estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



jueves, 29 de diciembre de 2011

Dietario Errático (01-06-2011)


En ocasiones me parece que mi biografía no es sino un desierto, cuya travesía se me hace por momentos larga, por momentos no. A veces, también, me atormenta la idea de que lo peor pudiera estar aún por venir; pero a ratos no sucede tal cosa. Y es que acaso tan ingente ser de arena tenga vida y voluntad propias, y a medida que en su suelo se amontona el polvo en el que, a modo de epílogo arqueológico, se convierten los episodios de mi existencia, pudiera ser que el viento, obediente, lo lleve raudo hasta el otro extremo del erial, para allí seguir creando más y más desierto. Que es más vida, y menos certezas, o quizá no. Y así sucesivamente. Y así, hasta que la incertidumbre me asegure el no estar seguro de ser yo por más tiempo, o también tampoco. Y es que, como todo el mundo sabe, el desierto nos entusiasma transformando la realidad en espejismo; y nos desalienta haciendo de los espejismos, realidades.

A menudo, la cantimplora es lo de menos.

domingo, 25 de diciembre de 2011

¿Es usted un cenizo?


Probablemente a usted NO le ha tocado el gordo de la lotería de Navidad de este año. Probablemente, si quitamos de la frase anterior las tres últimas palabras, la proposición es correcta igualmente. Pues bien, déjese de simplezas, y no piense que es usted gafe, hombre. Si así fuera, habría tantos gafes en este mundo que su supervivencia, la del mundo, digo, no sería viable. Ahora bien, no me venga con sofismas, decidiendo que como NO le ha tocado el gordo de la lotería de Navidad, no es usted un gafe. No jodamos, ¿eh? A ver... ya sé. Está usted pensando que qué le queda después de estas reflexiones. Pues está claro: la incertidumbre. No se preocupe. Aquí le presentamos la solución a sus problemas. Por lo menos al más inmediato de tener que soportar el sufrimiento de no saber si sí o si no (en lo de ser cenizo, ya me entiende). Despeje sus dudas. ¿Qué le cuesta?

Fíjese bien en las situaciones descritas en los ordinales 1 a 10 del apartado "una dura realidad". ¿Alguna de ellas encaja con usted? Contéstese "Sí" o "No" y anote las respuestas en un papelito. Obtenga, a continuación, el total de "sies" contestados.

En la sección final podrá ver su diagnóstico. Suerte. A usted; y eventualmente, a todos sus familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y demás colectivos expuestos a su compañía.


Una dura realidad

1 - Haciendo cola para entrar en algún sitio, frecuentemente se queda usted el primero cuando cortan el acceso de una tanda de personas.
2 - Los días que juega la selección nacional de fútbol, llama a sus amigos para quedar y ver juntos el partido, y suele no localizar a ninguno de ellos.
3 - Algunas veces una ancianita se ha estozolado contra el pavimento sobrevenidamente al cruzarse con usted por la calle.
4 - Participó usted en el casting de la serie de largometrajes "aeropuerto". Perdió en la final ante George Kennedy.
5 - Han puesto su nombre a un huracán, incluso con el apellido.
6 - Cuando va al bingo, se produce un vacío espontáneo de gente en las mesas de los alrededores de la suya.
7 - Estaba usted de visita en Florida cuando se realizó el último lanzamiento del Challenger.
8 - Visitando un puerto marítimo, ha asistido usted al hundimiento de un enorme trasatlántico.
9 - El buque que rescataba a los pasajeros del trasatlántico se hundió también.
10 - Murphy le huye a usted.






Diagnóstico

-Ha obtenido usted entre 1 y 2 “sies". Los síntomas indican que usted puede destacar en la dudosa habilidad de traer mala suerte a los demás. Con entrenamiento y perseverancia, podrá mejorar en esta faceta.

-Ha obtenido usted entre 3 y 5 “sies". Es usted un cenizo, no cabe duda. Su nivel es ya suficientemente alto como para aconsejar a los demás no realizar tareas arriesgadas en su presencia, ni siquiera lavarse los dientes.

-Ha obtenido usted entre 6 y 8 “sies". Su habilidad como gafe deja ya pequeño el reconocimiento que supondría ser cabeza de cartel en un circo. En todo caso, no habría prima de seguros suficientemente grande como para cubrir el riesgo al que dicho circo se vería sometido si usted decidiera "honrarle" con su presencia.

-Ha obtenido usted entre 9 y 10 “sies". Es usted el azote de Dios. Si tiene un poco de conciencia, debería irse a hacer compañía a Robinson Crusoe, si es que éste le admite en su isla.

-Ha obtenido usted 0 “sies". Desgraciadamente esto no demuestra nada, ya que este test no está preparado con método científico alguno. Usted, pese a todo, podría ser un cenizo.


Enero de 2006

sábado, 24 de diciembre de 2011

Dietario Errático (27-08-2011)


De este mundo que tenemos, dicen los científicos que es un espacio finito, porque tiene la extensión que tiene, y ni un metro más; pero ilimitado a la vez, porque podríamos recorrer su superficie de forma indefinida sin llegar a toparnos jamás con extremo alguno.

De este mundo que tenemos, dicen los agentes económicos que es un espacio global, porque en el curso de sus operaciones tienen acceso casi a cualquier rincón, sin encontrarse en su camino ninguna valla de piedra de esas que solía haber por los campos, y para las que las inciertas consecuencias de haberlas saltado, siempre nos ponían el corazón en un puño. Supongo que prefieren pensar que el planeta es más ilimitado que finito.

De este mundo que tenemos, dice otro grupo de personas como demógrafos y ecologistas, que o bien organizamos mejor la disposición de las gradas que hay en él, o habrá que colgar en pocos años el cartel de “no hay billetes”. Para este colectivo, por tanto, La Tierra sería antes un espacio finito que algo ilimitado.

El huracán Irene no necesita comerse el tarro con semejantes disquisiciones. Piensa que, en realidad, no es nuestro este mundo que tenemos, sino su jardín. Y por ello bailará a su antojo en él sin dar demasiada importancia a lo extemporánea que su coreografía pudiera resultar para otros.

Así que, al final del día, que diría un inglés, puede que el planeta no sea una esfera perfecta, sino más bien algo poliédrico (palabra muy socorrida para los opinantes de las tertulias radiofónicas); y si tuviéramos que decidir hacia qué cara de él miran con mayor asiduidad los que toman las grandes decisiones políticas, quizá habría que concluir con una cierta perplejidad y tristeza, que puede que estén deseando que llegue la temporada de huracanes, para poder atender a lo urgente sin tener que decidir sobre lo importante.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Los políticos también lloran


Hace apenas un par de semanas, la Ministra de Trabajo del Gobierno Italiano, Elsa Fornero, no pudo contener el llanto en el momento en que anunciaba en rueda de prensa, y en compañía del Primer Ministro Mario Monti, las durísimas medidas de ajuste que el ejecutivo italiano tendrá que tomar, para adaptar su caminar “presupuestario” al que le es exigido por los países miembros de la zona Euro, o por los que opinan más dentro de ese Club, o simplemente por las circunstancias económicas. Lo mismo me da, que no es mi intención aquí, el defender la bondad del ajuste presupuestario “exprés”, como forma de supervivencia económico-financiera para Europa, en detrimento de otro ajuste presupuestario más pausado, que también se baraja; o de este último sobre aquel.

