estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



sábado, 22 de diciembre de 2012

A week in Stockholm (TRI-VA-GO)

En el vuelo de vuelta a Madrid, y en mi diagonal frontal-derecha (es decir, justo al otro lado del pasillo y en la fila anterior a la mía), viajaba un individuo joven que gastaba barba de talibán y pelo largo recogido en un moño alto.
 
Aunque solo accedía a su perfil izquierdo, y aún ése, un poco diagonal, pensé de inmediato que tenía un parecido extraordinario con el tío del anuncio de Trivago. Este que pueden ver al margen, en concreto.
 
También pude deducir, utilizando mis habilidades de Jessica Fletcher, que era guiri, al observar que se descalzaba en cuanto el avión hubo adquirido su horizontalidad de crucero, y habida cuenta de que los españoles somos poco de hacer semejante cosa. Averigüé, asimismo, que conocía nuestro idioma, si bien esto se desprendía directamente de ver que hablaba con una azafata, una de ya cierta edad (que es lo que queda más cerca de una edad incierta, pensándolo bien), y que le contestaba en un español de Chamberí, y a un nivel acústico imposible de ignorar a tan solo metro y medio de distancia. Por esa capacidad tan mía de poder entender lo que dice alguien que se encuentre cerca, y que se exprese, además, en mi idioma; pude saber que el joven barbudo había dejado la pasta en su mochila, que a su vez se encontraba en la parte delantera de la cabina. Y que era aquella circunstancia y no otra, como podría haber sido, pongamos por caso, que en publicidad se pague fatal de mal a los actores, la que le imposibilitaba para pagar el refrigerio, poco frugal, que se había pedido. La azafata que hablaba en español de Chamberí (y también en inglés de Chamberí), le tranquilizó, fiándole hasta que el pasillo quedara franco para acceder a la mochila.
 
Por idéntico principio por el que las personas, con frecuencia, no se dan por convencidas de una verdad, aunque la tengan delante de sus narices, si alguien no se la confirma antes con contundencia de profesor de mates; yo no acababa de poder asegurar, o poner la mano en el fuego, que es algo que está ahora muy de moda, que aquel individuo fuera el tío de Trivago. Y como casi cuatro horas dan para mucho, pensé que ya surgiría la ocasión de confirmarlo.
 
Sin embargo, el tiempo iba trascurriendo, y nadie parecía darse por enterado en el avión de que había allí una cara conocida. Y yo no estaba por la labor de preguntarle, así de frente y a quemarropa. Lo cierto es que me produce un corte paralizante el confirmar con presuntos famosos, si lo son o no lo son. Y ello, aún cuando el hacerlo, si es con resultado positivo, te facilita enormemente el poder dar la brasa a los amiguetes, contándoles que viajaste codo con codo con éste o con aquel. Que tú verás para qué les hace falta a los amiguetes saber tal cosa.
 
Además, hacer eso en mitad del vuelo, y exponerse a ser observado y comentado, y aún eventualmente censurado, por el personal circundante, no me seducía, por así decirlo.
 
En fin, que al final, como ya ustedes se estaban imaginando, pusimos el tren de aterrizaje en Madrid sin haber salido yo de dudas. Así que me dispuse a olvidar el asunto cuanto antes, y en eso estaba, cuando justo a la salida del finger, observé que dos jóvenes pizpiretas abordaban a mi vecino de vuelo, y parecían celebrar algo con sonrisas. Así que decidí no archivar definitivamente el caso, y procurar un acercamiento a las jóvenes para obtener por ellas, y de forma indirecta, la comprobación de la identidad de Mister Trivago. Y hete aquí que la ocasión se presentó ya casi llegando a la cola de los taxis. Me dirigí a ellas resuelto, y les interrogué sobre si ellas habían hecho lo propio con el tío de la barba a propósito de su identidad, o no, de actor de anuncio de buscador de hoteles baratos. Y me dijeron alborozadas que, en efecto, ese había sido su móvil para acercarse al tío, y que la sospecha que compartíamos había sido plenamente confirmada. Y lo celebraron de nuevo. Les di las gracias y me piré a casa.
 
