estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



domingo, 25 de septiembre de 2011

Dietario Errático (26-05-2011)


Mi hija adolescente se ha echado un novio. Así, con ese deje de despreocupación (y puede que un tonillo algo madrileño), suelo yo describirlo cuando toca hablar de ello. Y es que, aunque la mayoría de los testimonios paternos circundantes que he tenido ocasión de escuchar, han coincidido en alguna frase del tipo: “Ya verás cuando tenga un novio. Prepárate”, yo nunca le he dado mayor importancia a este asunto.

Ayer fui al colegio de mi hija, a ver la representación de “Otelo, el moro de Venecia”, obra en la que ella actuaba. Y tuve ocasión de conocer al chico. Según parece -eso me han dicho quienes le conocen de antes- se vistió una indumentaria escogida con cierto cuidado. Algo desviada de sus hábitos (nunca mejor dicho) de chaval al uso del siglo XXI. Es algo que considero comprensible, si uno se encuentra zarandeado por fuerzas de naturaleza extraordinaria, como por ejemplo “el marrón de conocer a su padre”. Tan solo tuve ocasión de saludarle, cosa que hice con la cortesía que la situación requería, y poco más. Sin embargo, esta mañana, al mirarme al espejo, me ha parecido distinguir un cierto bronceado en mi tez, en el que no recuerdo haber reparado antes. Hasta hace un par de días, sin ir más lejos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Dietario Errático (Introducción a la cosa)


Un servidor no tiene por costumbre el encontrar cada día una buena idea para escribir un relatillo, o algún otro tipo de texto que echar a este almacén. Ni tampoco el tiempo necesario para completarlo de una manera más o menos satisfactoria, desde la óptica de lo subjetivo, caso de que la idea existiera. Y sin embargo, escribir algo, aunque sea una mínima reseña de lo que a uno le aconteció en una determinada fecha, no importa si su importancia es pequeña, puede ser una actividad igualmente satisfactoria. De hecho, en general los blogs tienden a utilizarse más para esto último, que para depositar ficciones en ellos.

Así que he decidido ignorar la máxima aquella de que nada aporta el “hablar por hablar” o, por extensión el “escribir por escribir”, ya que lo segundo no es sino una forma alternativa de hacer lo mismo que se hace con lo primero. Pienso, y además me resulta de utilidad hacerlo, que se trata de una máxima de mínima virtualidad, sobre todo para el que habla o escribe. Para ése, es una vía esencial para facilitar el escape de todo ese montón de residuos que se nos forma cada día como consecuencia de los pensamientos inútiles que nos inundan la cabeza. Así pues, digo, hace algunos meses que empecé a escribir por escribir, cuando no hubo una cosa distinta para ser escrita, que atendiera mejor a otras finalidades más concretas.

Y para materializar esa decisión creé este Dietario Errático. Se trata de pequeños textos a modo de diario, que aunque no constituyen un diario propiamente dicho, puesto que éste no es alimentado cada día; sí tienen una naturaleza parecida, porque el rasgo común de todos ellos es que son pequeños sucedidos de mi día a día, o reflexiones que yo me hago cuando me da por pensar. O sea, que yo soy el centro de gravedad de todos ellos. He tenido mis dudas, no crean, porque con esto, mi nivel de exposición a los ojos ajenos se multiplica. Pero, ¿qué quieren que les diga?, puede que el no enseñarse a los demás quizá no sea, después de todo, un síntoma de madurez, sino al contrario.

El Dietario Errático es una licencia que puedo permitirme porque el blog es mío, claro. Pero es una licencia que debo permitirme porque algunos días la montaña de barreduras intelectuales con la que llego a las horas finales del día, requiere algún tipo de acción terapéutico-limpiadora. Y si además lo hago con agrado, pues mucho más mejor.

