I
Eran las 16:55 horas. El octogenario Lord Badminton ocupaba su butaca favorita en la biblioteca de su mansión del Condado de Yorkshire, mientras ojeaba un artículo de la Enciclopedia Británica. Consumía de esa forma los minutos finales antes de alcanzar la hora del té; cita de la que había sido anfitrión y concurrente durante cada día de los últimos 40 años, y que se celebraba con una puntualidad de recibo bancario.
Robert, el viejo mayordomo, entró en la biblioteca.
-Lord Badminton, en el hall hay una joven mujer que se ha presentado como Susan Wimbledon. Dice que necesita imperiosamente hablar con usted.
-Por el mismísimo Camelot, Robert, deshágase de ella. ¿No ve la hora que es?
-Ya lo he intentado, aunque sin éxito, Milord. Dice que es de importancia extrema y principal que usted le dedique un minuto.
-Está bien, Robert, ese es exactamente el tiempo del que dispondrá. Hágala pasar. Veamos que quiere esa mujer.
Al cabo de algunos segundos, apareció en la estancia una bellísima joven, a la que el adjetivo de 'escultural' tampoco le resultaba desajustado. Eso pensó Lord Badminton. Robert cerró la puerta tras ella.
-Usted dirá - dijo Lord Badminton-. Le ruego que sea breve pues dispongo solo de un minuto.
-Aunque mi nombre no le diga nada, Lord Badminton, soy nieta de Lady Margaret Darlington.
-¿Margaret? Mi querida Margaret. Por el gran Ricardo, ¿cómo se encuentra? ¿Qué es de ella?
-Siento ser la portadora de tan dolorosas noticias, Lord Badminton, pero mi abuela se muere. Un cáncer la está devorando el cuerpo, allá en su casa de Nueva York. Los médicos le dan dos o tres días de vida. Yo vuelo dentro de pocas horas para reunirme con ella, a fin de dedicarle mi atención y cariño en sus últimos momentos.
-Por todos los sajones traidores, cuánto me apena esta noticia que me trae. ¿Qué puedo hacer yo?
-Verá, Milord, ayer recibí una carta de mi abuela en la que me pedía que le visitara antes de reunirme con ella. En sus letras, me rogaba que pusiera todo mi empeño en intentar hacer el amor con usted en su nombre. Dice que nuestra unión física, cerrará, de alguna forma, la persistente angustia que le ha acompañado durante todos estos años por el hecho de que ella y usted nunca llegaran a consumar su amor, único y apasionado; y ello, como consecuencia de la terca oposición al mismo por parte de la familia Darlington. Añadía en la epístola, que este acto póstumo le daría la tranquilidad y serenidad necesarias para afrontar el final, y acometer su viaje hacia el misticismo de más allá de nuestro mundo. Su último pensamiento – dice – será para usted y el truncado amor que ambos compartieron.
Y esa es, Milord, la razón de mi presencia aquí. Me consta que es una hora del todo inoportuna, pero no dispongo de otro momento, puesto que parto hacia el aeropuerto en breve.
Lord Badminton se quedó pensativo; y tras algunos segundos, hizo llamar a Robert.
II
Eran las 17:01 horas. Robert accedió al salón de té donde media docena de caballeros charlaban animadamente. Lord Brightmore se dirigió al mayordomo:
-Mi querido Robert, creo que asistimos a un hecho histórico. Mi reloj marca las cinco y un minuto y Lord Badminton continúa ausente. ¿Nos trae noticias de él?
-En efecto Milord. Lord Badminton me encarga que les comunique su imposibilidad inmediata para estar aquí, y les ruega encarecidamente que le disculpen. No obstante, serviré el té ahora mismo. Lord Badminton me pide, asimismo, que les diga, que si puede se reunirá con ustedes en el plazo aproximado de una hora. Si no puede, lo hará en cinco minutos.
Agosto de 2011