Luego, al cabo de algunas horas, tuve ocasión de contarles todo este sucedido a mis amiguetes. Y como cabía esperar, no les interesó en absoluto. De manera que son ustedes mi último recurso, que lo sepan.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Dietario Errático (29-03-2012)

Desde aquella primera vez en la que vi la película de Carles Bosch, hay tres palabras que me vienen a la cabeza con terca insistencia. Puede que quiera grabarlas en mi mente a maza y cincel, como si de su recuerdo dependiera la posibilidad de lograr una inmunidad acorazada ante la amenaza de la desmemoria.

Pero no creo que funcione, como no lo hizo el aprenderme de memoria las letras más chiquititas del tablero de símbolos y letras que se utiliza para el diagnóstico oftalmológico, allá por mis catorce años. Entonces pasé la revisión médica, es verdad. Pero ello no me ayudó a ver la pizarra en condiciones, así que no me quedó otra que hacerme amigo de unas gafas. Pero ¿cómo trabar amistad con el olvido, la falta de entendimiento o los trastornos de la conducta?

Bicicleta, cuchara y manzana son las palabras mágicas. Después de todo no resultan tan rebuscadas. Pero ay de ti, si un día las olvidas.

Hoy me ha dado por deambular tras estas palabras fáciles, y a la vez traidoras, y he dado con esta página:

 

 
Siguiendo idéntico principio por el que mantengo mis pies bajo las sábanas, para que el horrible monstruo que se esconde debajo de mi cama en las noches de terror, y que sé que no existe, no pueda atraparme el tobillo; y aunque nada me indica, hoy, que vaya a necesitar este tipo de depósito bancario en el futuro, he decidido hacer donación de un recuerdo en ella. Un recuerdo importante. De esos que cuando son manifestados con emoción, nos hacen sentir pudor, porque nos muestran simples o pacatos o cursis a los ojos de los demás. O todo a un tiempo.

sábado, 24 de noviembre de 2012

El "fracaso" de una huelga general

Diversas fuentes de opinión han señalado que la huelga general que tuvo lugar en España el pasado 14 de noviembre fue un fracaso. Parece claro que el hecho que se maneja para concluir en esa calificación, es que el seguimiento de la misma no fuese mayoritario. O puede que incluso fuera más cierto decir que fue escaso.

Sin embargo, una huelga general no es un objetivo en sí misma, y, por tanto, no se puede valorar como éxito o fracaso. Eso habría que hacerlo en relación al objetivo al que está asociada la acción de huelga; y que me da por pensar que era la de “informar” a los que mandan, de manera expresa y sin posibles interpretaciones extraviadas, que la ciudadanía está en contra de la forma en la que se están haciendo las cosas, fundamentalmente en lo relativo a la gestión de la crisis. Claro, todavía existe un pequeño grupo de opinión (y probablemente siempre lo hará, en alguna medida) que intenta mantener vivo un cierto romanticismo histórico, según el cual una huelga general es una acción que persigue un objetivo singular e identificable, como el derrocamiento de un gobierno. Esta posibilidad que es verosímil para algunas personas, me traslada a hace más de un siglo, cuando la sociedad se explicaba en gran medida por la dualidad entre capital y trabajo, y la lucha de clases era el principio fundamental e inevitable de una convivencia en constante estado de incertidumbre.