Lo que me interesan son las lágrimas de la señora Fornero. Y es que decir a millones de pensionistas, y hacer, a un mismo tiempo, propia la decisión que se comunica, que aún a pesar de que muchos de ellos lo están pasando ya mal, ahora tendrán que empezar a pensar que no era, en realidad, demasiado mala su situación anterior, tiene que doler. Y mucho. Después de ver este episodio, he ido, metódico, a mi agenda de consejos de autoayuda vital, y he anotado otra razón más para convencerme de por qué no hay que trabajar en política. Joder, con lo mal que llevo yo los finales emocionalmente intensos de las películas, como para ponerme a prueba con situaciones de esta índole.

Sin embargo, Elsa Fornero forma parte de un gabinete que se ha dado en denominar como “tecnócrata”, y muchas voces en los medios y aún en las tertulias de bar, han focalizado sus conversaciones en la diferencia que existe entre gobiernos de “políticos profesionales” (un concepto un tanto inconcreto para mis entendederas) y gobiernos de tecnócratas, a raíz del ejemplo italiano. Me pregunto si acaso la ciudadanía espera de un ministro una epidermis lítica que le impida sentir, o al menos hacerlo visiblemente, que a veces hay cosas que son una putada, sí o sí, con absoluta independencia de los objetivos de poder que puedan perseguir los partidos a los que pertenecen. Y ya puestos, me pregunto qué habrán sentido los italianos al ver la mejilla humedecida de Elsa Fornero, o si acaso habrán dicho para sus adentros: “esto no importa porque, después de todo, la ministra Fornero es una tecnócrata, y no una política profesional".

Claro, que ahora pienso en las lágrimas de Patxi López, cuando el pasado mes de octubre, la emoción le enmudeció durante la celebración de un acto de campaña en el País Vasco. Quizá se dio cuenta, de repente, de que en lo sucesivo su vida, y la de muchos otros en Euskadi, podía acercarse un poquito a la normalidad de no tener que cambiar de ruta en los desplazamientos de cada día, la de poder hacerse “parroquiano” de alguna de esas singulares “iglesias” que cuentan con un grifo de cerveza, o la de ir al quiosco dando un paseo. Más agua y más sal. Pero esta vez de un político profesional. “¡Bah, naderías!” debió de pensar un eminente y conocidísimo locutor de radio. Uno cuyo nombre no me sale en este momento, pero que seguro que ustedes conocen. Uno que sabe más que todos nosotros juntos, ustedes vosotros, los que leáis esto, y yo, de política, de cocina, de música, de procesiones de la Semana Santa sevillana, de fútbol y, seguro, segurito, que de muchas otras cosas; y que dijo literalmente, al hilo del episodio de Patxi López, que “un político ya tiene que venir llorado de casa”. ¡Caray! Dura y sorprendente sentencia de quien, curiosamente, debería comprender bien lo que es sentir la propia vida amenazada por una banda de criminales. Pues una cosa les digo: ahora que me han abierto los ojos, los mismos que utilizo para llorar, caigo en que hemos malgastado el dinero tontamente. En lugar de blindar coches oficiales, hubiéramos ido más por lo derecho blindando los “37 grados con un montón de huesos y algo de pellejo alrededor” de los políticos. De esa forma, además de ahorrarnos cantidades astronómicas de dinero en la adquisición de Audis de a ochocientos papeles de los de color moradito (que sé que existen porque hay fotos de ellos en Internet), la unidad; les hubiéramos protegido de caer en la desgracia de tener emociones. De la tentación de rebajarse a sufrir comportamientos biológicos despreciables, más propios de tecnócratas italianos venidos a más, y, desde luego, del grueso de los miembros del colectivo de los administrados.

Quién sabe. Igual nos parece preferible para el cometido de administradores, el contratar a personas antes que a robots.


sábado, 17 de diciembre de 2011

Dietario Errático (30-05-2011)


Mi amigo Enrique tiene una cosa que se llama epicondilitis. Algo que se conoce también como “codo de tenista”. Digo yo, echándole a la cosa altas dosis de intuición y demostrando mi elevadísima capacidad detectivesca, que porque debe ser habitual en los tenistas.

El caso es que yo ya lo había tenido antes que él, y haciendo uso de mi experiencia y de su paciencia de contertulio aleccionado, le he recomendado que se lo haga ver por el mejor traumatólogo que pudiera encontrar, que a veces el tema éste se pone jodido; y que la traumatología es muy de disponer soluciones terapéuticas ’high quality’, junto a otras no tanto ‘low quality’, como lo siguiente (expresión que se ha puesto muy de moda en los últimos tiempos) a ‘low’. Y es que, como en casi todos los órdenes de la vida, aunque en este caso resulta algo especialmente doloroso e injusto, en la atención sanitaria también hay que tener suerte. Quien da con un médico con la voluntad de atender a enfermos antes que la de enfrentarse a enfermedades, tiene más probabilidad de ayudar a que el cuerpo (nuestro mejor médico al fin y al cabo) se le ponga bien.

El médico de Enrique es un traumatólogo eminente. Un hombre de absoluta garantía, aunque desgraciadamente le ha venido a decir que no hay gran cosa que se pueda hacer. O sea, en román paladino: “aguántese usted ese dolor que le despierta por la noche, y haga lo que pueda. ¡Ah!, y suerte”.

Ayer, mientras hablábamos de esto, Enrique me dijo: “¿sabes lo que verdaderamente me jode de todo esto?, que yo no sé distinguir una raqueta de tenis de una sartén”.

martes, 6 de diciembre de 2011

Tiempo de abetos



El árbol es muy verde. Y si lo miras de lejos mientras entornas un poco los ojos, el tronco y las ramas forman un triángulo casi perfecto. Podría incluso ser isósceles, y dar así, a la percepción del espectador, esa satisfacción añadida que la simetría supone en nuestra valoración por lo estético. El árbol está completamente decorado con espumillón y luces de colores de las que disuelven la niebla otoñal de cada casa. Y también tiene bolas de Navidad. De entre ellas, las rojas son mis preferidas porque su color siempre me ha parecido muy navideño. Y me parece también que combina perfectamente con el verde del árbol. Aunque una vez mi hermano, sabiendo esta opinión mía, me preguntó que qué había entonces que decir del color blanco. Dio a la cuestión tal tono de seguridad y desafío, que sembró en mí la duda y no supe qué contestarle. Por ello, ahora también me gusta que haya en el árbol alguna bola de esas que forman una tormentilla de nieve cuando las pones boca abajo y no. De hecho, puedo ver una colgada a la altura de mis ojos escrutadores, y a medio camino entre el pedestal color plata y el brillo metalizado de la estrella de la copa. Su nieve está blanqueando suave y persistentemente un pavimento adoquinado y gris, que bien podría pertenecer a una pequeña calle de una ciudad de provincias. O sea, de alguna otra provincia distinta de la mía. Me parece que se trata de una calle de comprar regalos de Navidad. Pero no regalos muy grandes, porque la calle no da como para que pasen coches por ella. Y los regalos grandes necesitan coches para ser transportados. Lo que ya no sé, es qué necesitan los coches cuando a la vez que coches son regalos de Navidad. Probablemente, un ingenio mecánico tan grande que las casas que tiene la calle a cada lado tendrían que andar metiendo tripa para evitarlo cuando se fuera desplazando con parsimonia y rotundidad por delante de ellas.

