunca ha legislado sometiendo determinados derechos legales (individuales o colectivos) a la necesidad de preservar otros de mayor jerarquía y opuestos a los primeros? Que se limite la posibilidad de establecer estas retribuciones estratosféricas, o en su defecto, se modifique la fiscalidad aplicable a ellas, no es sólo algo justo. Es, además, algo en lo que casi todos estamos de acuerdo; es algo que nos haría parecernos algo más a una sociedad de personas, y no de personajes. Es, en fin, lo que yo pediría esta noche a algún santo, si conservara yo la costumbre de rezar, y si todavía quedara alguno (la Globalización no descansa nunca), que no se apasione con la lectura del Financial Times.
Me he convertido en seguidor casi-diario del blog, y por la evolución del contador, o dedicas una parte del día a entrar repetidamente para mejorar tu autoestima o no soy el único que frecuenta la página.
ResponderEliminarTengo una amiga que te acusaría, tras la lectura de este editorial, de ser un poco rojillo. Y lo mismo tiene algo de razón... pero no haré críticas por no robarte el protagonismo.
Hola. Soy alguien que quizá esté contribuyendo a esa subida del contador de visitas, pues también vengo a menudo.
ResponderEliminarFelicidades, está muy requetebién.
Prionodonte, la mayor parte de las entradas del contador son mías. Algo de cierto habrá en eso de la autoestima. Pero también he comprobado que cada vez que navegas de una opción a otra dentro del blog (por ejemplo, seleccionar el contenido de alguna etiqueta) el contador marca de nuevo. De esa forma, el día que cuelgas un texto, y revisas si se ha publicado correctamente y tal y tal, sumas tres o cuatro visitas, sin demasiado esfuerzo. Por cierto, el contador de tu blog "sa roto" hace ya algunos días.
ResponderEliminarEs curioso, hay gente de mi entorno que me considera un poquito conservador. Y sin embargo en la oficina me consideran un rojete recalcitrante.
Gracias, Anónimo, por tu crítica tan buena. De la existencia de este blog deben estar enteradas media docena de personas, de manera que, salvo encuentro casual, igual nos conocemos en persona y todo.
Un saludo a ambos