Si analizáramos los factores que afectan al seguimiento de una huelga como esta, puede que tuviéramos que aceptar que, aún en el hipotético caso de que hubiera un único dato de seguimiento real y compartido por todas las partes (tengo la percepción a este respecto, de que la guerra de cifras ha sido, en esta ocasión, una contienda suave y breve), éste no sería un indicador válido del ánimo de la ciudadanía. En efecto, eso parece un hecho indiscutible, teniendo en cuenta que un porcentaje abrumadoramente mayoritario del empleo en España se encuentra en la pequeña empresa, en la que empleado y empleador se juegan a bloque los garbanzos con cada día de su actividad profesional. Y exactamente lo mismo ocurre en el caso de los autónomos. Así que parece que la posibilidad de un seguimiento mayoritario de una huelga general (no me refiero en absoluto a huelgas sectoriales) hoy no es sino una quimera. Aquí, tendrán que ser las organizaciones sindicales, las que en el futuro hagan un trabajo de imaginación e innovación, para actualizar, eventualmente, la forma en que las movilizaciones pueden llegar a ser igualmente efectivas, y sus resultados menos manipulables.

Porque sí. Aunque el decir que la huelga general ha sido un fracaso puede responder a una cierta falta de reflexión sobre la correcta utilización de las palabras, el ánimo más frecuente a la hora de hacerlo es el de manipular el significado de un hecho. Entiendo que determinados medios de comunicación (y entiendo bien), son, con independencia de la escora ideológica que muestren, perfectamente conocedores del significado de las palabras; de tal forma que al leer en sus ediciones que la huelga general ha sido un fracaso (cuando no un “absoluto fracaso”), tendríamos que entender que, en su opinión, la mayoría de los ciudadanos otorga su aquiescencia a las políticas anti-crisis del Gobierno. Y parece que esa es una conclusión, cuando menos, apresurada. Sobre todo si pensamos que las manifestaciones vespertinas del día 14 de noviembre, difícilmente se pueden tildar de fracasos.

Al margen del escaso servicio -no digo ya al país, porque puede que dentro de un puñado de años todos andemos cantando loas al buen juicio de este Gobierno, que ojalá- a la deseable práctica de describir con honestidad la realidad, que esos medios de comunicación hacen, uno tiene la íntima esperanza de que en algún despacho de las instituciones gubernamentales, los que rigen los destinos del Estado entiendan que la convocatoria de una huelga general es algo serio. Que no se hace por pasar el rato, y que será que algún nivel de descontento existe entre la población administrada.

Hoy desayunamos con la noticia de que en la cumbre europea de esta semana que ha tratado la aprobación del presupuesto comunitario para el año 2014, se han identificado claramente dos bloques. Uno de ellos, el de los países con menores dificultades presupuestarias y de acumulación de deuda, que tratan de restringir a velocidad de vértigo esa parte del presupuesto comunitario que respalda las políticas de crecimiento en Europa; y el otro que está formado por los que necesitan algo más de tiempo para ir corrigiendo sus desequilibrios financieros, y entre los cuales se encuentra España.

Es curioso. España tiene hoy idénticas razones (si ello fuera posible) para hacerle una huelga general a Alemania, que la “fracasada” convocatoria del 14 de noviembre para hacérsela a Rajoy.

sábado, 10 de noviembre de 2012

A week in Stockholm (Ice Bar)

Estocolmo es una preciosa ciudad. Yo recomiendo siempre su visita a todo aquel que esté por la labor de visitar ciudades que no conozca. Y como hace no demasiado tiempo tuve la ocasión (esta palabra es completamente inapropiada aquí) de pasar en ella casi una semana, pues me ha dado la impresión de que algo tenía que traerles de allí, aunque no fuera más que unas cuantas tonterías dispuestas en un puñado de renglones.