En la calle de comprar pequeños regalos de Navidad hay un farol de luz cálida que alumbra el escaparate de una pequeña librería. Un tipo, con gorro de lana y bufanda azul a juego, ha entrado en la librería. Podría tan solo estar huyendo del frío que la noche y la nieve van trayendo, pero no es segura, ni aún probable, la existencia única de tal motivo, porque de inmediato ha empezado a ojear las estanterías de la tienda. Su mirada, errática, deambula recorriendo las letras de los lomos, y la cabeza gira a un lado o a su contrario dependiendo del capricho del editor al elegir la orientación de cada leyenda.

Entonces se detiene y estira el cuello hacia atrás como ayudándose a enfocar mejor su descubrimiento. Y ya ha tomado el libro en sus manos e investiga su contenido, cuando el dependiente se acerca y le ofrece ayuda. Al presunto comprador le ha llamado la atención un libro de relatos de cuyo autor nunca ha oído hablar. El dependiente no sabe dar mayor detalle, más allá del hecho de que es la primera vez que se le edita. A pesar de tan escaso estímulo a la voluntad de comprar, la decisión ya ha sido tomada, y en virtud de ella el libro debe ser envuelto en papel de regalo. El dependiente utiliza uno que descansa en uno de los extremos del mostrador, y que tiene tonos muy navideños en verde y rojo.




Cada cual reconoce su lado del árbol porque ambos están inequívocamente señalados. Ella se dirige al lugar donde está su bufanda roja, y le deja a él la zona marcada por una bufanda azul. Al inspeccionar el terreno, descubre un pequeño paquete en el que predominan colores parecidos a los del árbol. Contiene un libro de aspecto menudo que tiene muy buena pinta. Se dirige a su amigo y le agradece el obsequio con una sonrisa y un beso y un abrazo, y luego examina el libro. El autor no es demasiado conocido pero las críticas han sido buenas, dice la contraportada. La reseña del mismo señala que el tipo solía escribir en un foro de Internet. En uno de esos miles de sitios que existen en la Red, en los que un ejército de escritores encuentra un pequeño escaparate con el que medir su talento. Pequeñas estanterías detrás de las cuales, casi nunca hay comprador.


Diciembre de 2007

sábado, 3 de diciembre de 2011

Only a dream in Rio



Empecé con esta etiqueta hace más de año y medio (por el amor de Dios, cómo pasa el tiempo. Menos mal que a mí no se me nota nada) con Carli Simon; y tarde o temprano tenía que pasar por aquí James Taylor. Un tipo con un talento extraordinario al que hay que envidiarle, inevitablemente, dos cosas. Una, esa voz cálida, profunda, y sonora, que tiene un registro entreverado de graves y agudos, cuya producción parece que no causa esfuerzo alguno, pero que a ver quién lo hace así; y otra, no menos importante, el hecho de haberse casado con Carli Simon.

Puede que no hubiera mejor manera de expresar lo que dice la música brasileña (que no siempre es la de las “caderas bamboleantes”, por cierto) que hacerse acompañar de un músico brasileño para interpretar esta canción bellísima. Digo bien: bellísima. Taylor lo hace aquí con Milton Nascimento, un tipo sobradamente sospechoso de haber nacido en Río de Janeiro. “What else?”

Esta versión se va a algo más de cinco minutos por causa del especial mimo con el que parece haber sido grabada por este dúo norte-sudamericano. Pero creo que si se escucha con atención, no cansa y tiene que gustar necesariamente.

Que la disfruten. Cuando la pinchen, en su caso, pueden imaginarme con cara de bobo, y sonriendo, mientras intento aprender portugués a la velocidad imposible que utilizó John Travolta para tal tarea, la vez que encarnó a George Malley.


viernes, 18 de noviembre de 2011

Dietario Errático (03-08-2011)


Hoy me he despertado con la sensación de tener un peso extraordinario (que no se correspondía con el del aire, que es liviano como todo el mundo sabe) encima de mí. Cuando al final me he podido incorporar, he visto que lo que me aplastaba en mi transición a la vigilia era el diferencial de la prima de riesgo de la deuda soberana española con respecto al bono alemán (joder, que nombre más largo. Parece el de un infante de la familia real o algo así), que anda estos días más recio y rotundo que los tipos esos que hacen concursos de arrastrar camiones. No sé. Me da por pensar que lo mejor que puedo hacer es darme cualquier capricho que esté hoy al alcance de mis economías, para prevenir que dentro de algunos meses, semejante concepto, el capricho posible, pase a pertenecer a la categoría de entelequia sin haber hecho yo uso de él a plena satisfacción.

Y el caso es que a mí sí que me salen las cuentas. Me explico. La evolución del Producto Interior Bruto Mundial, de acuerdo a los datos y estimaciones del FMI en los tres últimos años es la siguiente (salvo error u omisión del que suscribe, que todo es posible por lo malaje que se ha puesto el dar con estos datos en la red):

2009 = - 0,524 %
2010 = + 5,010 %
2011 = + 4,401 %

Parece que el año 2009 fue el de pasar las de Caín. Pero en términos meramente intuitivos, cabría pensar que la cosa ha ido mejorando, y que durante este año 2011 cada habitante del planeta podría vivir un 4,4 % mejor que el año anterior. O expresado de otro modo, y dicho con una cierta crudeza: si existe una gran cantidad de personas en el mundo cuya renta anual se incrementa porcentualmente en cifras capaces de contener varias decenas (y las hay, no les quepa la menor duda de que las hay), hay otras que necesariamente deberán olvidarse de comer, porque alguien tendrá que aportar el factor negativo a esta magnitud estadística tan mentirosa, pero tan ilustrativa a un tiempo. Sí, ya sé que esto es una simplificación de la realidad y que las cosas no funcionan así. Claro. Pero sé también que hoy, las cosas “no funcionan”, a secas, para un porcentaje brutal de la población mundial, o de un país, pongamos que hablo de España, o de cualquier otro conjunto de personas que tengan una forma de “organización” social común, de la que nos dé por hablar; de manera que empieza a no servirme de consuelo que la realidad sea injusta. Cuando eso ha sucedido en el pasado, la Historia nos dice que lo que se hace es cambiar la realidad. Y eso no supone necesariamente montar revoluciones varias ni incrementar el consumo de guillotinas. No hace falta tanto.