En lo sucesivo, iré colgando de forma errática (no podía ser de otra manera), algunas de las entradas de este Dietario Errático, aquí, en la etiqueta de Rituales. Y ello hasta que algún día me dé por pensar que todo este ladrillo que les acabo de meter, no es sino una excusa de ocasión para abrir otra línea de “negocio”, o hasta que me dejen de ocurrir cosas. O hasta que no me apetezca más. Total, como en realidad nuestro mundo resulta a veces tan errático…

jueves, 22 de septiembre de 2011

Summer '68


Uno piensa que los instrumentos que se deben emplear en la interpretación de una determinada obra musical, están del todo determinados por el género al que la obra en cuestión pertenezca. Y creo yo que uno piensa bien. Al cante flamenco parece que no le va mucho el trombón de varas, sino la guitarra española, mientras que la trompeta cuadra muy bien en el jazz de Nueva Orleans, pero no tanto en el hard-rock, por decir algo. Sin embargo, hay multitud de ejemplos en la música en los que la mezcla, aparentemente heterodoxa, de instrumentos, da resultados magníficos. La canción que traigo es uno de esos casos. Summer ’68 es un tema perteneciente al álbum “Atom Heart Mother” de Pink Floyd. Un disco muy experimental, en el que el grupo no era todavía lo que fue después con sus grandes éxitos “The Dark Side of the Moon” o “Wish You Were Here”, esto es, lo que los entendidos han dado en llamar Rock Progresivo.

Mientras en las grandes canciones de los álbumes citados, la guitarra eléctrica tiene una importancia capital, en este tema sólo hay un poquito de acústica, y son el piano y los metales, elementos clásicos de la música sinfónica, los auténticos protagonistas. Recomiendo la escucha de la canción a un volumen tirando a elevado. En ese modo, yo tengo la impresión de que me hallo ante una especie de Carmina Burana del rock.




A mí me gusta el contenido completo del Atom Heart Mother, pero puedo comprender el escepticismo y las dudas que algunas de sus partes, quizá “demasiado” experimentales, provocan a veces entre sus oyentes. No obstante, esto que escucharán, si pinchan el enlace de arriba, es un temazo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

La entrada 100



“Para ser pintor o para ser músico hace falta un entrenamiento concienzudo de muchos años. Para escribir, para contar, las dotes necesarias las posee en su plenitud cualquier niño antes de ir a a la escuela: el dominio sofisticado del idioma, el instinto de dar forma narrativa a la experiencia”.

Antonio Muñoz Molina

Después de haberle buscado las vueltas a las palabras una y otra vez, intentando explicar en “estilo indirecto” qué es lo que había dicho Antonio Muñoz Molina cuando dijo esto que he reproducido arriba, he llegado a la conclusión de que era mejor dejarle a él mismo que lo explicara, con sus palabras de escritor reconocido, y obteniendo, además, la ventaja de que el contenido de una cita literal vinculada a un nombre de prestigio, es siempre más verdad que una idea idéntica expresada con las palabras que uno mismo es capaz de encontrar.

Cuando comprendí que yo podía escribir, no tuve racionalidad ni lucidez bastantes como para explicármelo a mí mismo, en términos tan simples y claros como el hecho de que ya conocía bastante bien el idioma español, y que además había alguna cosa dentro de mi cabeza que quizá merecía la pena ser contada y la oportunidad de ser leída. Ahora, habiendo hecho lo propio con un artículo de Antonio Muñoz Molina (que muy apropiadamente me hizo llegar un muy buen escritor amigo mío, perteneciente a ese numerosísimo grupo de ellos que no está en las estanterías de las librerías), me he cargado de razón en esta manía mía de intentar escribir, por mucho que no haya hecho lo propio con otras cualidades que adornan, y mucho, a Muñoz Molina. Tampoco se puede andar pidiendo milagros todos los días.

Así que ahora todo cuadra. Ya sé por qué abrí este blog. Y sé, además, por qué intentaré mantenerlo vivo durante mucho más tiempo; aún cuando esto último no lo haya sabido por Muñoz Molina (que él no podía conocerlo). Y es porque, en efecto, hay un puñado de personas que me han hecho saber, a su modo de decir sin usar palabras, que de vez en cuando les agrada darse un paseo por aquí, y echar un rato. Con lo valiosos que son los ratos de cada uno.

Y en homenaje a los buenos momentos que he pasado de chico -y no tan chico-, cuando en los viajes en coche jugábamos a contar hitos (que consistía en poner toda la atención posible para ser el primero en avistar –y advertirlo a gritos- el siguiente mojón indicador de un punto kilométrico de la carretera); cuento todo esto, justo al pasar por uno de esos mojones gordos. Esos esbeltos prismas triangulares, azules o rojos, que pese a lo simple de su constitución, ostentan la dignidad de un monumento, y que señalan los números más redondos de la longitud de las calzadas: en concreto, el 100.

Septiembre de 2011