 

Ice Bar

 
Recuerdo al gran Tony Leblanc en su interpretación de aquel personaje llamado Cristobalito Gazmoño, que ocupaba su tiempo en ir de casa al gimnasio y del gimnasio a la Casa de Campo y de la Casa de Campo al gimnasio, y así ad eternum. Pues ése fui yo en aquellos días, yendo del hotel a la oficina y de la oficina al hotel. Es por ello que no tengo ni memoria intelectual ni fotográfica de cosas que puedan resultarle a nadie de interés. Pero como el blog está para desbarrar uno como mejor le parezca, pues yo les voy a hablar del Ice Bar de Estocolmo. El Ice Bar está situado justo en el hotel en el que yo me alojaba. Y sucedió que un día en el que por mor de demostrar yo para con el resto del reparto laboral del encuentro nórdico, una puntualidad británica que poseo aún no teniendo dicha nacionalidad, me presenté al comedor del desayuno a las 6:20 de la mañana. No me pareció mala idea, por darse la circunstancia de que el desayuno comenzaba a las seis de la mañana, al decir del tío que me ‘recepcionó’ el día que recalé en la hospedería en cuestión. Bien porque el empleado fuera nuevo, y aún no conociera bien los horarios, bien debido a que mi escucha inglesa resultara aún peor de lo que yo suponía, lo cierto es que no había ni rastro de café hasta las 6:30. De manera que me senté en una silla del vestíbulo, dispuesto a hacer tiempo. Y fue entonces cuando vi el cartel anunciador del Ice Bar. Era una pantalla electrónica cuyo contenido cambiaba cada cierto tiempo. Decidí traerles una de las imágenes del mismo. Es la que pueden ver al margen de este texto.

Fue una suerte que lo intempestivo de la hora me condujera a una coyuntura de casi absoluta soledad en aquel lugar, ya que me daba un poco de vergüenza andar haciendo fotos del cartelito de un bar. Solo un matrimonio de avanzada edad, sentado en un par de butacas rojas, estratégicamente situadas junto a la entrada del comedor, había caído como yo en el error horario, si bien a ellos les sería de mejor acomodo el poder explicarlo, por ser la pérdida de oído, o de memoria, una característica habitual a esas alturas de la vida. O puede que lo suyo fuera un acto volitivo consistente en asegurarse de que las salchichas no fueran a agotarse antes de caer, plato en ristre, sobre ellas. Sea como fuere, no me pareció que dieran excesiva importancia a mi comportamiento cateto, lo que no obsta para que ella, la señora del matrimonio, me observara con cierto gesto de sorpresa. Eso me incomodó en alguna medida, pero ya no había tiempo para reconsideraciones. Además, ¿qué no haría yo por este blog?

El Ice Bar es, como su propio nombre indica, un bar, además de ser un espacio asimilable a un iglú. Es decir, te metes allí dentro y te congelas de frío. Como nunca he estado en su interior ejerciendo de cliente, no sé si se pide hielo para la copa, o se sirve uno mismo de las paredes, pero a juzgar por las caras de felicidad de los ocupantes del cartel, el ambiente es como el de una juerga gaditana, por así decirlo.

En la entrada hay dispuestas en hilera unas perchas con prendas de abrigo, que son suministradas a los clientes. No obstante, en los meses de invierno la gente viene ya equipada en ese sentido, toda vez que los valores termométricos observables en el bar y en el exterior del hotel son bastante semejantes.

Como pueden ver, los precios son razonables, dado que, con un poco de suerte, cubren también la hibernación permanente del conjunto orgánico propio. Las 190 Coronas Suecas, unos 22 Euros al cambio, dan derecho a entrar y a tomarse una copa; pero si eres un chicarrón del norte (quiero decir del norte dentro de franjas más al sur de Escandinavia), y aguantas el tiempo suficiente como para tomarte una segunda copa, entonces te hacen un barato. En fin, fenomenal.