La gente suele decir que hombre, que no hay que ser ingenuos, que todo el mundo sabe que las decisiones en materia de economía no las toman los políticos, sino los poderes económicos globales, o locales, que sostienen a éstos. Y luego de decir eso, ya no dicen más nada. ¿No es increíble? Nos hemos acostumbrado a lo inaceptable, y ya no hay dolor. Y luego, a pesar de todo, esos políticos que han hecho de su independencia, de su vocación de servicio público y de su elogio constante al concepto de solidaridad, objetos de comercio, obtendrán, pese a todo, unos magníficos resultados electorales. ¿Cómo coño es posible que los mercados pueden atacar a los Estados (informadores económicos dixit), si son los gobernantes de los Estados los que hacen las leyes que tienen que acatar los mercados?

Y no crean que se me escapa que esto es algo que ocurre en todos lados, y que enderezar la cosa es una cuestión más que complicada y larga en el tiempo. Sí que lo sé. Puede que por el hecho de saberlo me haya costado tanto superar esta mañana el lastre que suponía el tejido del que está hecho el diferencial ése del que todos hablan últimamente. Quién hubiera dicho que un ‘punto básico’, con ese nombre tan de poquita cosa, tan de no romper un plato, pesara tanto como el Osmio. ¡Manda huevos!

domingo, 13 de noviembre de 2011

Pescadores



Los pescadores empujaban tierra adentro la pequeña barca cargada de peces de plata.

En el corto rato de palique que nos regalaron, pudimos saber que, al igual que nosotros, veraneaban allí. Ellos, sin embargo, lo hacían durante todo el año.



Fotografía: Juan Bosco Domínguez (Boscania)

sábado, 12 de noviembre de 2011

Tempo per vivere



Pequeño homenaje a Jose Luis Alvite. Un tipo que se cayó en la marmita del talento narrativo cuando era pequeño. Durante un tiempo, coincidí con sus “Historias del Savoy”, algunas de cuyas imágenes siguen vivas en mi memoria, como si hubieran sido grabadas en ella a cincel y maza.


Eran las seis de la madrugada. Hacía ya varias horas que el más noctámbulo de los noctámbulos que en el club Tempo Per Vivere son, se había largado del local. Pero Enrico Travanti seguía allí, aferrado a un tenedor y a una cuchara, como si el destino de su vida dependiera de su conexión física con ellos. Y así parecía ser, tal y como iban las cosas. Piero Maldonado, que ejercía simultáneamente los oficios de segundo, amigo, contrapunto y ángel de la guarda de Enrico, observaba, entre frustrado y atónito, como éste devoraba su decimoquinto plato de spaguetti.

Unas horas antes, la insensata lengua de alguien había decidido -en el ingenuo convencimiento de que su valiosa información habría de ser recompensada con un cierto abultamiento de su cartera- hacer llegar a Enrico la desagradable noticia de que Paola, su venerada novia desde hacía ocho años, se la estaba dando con Carlo Mantegna, uno de los chicos de Piero. Y en efecto, la recompensa llegó, aunque en especie. Al tipo le dieron de cenar, con la ayuda de un embudo de acero revestido de amianto, una sopa de sabor metálico y hecha a base de infierno, que le carbonizó la garganta, el esófago, y cuántas vísceras se pusieron a su alcance; antes de que la muerte, condescendiente, se presentase para aliviarle de unos dolores dignos de mártir de la tradición cristiana.

Enrico conocía algo a Carlo, ma non troppo. Solo tenía por cierto que era como el hermano gemelo del tipo del anuncio de Martini; y sabía, además, por la información que le había suministrado Piero en las horas precedentes, que solía hacer bien su trabajo, aunque a veces pareciera que las prisas por ser quien todavía no era tiempo de ser, le podían. Piero, en cuanto fue puesto al corriente por Enrico, le sugirió que podían “arreglar” la situación aquella misma noche. Pero resultó que Enrico estaba enamorado, con un amor de colegial, y rechazó la idea con rotundidad. Las fotos con las que acudió el desafortunado buscador de fortunas fáciles, eran demasiado explícitas. Tanto como los ojos de Paola perdidos en los de su joven amante. “Esa mirada no engaña, Piero -le había dicho Enrico- Paola está colada por ese hijo de siete padres. Si le diéramos pasaporte a él, tendríamos que dárselo también a ella, porque su vida se quedaría tan vacía como el salón que nos rodea. Te llevarás a los dos lejos de la ciudad. Les dejarás con lo justo, pero no tocarás un pelo de Mantegna, ¿está claro? ¡Y por el amor de Dios!, acompáñame comiéndote al menos un plato de esta delicia. En realidad, las noticias que te hieren son más llevaderas en compañía de los spaguetti que prepara Stefano. Es como disfrutar del paraíso, antes de que el juicio final te declare merecedor de acceder a él”.

Piero convino en comerse unos spaguetti de Stefano. Nunca supo negarle a Enrico los caprichos, que tan a menudo se le ocurrían, y que tan peregrinos resultaban a veces. Estas sugerencias de Enrico a las personas de su entorno, eran como los deseos sobrevenidos de un niño. Se materializaban con una calidad vocal del todo alejada de la que se espera de las órdenes de un superior; y se acompañaban de un nítido brillo de ilusión en sus ojos. Algo sorprendente en quien está acostumbrado al ejercicio del poder. Por eso Piero se encontraba comiendo pasta a las seis de la madrugada; y a la vez que lo hacía, intentaba convencer a su amigo para que cejara en el despliegue de honores que venía rindiendo desde hacía horas a la cocina de Stefano.

-¡Maldita sea, Enrico!, vas a reventar. Además, se te va a quedar un aspecto físico muy poco comercial, justo ahora que habrá que empezar a pensar en encontrarte otra novia.

-Ya no estoy para más novias. Ahora comprendo que mi amor y mis atenciones de enamorado hacia Paola, no hacían sino eco en sus anhelos robados. Me encuentro algo cansado, Piero. Al menos, demasiado, como para ponerme a buscar el corazón deshabitado de una mujer. Uno que acaso pudiera yo ocupar.

Fue justo cuando Piero iba acabando su plato, cuando cedieron las paredes del estómago de Enrico. Éste se dio cuenta de inmediato, pues el dolor le golpeó con la intensidad de una lengua de magma. No dio, sin embargo, señales externas de ello. Ni una mueca. Ni un músculo del rostro contraído. Calculó que aún le quedaban algunos minutos antes de que la hemorragia interna le dejara sin aliento. Así que se levantó y pidió su abrigo.

-Me voy, Piero. Te ruego que te quedes a ayudar a Stefano a cerrar el local. Y no olvides compensarle por la molestia de tener que llegar tan tarde junto a su mujer. He quedado en casa con un caballero con el que mañana salgo de viaje, y no querría cometer la descortesía de llegar tarde a nuestra cita.