Al día siguiente de hacer esta foto, llegaba yo al hotel ya anochecido, cuando vi un autobús frente a la puerta de entrada. Era un autobús con tres ejes, como los que suelen verse en esas pelis americanas, en las que el chico protagonista (e irremediablemente incomprendido) termina por escaparse en autobús a Atlanta. Del autobús en cuestión se apeaban hordas de japoneses (puede que cuarenta) que accedían al edificio. Pensé que el hotel tendría que poner el cartel de “no hay billetes”, como ocurre de habitual en las corridas de toros de la feria de Madrid. Pero fue una suposición apresurada y errónea. Los japoneses iban solo a ver el Ice Bar. En efecto, allí estaban todos frente a la puerta del bar, apuntando con sus cámaras hacia el interior del bar y al cartel electrónico que me había hecho a mí un poco japonés durante unos instantes el día de la víspera. Ninguno traspasaba la entrada. Deduje que la visita era meramente turística, y el alojamiento no entraba en sus planes. Todos se alineaban justo en la raya imaginaria que separaba en el suelo ambos territorios: el del bar y el del hotel. Daban una imagen parecida a la de las manadas de ñus, que en sus agotadores éxodos africanos llegan a la orilla de un río ancho y traidor, y se coscan de que meter la pezuña en el agua puede ser una putada de las grandes, si les pilla el remojón suficientemente arrimados a uno de esos cocodrilos con hambre atrasada de varios meses, y que patrullan las aguas en busca de la pitanza.

Miré hacia el rincón de las butacas rojas, buscando instintivamente la presencia de la señora del día anterior. Aquellos turistas me redimían de la eventual mala impresión que yo hubiera podido producirle. No estaba allí. Miré mi reloj, y comprendí que era lo previsible. Si aún seguía en el hotel, debía de haberse recogido temprano, para poder ser de las primeras en llegar a las salchichas del desayuno del día siguiente.



 


sábado, 7 de julio de 2012

Perfiles

La tía Adela llevaba años diciéndome que tenía que visitarla en su casa de Oropesa, y yo llevaba años dándole buenas palabras, pero sin cumplir jamás con sus deseos. El último verano, al fin, y para liberarme de la mala conciencia que me producía el no mostrar aprecio por la invitación de la tía Adela, le di gusto y me planté allí durante una semana. La casa estaba ocupada, además, por la familia del hijo de la tía Adela: el primo Raúl.

En esa semana no han sucedido cosas susceptibles de dejar una huella indeleble en mi memoria, ni tampoco se han dado hechos que pudieran hacer mella, en lo fundamental, en mi estabilidad emocional. La verdad escueta es que no había nada en aquella casa que guardara ni la más remota relación con las cosas que me hacen sentir a gusto, si exceptuamos la inagotable simpatía de la tía Adela.

El primo Raúl ha accedido a unos estatus social y económico elevados. Ello parece haberle transmitido una extraña conciencia de que ahora su naturaleza, tejidos epiteliales incluidos, no es como la de los demás mortales. Su actitud de suficiencia para con todo el mundo, es de tan desmedido tamaño, que durante algunos días pensé que sus "tonterías" formaban parte de un montaje de cámara oculta cuyo objetivo era gastar una broma al novato del grupo que era yo. Me he tenido que morder la lengua en varias ocasiones para no aplastarle, o al menos intentarlo, con algún comentario de esos que dejan ‘sin arrugas’ al objetivo al que se dirigen, y en un silencio de cementerio al conjunto de los presentes. Pero claro, no era plan el cuestionar al cabeza de familia (o quién sabe si de la civilización occidental moderna). La verdad es que el concepto que tenía de él, basado en nuestros cortos y ocasionales encuentros en las celebraciones de los eventos sacramentales de la familia, distaba mucho de incluir que el primo Raúl hubiera sufrido una abducción por parte de la esencia de lo inefable.

Anabel, la mujer del primo Raúl, está de muerte. Responde paradigmáticamente al principio aquel de tan tortuosa digestión conceptual de que "detrás de un hombre de éxito, hay una mujer de no me acuerdo qué órdigas de tal y cual", o sea, que no tiene entidad propia, fuera de su concepción como apéndice de Raúl. Probablemente, ha tenido esa misma naturaleza toda su vida en relación a sucesivos referentes humanos, y he llegado a la conclusión de que el hecho de que Raúl sea el actual, no tiene una relación directa con las virtudes o no que éste pudiera tener: probablemente Raúl pasaba por allí, por la vida de Anabel, en un momento adecuado. Puede que justo después de haber leído ella su horóscopo semanal.

Anabel es una organizadora incansable de lo perfecto. A veces parecía que la playa adquiría colores ambientales diversos, para estar conjuntada con la estética que ella hubiera determinado para ese día, materializada en la adecuada combinación de los colores de bañadores, camisetas, sandalias y hasta sombrilla. Situada siempre dentro del guión, el plan más apasionante que me ha ofrecido en estos siete días ha sido una partida de petanca, eso sí, con bolas plateadas. Un día, contra pronóstico, y aprovechando que Raúl tuvo que cumplir con un compromiso socialveraniegolaboralextraño de "ya que estás por allí, hombre, pues acércate"; conseguí de ella la asunción de una pequeña dosis de riesgo y me la llevé al cine de verano por la noche. Desgraciadamente, la cobertura realizada por la tía Adela en el puente de mando dispensador de cenas familiares no fue suficiente como para ahorrarle unos persistentes remordimientos que me estuvo confesando durante buena parte de la noche, incluido el rato en el que trataba yo de ponerme al día en el argumento de la película. Esta circunstancia, la de la locuacidad purificadora de conciencias de Anabel, me disuadió completamente de proponerle un alargamiento de la escapada nocturna, en la que en todo caso nunca me hubiera planteado ir de crápula, aunque realmente no sé por qué.

En fin, una buena mujer después de todo, a la que no me he atrevido a adoctrinar sobre las capacidades potenciales del ser humano, a fin de no crear inconsistencias y desajustes en su software operativo, y para no sentirme culpable de una eventual, aunque improbable, quiebra del orden familiar establecido. Creo que, en todo caso, el asunto habría concluido en un diagnóstico suyo con el principal mensaje de que yo me complico la vida en exceso.

Diego y Álvaro cierran la alineación de la familia. Siempre he desconfiado de estos nombres castellano-medievales, que parecen sacados de la costilla incorrupta del Cid Campeador. Y en efecto, yo tenía razón. Aunque los padres que utilizan estos nombres pretenden que los niños sigan el mágico camino de sus ancestros caballeros dando mandobles al mal y rescatando doncellas, y no era el ánimo de Anabel el desobedecer a la tradición ni desilusionar los deseos de Raúl; lo cierto es que estos dos angelitos de idénticos tamaño y edad, son unos animales con tanta educación como los protagonistas de la película "en busca del fuego". Anabel, que es una madre vocacional, le dice con frecuencia a Raúl, que no le importaría ir a por "la parejita". Se conoce que el embarazo único, ocurrido hace ya 10 años, dejó gravemente averiada su capacidad para la comprensión matemática, y en especial la de contar unidades, incluso si son pocas.

Un día ejercí de "tito" (expresión cursi donde las haya), y me llevé a los supuestos niños a dar una vuelta por el pueblo. Entramos en una tienda donde me pidieron insistentemente que les comprara a ambos la misma camiseta. El diseño de la camiseta en cuestión era la cara de un tipo de tono más bien bermejo y cuernecillos a juego, que guiñaba un ojo encima de la siguiente leyenda: "God is busy, can I help you?". Fui inflexible en mi negativa, además de por el mal gusto de la prenda, por el detalle de que cada camiseta costara 19 euros. Y como quiera que en aquellos días ya estaba harto de reconducir mis ataques de cólera; el tipo de la tienda se llevó las que eran suyas y las que no. Le dije bien a las claras que aunque el hecho de que él pretendiera hacer su agosto en agosto, era algo que se presume ordenado; no lo era tanto que lo intentara haciendo del mío, un enero con su cuesta y todo, y que mejor haría en darme un par de chupachups para esos bestias que estaban a punto de arrasar su tienda, y si podía inyectarles algo de Valium previamente, mejor.