Enrico se fue caminando despacio hacia su casa, que tan solo se encontraba a un par de manzanas. La imagen del cartel de neón del establecimiento se le quedó pegada al pensamiento. “De vez en cuando hay que cambiar el nombre de los clubes nocturnos de Manhattan -se dijo-. Si no, los clientes pueden acabar por aburrirse de acudir a ellos cada noche”.


Noviembre de 2011

lunes, 7 de noviembre de 2011

Dietario Errático (20-09-2011)


Los próximos años que cumpla mi padre serán noventa. Como el ángulo recto, vaya. Ese cerro de trienios acumulados le convierte en miembro de pleno derecho del club de personas, de censo ya bastante escaso, que conservan recuerdos personales de hace 75 años. Cada uno los suyos, claro. Pero todos creados a base de su propia presencia en algunas de las escenas de nuestra Historia de entonces. Historia que, pese a los años transcurridos, aún no es la misma para todos.

El otro día le desvelé a mi padre mi aspiración ilusorio-electoral para las próximas generales de noviembre, y que no es otra que que los dos grandes partidos sufran un batacazo lo más importante posible, aún cuando alguno de ellos acabe, inevitablemente, por gobernar. Tras este despliegue de insensatez (colijo que este es el adjetivo que él asignó a mi comportamiento, aunque no lo dijera), y habida cuenta de que declaré asimismo mi intención de votar a algún partido de ámbito nacional; mi padre hizo un recuento rápido de las opciones posibles, y se alarmó de inmediato. La causa: que Izquierda Unida era una de ellas.

Claro, ni a mí me gustaría, ya a estas alturas, contribuir a que los recuerdos de mi padre pasasen a ser elementos desechables, cuyo significado se ha quedado obsoleto con el paso de los años, ni creo que su voluntad me lo consintiera. Tendría que hacerle cambiar de opinión cada día, porque cada día se habría perdido en los retranqueos de su memoria, el cambio ocurrido en la jornada precedente.

Por ser mi padre quien es (y esto, como es natural, no tiene mérito ninguno), puedo comprenderle; y aún soy proactivo a la hora de evitarle discusiones inútiles sobre determinados temas. Pero haría lo mismo con cualquier otro miembro de su club de mayores, y con idéntica empatía. Lo que no me cabe en esta mollera mía, estrecha y atónita, es que la alarma que sintió mi padre el otro día, pueda ser compartida por personas de la siguiente generación a la suya, que es la mía; y aún incluso por las de la siguiente a la siguiente, para las que el concepto de “las dos Españas” debería ser apenas una leyenda, o ni eso. O sea, los no nacidos en esos tiempos, tan antiguos y tan españoles, en los que las ideas políticas diferentes de las propias, eran signo inequívoco de enfermedad.

Y es que hay quienes siguen empeñados en que la frontera de sus vidas se vea acechada, hoy y siempre, o por “rojos” o por “fachas”. Y digo yo que con tanto correr la Historia, y ponerse el glosario político ya tan macizo de términos, ¿no podían encontrar estos “jóvenes de la tercera edad” otras denominaciones que resultaran algo menos fósiles para expresar su falta de tolerancia?

¡País!, que diría mi admirado Forges.





viernes, 21 de octubre de 2011

Dietario Errático (28-05-2011)



La pasada noche me he vuelto a despertar cuando no tocaba. No sé cuántos días de ocurrencia de un hecho convierten a éste en un hábito, pero espero que sean muchos porque si no, la cosa podría empezar a preocuparme. Ha sido una suerte, sin embargo, que no tocara trabajar hoy. A pesar de que dormir poco me sienta fatal, no tanto en el terreno de lo emocional, que también, como en el de lo físico; cuando he salido de casa tenía los ojos en su sitio, funcionalmente hablando, quiero decir; y en virtud de ello he podido distinguir que el tipo con el que me he cruzado al salir del portal iba ataviado con una camiseta del Manchester United. Toda ella roja; toda ella con las siglas AIG (que se corresponden con las de una de esas empresas que mira para otro lado, cuando todos miran, o deberían, a los efectos devastadores de la crisis financiera internacional. Pero esa es otra historia).

Los andares del tipo de la camiseta del Manchester no eran los de quien pasea alejado de las prisas cotidianas, sino más bien los de quien tiene encomiendas pendientes y recados varios por hacer. Vaya, que caminaba ligerito. A la hora de las cañas, y al hilo de este asunto, un amiguete me ha preguntado si el sujeto en cuestión tenía aspecto de guiri. Pero no. No lo tenía. Parecía más bien un tipo descendiente de una cadena ininterrumpida de, calculo, unas veinticinco generaciones ibéricas. De manera que he tenido que concluir en que su indumentaria era un acto testimonial. Un mensaje para cualquier viandante con el que se cruzara, incluidos los que no han dormido bien. La representación inequívoca, al fin, de un deseo íntimo e intenso.

Si el Barça perdiera la final de esta noche, podría estacionarme yo en la ventana de casa, por ver si pasa de vuelta el sujeto de la camiseta roja. Y aunque es bastante improbable que me decida a hacer tal cosa, estoy convencido de que el tipo llevaría un gesto de satisfacción en el semblante. El lógico, por otra parte, de quien ha resuelto satisfactoriamente todos los asuntos planificados para la jornada cuya finalización dicta la oscuridad de la noche.

jueves, 20 de octubre de 2011

Steve Jobs: Un empresario en vaqueros


Hasta hace apenas un par de semanas, solo un pequeño porcentaje de la población mundial (dentro del cual, un servidor no se encontraba) sabía quién era Steve Jobs. Es normal. Supongo que la popularidad mundial que acompaña a algunos personajes, se da fundamentalmente cuando éstos se dedican al ejercicio de la política o el deporte. O cuando son artistas de reconocido prestigio en el mundo de la música o del cine. Me da por pensar que el perfil del conocedor de la figura de Steve Jobs (antes de que su rostro fuera portada de todos los diarios y programas informativos del planeta) se corresponde con el de una persona experta en las grandes finanzas internacionales, ya sea como actor en ellas, ya como docente universitario o de una escuela de negocios. A este grupo, probablemente, faltaría por añadir a los incondicionales fans de la marca Apple. Que los hay. Pero en realidad yo no voy a referirme ni a los unos ni a los otros. Yo, de lo que quiero hablar es de los vaqueros de Steve Jobs.

Si alguien me abordara, inesperadamente, preguntándome a bocajarro sobre cuáles son los iconos inevitables que acompañan a la imagen y la vida de un empresario, me pondría en un aprieto gordo. De hecho, no sabría contestarle. Seguramente el pensamiento se me iría, en un primer momento y de manera intuitiva, a la galería de tópicos al uso. En ella encontraría que un empresario es un hombre muy, muy rico, al que le resulta de escaso interés cualquier asunto material o espiritual que no sea el ganar dinero. Una persona resuelta y ejecutiva, que piensa que la filantropía es una cualidad pasada de moda, si es que alguna vez lo estuvo, y que suele vestir con traje y corbata, si es hombre, o de traje de chaqueta, cuando se trata de una mujer.