De vuelta a mi vida y a la comodidad de las rutinas, le contaba a mi amigo Julio mis devenires castellonenses, un día en el que me pareció encontrarle particularmente místico. No se le ocurrió otra bondad mejor que decirme cuando hube terminado: "Ya ves cómo son las cosas, majo. Todo esto para que, al final, la familia de tu primo Raúl sea probablemente mucho más feliz que tú".

Ten amigos para esto.

Septiembre de 2004
Rev. en Septiembre de 2007

domingo, 17 de junio de 2012

Dietario Errático (23-08-2011)

Tengo un vecino en mi casa (léase portal), que también lo es de piso (entiéndase planta), que solo hace que hablarme de la TDT (sí, exacto, la Televisión Digital Terrestre), cuando coincidimos en el ascensor. Así, a bote pronto, uno piensa que hablar de la climatología en semejante situación es un recurso razonable, dado el hecho probable, o al menos posible, de que ésta sea cambiante cada día. Pero la TDT es inmutable. Es como muchos axiomas científicos o los dogmas de fe. De manera que una vez que se ha dicho algo sobre ella, ya no queda más nada que se pueda añadir. Eso creía yo hasta hace tres o cuatro años, o los años que haga que se inventó este invento, que ya debe ser un plazo de esos que uno intuye cortos, y siempre acaban por ser más largos. Lo que demuestra, por cierto, que hay un porcentaje elevado de lo vivido que no merece la pena ser recordado; sin que esto suponga una interpretación pesimista de la vida. Eso jamás.

Bueno, pues eso. Que cuando empezó la TDT, un buen día este vecino mío me “atacó” en el ascensor con el tema. Creo que fue algo relativo a los conectores de antena que hay en el salón, y que son dos en lugar de uno, y en relación a ello, si yo veía mejor la TDT conectando la tele al uno o al otro. Recuerdo casi nada o nada de mi respuesta, pero tuvo que ser de una vaguedad preocupante para mi vecino, que se empeñó de inmediato en hacerme una inspección visual de la instalación del aparato del TDT de casa. Y en efecto, a los pocos días la hizo. No pude impedírselo (nadie hubiera podido), cuando salió presto de su casa al oírme llegar de la oficina por la tarde.

Aunque en aquel tiempo yo veía bien los canales de la televisión terrestre, algo debió no merecer su conformidad de inspector televisivo, porque a partir de aquel momento, y en los últimos años, cada encuentro nuestro en el ascensor (afortunadamente somos de horarios poco compatibles) se ha venido saldando con una frase por su parte, que es esta que aquí cito: “¿solucionaste ya el problema de la TDT?"

Jamás supe qué problema tuve con la TDT. Pero el recuerdo de la entregada preocupación de mi vecino por mi acceso a los contenidos televisivos, me vino de nuevo a la memoria hace algunas semanas, cuando cambiaron la frecuencia de emisión del Teledeporte y de algunas otras cadenas.

Como quiera que soy un tipo paciente y tranquilo, no di mayor importancia al hecho de dejar de recibir la señal del Teledeporte. Como quiera, empero, que soy de natural algo Mariano, y hay retransmisiones deportivas a las que me gusta asistir desde mi sillón, y que empezaba a perderme por no tener las cosas en su sitio; un día en que me tropecé con el vecino de enfrente, me pudo la ansiedad y me adelanté a él, preguntándole si podía ver Teledeporte en su casa. Y ello, por saber yo si era un problema de antena que discriminaba a unas verticales respecto a otras, o era que estábamos todos los habitantes de la finca perfectamente desintonizados. Como en las reuniones de Comunidad, vaya.

En fin, lo cierto es que podía haberme ahorrado el lance, porque al día siguiente encontré un cartel en el portal de casa que anunciaba que el canal de Teledeporte ya estaba disponible, y que podía ser sintonizado en las televisiones.