Después de semejante definición, grosera, primaria y cargada de prejuicios, empezaría a perfilar un poco más. Como quiera que esta crisis recalcitrante ha puesto negro sobre blanco (aunque no se trate de algo nuevo) el hecho de que hay un montón de empresarios pequeños que no llegan a final de mes, no solo con las nóminas de sus empleados (que a menudo son menos de dos), sino con la despensa de su casa; me veo obligado a cambiar la deriva del disparo. Ahora voy a suponer que me preguntaran solo por grandes empresarios. O sea, aquellos cuyas compañías y productos han tenido un éxito apabullante en cualquier rincón de nuestro primer mundo (los otros mundos existen, pero no juegan en esta división, aun cuando forman parte nuclear del proceso de optimización de costes de las grandes empresas que están debajo de los grandes empresarios). Entonces, tengo que traer más ingredientes, imprescindibles, a la definición que venía intentando antes. Otros tales como el espíritu innovador, o la clarividencia acerca de cómo detectar las necesidades de las personas (o de inventarlas, si es necesario), o la utilización eficaz de los ventajosos mecanismos que existen en ese ente tan insensato que llamamos “Globalización”.

Ya creo que me voy acercando al resultado final. Pero aún así, no me atrevo a contestar a mi inquisidor imaginario. Y no lo hago, porque en un último momento de lucidez, recuerdo algo que todos damos por aprendido, pero que con frecuencia demostramos no saber. Y es que establecer estereotipos es un sinsentido, cuando se hace con las personas. No así en el caso de los fenómenos meteorológicos, campo en el que resulta más que útil.

Y ya está. Esto no me ha servido de gran cosa, porque no hay conclusión. Así que me voy a ver la tele un rato. Y veo en ella que los informadores ponen a la figura de Steve Jobs en la cima de una nube que representara alegóricamente el progreso humano. Y sí. Aunque nunca conocí a Steve Jobs, estoy seguro de que fue un gran tipo. Lo que no me queda muy claro es por qué una vez muerto, ha sufrido esa metamorfosis póstuma que lo ha llevado a ser un visionario, un ejemplo para todos, la persona que ha cambiado nuestro estilo de vida (sic), abandonando de esa forma el grupo formado por todas aquellas otras personas, que tan mala prensa tienen entre muchos sectores sociales, y que, como él, cumplen con las características de mi malogrado intento de definición de lo que es un empresario.

Y veo sus pantalones vaqueros. Y me pregunto cosas… que no consigo contestarme.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Dietario Errático (27-05-2011)


He podido saber por un libro de esos de divulgación científica (que tengo estratégicamente colocado en el cuarto de baño), que el gen de la mano de seis dedos es dominante sobre el de la de cinco. Esto significa que, tarde o temprano, la población del planeta en su conjunto tendrá seis dedos en cada mano. Eso, si Mendel no nos ha llevado al huerto con los conocimientos que de él hemos heredado, y que consideramos verdades. Eso, si para cuando esa multiplexación dactilar universal al fin se complete, aún queda planeta (de todo se puede obtener una lectura positiva: si la cosa fuera de efecto inmediato nos lo cargaríamos un 20% más deprisa). Eso, si aún quedando planeta, quedan para entonces propietarios de dedos.

Miro el cartel del Estudiantes que tengo en la pared, y me pregunto con tristeza que qué cantarán entonces los miembros de la Demencia. Porque no le veo buen arreglo, desde la ortodoxia de la métrica y la rima poéticas a aquello de:

Los dedos de las manos,
los dedos de los pies,
la polla y las dos bolas
suman todo veintitrés.

Maricón el que no baile…

En fin, me queda el consuelo de que puede que la mano que cada uno tenga destinada a echar un cable a los demás, sea, igualmente, más poderosa, más decidida y más solidaria. En eso, el listillo de Méndel no se mojó.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Dietario Errático (26-05-2011)


Mi hija adolescente se ha echado un novio. Así, con ese deje de despreocupación (y puede que un tonillo algo madrileño), suelo yo describirlo cuando toca hablar de ello. Y es que, aunque la mayoría de los testimonios paternos circundantes que he tenido ocasión de escuchar, han coincidido en alguna frase del tipo: “Ya verás cuando tenga un novio. Prepárate”, yo nunca le he dado mayor importancia a este asunto.

Ayer fui al colegio de mi hija, a ver la representación de “Otelo, el moro de Venecia”, obra en la que ella actuaba. Y tuve ocasión de conocer al chico. Según parece -eso me han dicho quienes le conocen de antes- se vistió una indumentaria escogida con cierto cuidado. Algo desviada de sus hábitos (nunca mejor dicho) de chaval al uso del siglo XXI. Es algo que considero comprensible, si uno se encuentra zarandeado por fuerzas de naturaleza extraordinaria, como por ejemplo “el marrón de conocer a su padre”. Tan solo tuve ocasión de saludarle, cosa que hice con la cortesía que la situación requería, y poco más. Sin embargo, esta mañana, al mirarme al espejo, me ha parecido distinguir un cierto bronceado en mi tez, en el que no recuerdo haber reparado antes. Hasta hace un par de días, sin ir más lejos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Dietario Errático (Introducción a la cosa)


Un servidor no tiene por costumbre el encontrar cada día una buena idea para escribir un relatillo, o algún otro tipo de texto que echar a este almacén. Ni tampoco el tiempo necesario para completarlo de una manera más o menos satisfactoria, desde la óptica de lo subjetivo, caso de que la idea existiera. Y sin embargo, escribir algo, aunque sea una mínima reseña de lo que a uno le aconteció en una determinada fecha, no importa si su importancia es pequeña, puede ser una actividad igualmente satisfactoria. De hecho, en general los blogs tienden a utilizarse más para esto último, que para depositar ficciones en ellos.

Así que he decidido ignorar la máxima aquella de que nada aporta el “hablar por hablar” o, por extensión el “escribir por escribir”, ya que lo segundo no es sino una forma alternativa de hacer lo mismo que se hace con lo primero. Pienso, y además me resulta de utilidad hacerlo, que se trata de una máxima de mínima virtualidad, sobre todo para el que habla o escribe. Para ése, es una vía esencial para facilitar el escape de todo ese montón de residuos que se nos forma cada día como consecuencia de los pensamientos inútiles que nos inundan la cabeza. Así pues, digo, hace algunos meses que empecé a escribir por escribir, cuando no hubo una cosa distinta para ser escrita, que atendiera mejor a otras finalidades más concretas.

Y para materializar esa decisión creé este Dietario Errático. Se trata de pequeños textos a modo de diario, que aunque no constituyen un diario propiamente dicho, puesto que éste no es alimentado cada día; sí tienen una naturaleza parecida, porque el rasgo común de todos ellos es que son pequeños sucedidos de mi día a día, o reflexiones que yo me hago cuando me da por pensar. O sea, que yo soy el centro de gravedad de todos ellos. He tenido mis dudas, no crean, porque con esto, mi nivel de exposición a los ojos ajenos se multiplica. Pero, ¿qué quieren que les diga?, puede que el no enseñarse a los demás quizá no sea, después de todo, un síntoma de madurez, sino al contrario.

El Dietario Errático es una licencia que puedo permitirme porque el blog es mío, claro. Pero es una licencia que debo permitirme porque algunos días la montaña de barreduras intelectuales con la que llego a las horas finales del día, requiere algún tipo de acción terapéutico-limpiadora. Y si además lo hago con agrado, pues mucho más mejor.

En lo sucesivo, iré colgando de forma errática (no podía ser de otra manera), algunas de las entradas de este Dietario Errático, aquí, en la etiqueta de Rituales. Y ello hasta que algún día me dé por pensar que todo este ladrillo que les acabo de meter, no es sino una excusa de ocasión para abrir otra línea de “negocio”, o hasta que me dejen de ocurrir cosas. O hasta que no me apetezca más. Total, como en realidad nuestro mundo resulta a veces tan errático…

jueves, 22 de septiembre de 2011

Summer '68


Uno piensa que los instrumentos que se deben emplear en la interpretación de una determinada obra musical, están del todo determinados por el género al que la obra en cuestión pertenezca. Y creo yo que uno piensa bien. Al cante flamenco parece que no le va mucho el trombón de varas, sino la guitarra española, mientras que la trompeta cuadra muy bien en el jazz de Nueva Orleans, pero no tanto en el hard-rock, por decir algo. Sin embargo, hay multitud de ejemplos en la música en los que la mezcla, aparentemente heterodoxa, de instrumentos, da resultados magníficos. La canción que traigo es uno de esos casos. Summer ’68 es un tema perteneciente al álbum “Atom Heart Mother” de Pink Floyd. Un disco muy experimental, en el que el grupo no era todavía lo que fue después con sus grandes éxitos “The Dark Side of the Moon” o “Wish You Were Here”, esto es, lo que los entendidos han dado en llamar Rock Progresivo.

Mientras en las grandes canciones de los álbumes citados, la guitarra eléctrica tiene una importancia capital, en este tema sólo hay un poquito de acústica, y son el piano y los metales, elementos clásicos de la música sinfónica, los auténticos protagonistas. Recomiendo la escucha de la canción a un volumen tirando a elevado. En ese modo, yo tengo la impresión de que me hallo ante una especie de Carmina Burana del rock.




A mí me gusta el contenido completo del Atom Heart Mother, pero puedo comprender el escepticismo y las dudas que algunas de sus partes, quizá “demasiado” experimentales, provocan a veces entre sus oyentes. No obstante, esto que escucharán, si pinchan el enlace de arriba, es un temazo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

La entrada 100



“Para ser pintor o para ser músico hace falta un entrenamiento concienzudo de muchos años. Para escribir, para contar, las dotes necesarias las posee en su plenitud cualquier niño antes de ir a a la escuela: el dominio sofisticado del idioma, el instinto de dar forma narrativa a la experiencia”.

Antonio Muñoz Molina

Después de haberle buscado las vueltas a las palabras una y otra vez, intentando explicar en “estilo indirecto” qué es lo que había dicho Antonio Muñoz Molina cuando dijo esto que he reproducido arriba, he llegado a la conclusión de que era mejor dejarle a él mismo que lo explicara, con sus palabras de escritor reconocido, y obteniendo, además, la ventaja de que el contenido de una cita literal vinculada a un nombre de prestigio, es siempre más verdad que una idea idéntica expresada con las palabras que uno mismo es capaz de encontrar.

Cuando comprendí que yo podía escribir, no tuve racionalidad ni lucidez bastantes como para explicármelo a mí mismo, en términos tan simples y claros como el hecho de que ya conocía bastante bien el idioma español, y que además había alguna cosa dentro de mi cabeza que quizá merecía la pena ser contada y la oportunidad de ser leída. Ahora, habiendo hecho lo propio con un artículo de Antonio Muñoz Molina (que muy apropiadamente me hizo llegar un muy buen escritor amigo mío, perteneciente a ese numerosísimo grupo de ellos que no está en las estanterías de las librerías), me he cargado de razón en esta manía mía de intentar escribir, por mucho que no haya hecho lo propio con otras cualidades que adornan, y mucho, a Muñoz Molina. Tampoco se puede andar pidiendo milagros todos los días.

Así que ahora todo cuadra. Ya sé por qué abrí este blog. Y sé, además, por qué intentaré mantenerlo vivo durante mucho más tiempo; aún cuando esto último no lo haya sabido por Muñoz Molina (que él no podía conocerlo). Y es porque, en efecto, hay un puñado de personas que me han hecho saber, a su modo de decir sin usar palabras, que de vez en cuando les agrada darse un paseo por aquí, y echar un rato. Con lo valiosos que son los ratos de cada uno.

Y en homenaje a los buenos momentos que he pasado de chico -y no tan chico-, cuando en los viajes en coche jugábamos a contar hitos (que consistía en poner toda la atención posible para ser el primero en avistar –y advertirlo a gritos- el siguiente mojón indicador de un punto kilométrico de la carretera); cuento todo esto, justo al pasar por uno de esos mojones gordos. Esos esbeltos prismas triangulares, azules o rojos, que pese a lo simple de su constitución, ostentan la dignidad de un monumento, y que señalan los números más redondos de la longitud de las calzadas: en concreto, el 100.

Septiembre de 2011


lunes, 22 de agosto de 2011

El último trabajo de Lord Badminton (versión extendida y estrambótica de un viejo chiste)


I
Eran las 16:55 horas. El octogenario Lord Badminton ocupaba su butaca favorita en la biblioteca de su mansión del Condado de Yorkshire, mientras ojeaba un artículo de la Enciclopedia Británica. Consumía de esa forma los minutos finales antes de alcanzar la hora del té; cita de la que había sido anfitrión y concurrente durante cada día de los últimos 40 años, y que se celebraba con una puntualidad de recibo bancario.

Robert, el viejo mayordomo, entró en la biblioteca.

-Lord Badminton, en el hall hay una joven mujer que se ha presentado como Susan Wimbledon. Dice que necesita imperiosamente hablar con usted.

-Por el mismísimo Camelot, Robert, deshágase de ella. ¿No ve la hora que es?

-Ya lo he intentado, aunque sin éxito, Milord. Dice que es de importancia extrema y principal que usted le dedique un minuto.

-Está bien, Robert, ese es exactamente el tiempo del que dispondrá. Hágala pasar. Veamos que quiere esa mujer.

Al cabo de algunos segundos, apareció en la estancia una bellísima joven, a la que el adjetivo de 'escultural' tampoco le resultaba desajustado. Eso pensó Lord Badminton. Robert cerró la puerta tras ella.

-Usted dirá - dijo Lord Badminton-. Le ruego que sea breve pues dispongo solo de un minuto.

-Aunque mi nombre no le diga nada, Lord Badminton, soy nieta de Lady Margaret Darlington.

-¿Margaret? Mi querida Margaret. Por el gran Ricardo, ¿cómo se encuentra? ¿Qué es de ella?

-Siento ser la portadora de tan dolorosas noticias, Lord Badminton, pero mi abuela se muere. Un cáncer la está devorando el cuerpo, allá en su casa de Nueva York. Los médicos le dan dos o tres días de vida. Yo vuelo dentro de pocas horas para reunirme con ella, a fin de dedicarle mi atención y cariño en sus últimos momentos.

-Por todos los sajones traidores, cuánto me apena esta noticia que me trae. ¿Qué puedo hacer yo?

-Verá, Milord, ayer recibí una carta de mi abuela en la que me pedía que le visitara antes de reunirme con ella. En sus letras, me rogaba que pusiera todo mi empeño en intentar hacer el amor con usted en su nombre. Dice que nuestra unión física, cerrará, de alguna forma, la persistente angustia que le ha acompañado durante todos estos años por el hecho de que ella y usted nunca llegaran a consumar su amor, único y apasionado; y ello, como consecuencia de la terca oposición al mismo por parte de la familia Darlington. Añadía en la epístola, que este acto póstumo le daría la tranquilidad y serenidad necesarias para afrontar el final, y acometer su viaje hacia el misticismo de más allá de nuestro mundo. Su último pensamiento – dice – será para usted y el truncado amor que ambos compartieron.

Y esa es, Milord, la razón de mi presencia aquí. Me consta que es una hora del todo inoportuna, pero no dispongo de otro momento, puesto que parto hacia el aeropuerto en breve.

Lord Badminton se quedó pensativo; y tras algunos segundos, hizo llamar a Robert.





II
Eran las 17:01 horas. Robert accedió al salón de té donde media docena de caballeros charlaban animadamente. Lord Brightmore se dirigió al mayordomo:

-Mi querido Robert, creo que asistimos a un hecho histórico. Mi reloj marca las cinco y un minuto y Lord Badminton continúa ausente. ¿Nos trae noticias de él?

-En efecto Milord. Lord Badminton me encarga que les comunique su imposibilidad inmediata para estar aquí, y les ruega encarecidamente que le disculpen. No obstante, serviré el té ahora mismo. Lord Badminton me pide, asimismo, que les diga, que si puede se reunirá con ustedes en el plazo aproximado de una hora. Si no puede, lo hará en cinco minutos.


Agosto de 2011

viernes, 5 de agosto de 2011

Baba O'Riley


Solíamos ir a casa de Jesús algunas tardes. Eran otros tiempos algo antiguos. Nos hacíamos fuertes en su habitación y nos chutábamos a los Who (me cuesta decir The Who) durante horas, mientras hacíamos como si supiéramos tocar la guitarra como Pete Townshend. Angelitos... Lo cierto es que no había guitarras para todos, sólo una. De manera que Leo, el hermano mayor de Jesús, la ocupaba durante más tiempo que los demás. Jesús decía de Leo, que tenía muy buen oído para el bajo; y Leo callaba al escuchar el halago, y se concentraba en encontrar la nota del bajo del comienzo de The Real Me (Can you see the real me, can you, can you?) entre el torrente de sonidos de la habitación, risas y emociones incluidas, y a ratos la voz amable de la madre de Jesús ofreciéndonos un algo para merendar, y repasando visualmente el estado de la cosa, todo a un tiempo. Desde aquella época en que conocí los violines de Quadrophenia, y a pesar del tiempo transcurrido, el vello de mi piel no ha vuelto a ser nunca el mismo.

No sé qué decir de The Who. Y será mejor que no diga mucho. Total, para quedarme siempre por debajo de la intensidad necesaria y justa en el elogio, pues eso. Pero al menos, dejo aquí una pequeña muestra de su trabajo. Baba O'Riley es todo un clásico. En la canción se aprecia muy bien, como en tantos otros temas de la banda, las facultades interpretativas de Roger Daltrey, uno de los cantantes del triunvirato mágico que más me gusta de los últimos 30-35 años: Roger Daltrey (The Who), Jon Anderson (Yes) y Freddie Mercury (Queen). Si a alguien que pudiera no conocerles, le parece que el grupo suena bien, le recomiendo que se haga con el álbum de Quadrophenia. Le prometo que habrá, si lo hace, un antes y un después bien distintos.




domingo, 24 de julio de 2011

Relaciones de buena vecindad


He oído decir que la carne de ave no produce una gran sensación de saciedad. Así que lo más probable es que esta tarde, a alguna hora poco ortodoxa, por su inconcreción entre lo que es un horario de comida y uno de cena -la merienda es una etapa nutricional estúpida en la que no creo, y que por tanto no practico-, me entre un hambre atroz. Entonces me cabrearé, una vez más.

Ahora me cabreo siempre. Por todo. Creo que esta especial sensibilidad que he desarrollado últimamente para percibir una importante falta de armonía entre cómo son las cosas y cómo me gustaría que fueran, es culpa del vecino de arriba, el del 4º B. Él es, en este momento, el elemento más desagradable que hay en mi vida. Es un individuo funesto, sin cuya presencia esta comunidad alcanzaría un estado de placidez casi místico.

No hay ocasión que mi vecino de arriba no aprecie como propicia para tocarme los cojones. Como cuando coincidiendo en el ascensor, escenifica ese aire de suficiencia diciendo "yo subo más arriba". O con su manía de aparcar el coche en el garaje con el culo hacia la pared, cuando todos los demás vecinos lo hacemos de morro; o a través de la sonrisa llena de dientes que me ofrece esa rubia despampanante que viene a visitarle, cuando me cruzo con ella en el portal, y detrás de la cual advierto una actitud burlona hacia mí, fruto, sin duda, de los comentarios malintencionados y las insidias que su amiguito pondrá en sus oídos acerca de mi persona.

No me explico cómo este talante despreciativo e insolidario suyo puede pasar desapercibido para el resto de los vecinos. Cuando en las reuniones de la comunidad trata de exhibir su pretendida superioridad, adoptando un impostado rol de "salvavidas" a la hora de proponer determinadas soluciones que, por mucho que a menudo hayan funcionado, con toda seguridad se nos hubieran podido ocurrir también a los demás; nadie parece comprender la situación. Más al contrario, asienten con la cabeza y hacen signos constantes de aprobación. En fin, una prenda, el tío.

El timbre de la puerta acaba de interrumpir mi comida. Es el maldito vecino de arriba. Hay que ser desahogado, tal y como está la situación, para venir a mí a preguntarme por su canario. Dice que ha salido volando y que quizá haya parado en el alfeizar de alguna ventana del patio interior. Le he echado con cajas destempladas, desde luego. Vaya con el pajarito. De tal palo tal astilla. Un canario que, según me han dicho, ni siquiera canta. Por no servir, seguro que no sirve ni para quitarme el hambre hasta que llegue la hora de cenar.



Abril de 2005
Rev. en Julio de 2011