Ahora sospecho que mi vecino, que lo es de portal y planta, andará escribiendo por los blogs de Internet, que tiene un vecino algo raro que solo hace que hablarle de la TDT cuando se lo encuentra en el ascensor.

sábado, 9 de junio de 2012

Tàpies


Con mi admiración para Laura, por haber acumulado ya tanta pasta de artista, en tan corto tramo de vida.





Seguro el trazo.
De Tàpies plasma Laura,
un fiel retazo.




Antoni Tàpies por Laura Rodríguez Calzada
(Rotulador sobre papel)

(Para ver la imagen en su tamaño original, hacer doble click sobre ella)

jueves, 10 de mayo de 2012

Follow you, follow me.

Entre los cuatro sumaban 48 años. Preparaban el Highway to Hell para el día de la pequeña gran fiesta. Ella echaba de menos que alguien le apoyara con otra voz, ¿qué tal en el estribillo? Highwayyy to Hell… Pero a los chicos lo que les iba era el guitarrazo sin piedad. Y menudos guitarrazos para gente que no le sacaba aún demasiados centímetros al extremo del mástil cuando la guitarra estaba de pie en el suelo. En uno de los últimos ensayos, el batería decidió hacer el estribillo con la chica, y eso supuso un lío para el montador del tinglado, porque instalar un micro delante de la batería es tarea compleja. Hay que ponerlo un poco lateral, y aún así, nunca sabes. Con los directos nunca sabes, y tan chavalillos...

Puede que por una razón semejante a lo narrado empezara Phil Collins a levantarse del asiento de la batería para que se le viera mejor al cantar. Eso sería después de que la voz de Peter Gabriel se alejara por las bambalinas después de haber llenado tantas veces el escenario. Esta canción es de cuando Phil Collins ya estaba de pie, y delante frente al público, pero tiene un cierto regusto antiguo de la primera época de Genesis. Por eso me gusta especialmente. Aunque después de escuchar varios temas de esta banda, casi todos me gustan especialmente.



 


Si a alguien que lea esto le gusta mucho Genesis, y no conoce de su primera época (la que llaman de rock progresivo) el álbum Selling England by the pound, lo recomiendo fervientemente. Es un disco excepcional, de esos que se estructuran en partes a las que denominan canciones, aunque bien podían llamarlas movimientos. En el disco hay, sin embargo, un temita chiquitín que abusando de su paciencia les dejo también. Curiosamente es la única parte del disco que canta Phil Collins, entonces desde su taburete.



 

domingo, 22 de abril de 2012

Dietario Errático (10-08-2011)


La expresión “el tendido de los sastres” alude a aquella posición de altitud bastante, y estrecha proximidad a un recinto taurino o deportivo, desde la que se puede ver gratis algún espectáculo que en él se desarrolle.

El porqué del nombre no está para mí demasiado claro, tras haber dedicado un rato a investigarlo en la Red. Pero me quedo, al fin, como más probablemente cierta, con la explicación que ofrece la crítica taurina de una corrida de la feria de Málaga de 1966, publicada en el diario ABC. Según ella, “el tendido de los sastres” es el resultado de una degeneración espontánea de la expresión original que era la de “el tendido de los desastres”. Con éste nombre se hacía referencia a los exteriores cercanos a la puerta de mulillas de la antigua Plaza de Toros de Madrid, sita cerca de la Puerta de Alcalá, en la que no existía alojamiento interior que hiciera las veces de desolladero. Eso suponía que había siempre, en las tardes de toros, un grupillo de desocupados que echaban el rato viendo en directo el descuartizamiento del astado en plena calle. Que a punto estoy yo de decir que ya hay que estar desocupado para preferir la ocupación de contemplar semejante cosa, a cualquier otra. Pero no me atrevo, toda vez que a mí me resulta de un entretenido mollar (aunque poco sincrónico con la distancia a la que aún tengo la jubilación), el ver el trabajo de las grúas en las obras de las ciudades; sin que me importe gran cosa cuál sea la obra, la marca de la grúa o la ciudad.

Pero me vengo de nuevo a lo que quería contar. El otro día mi padre me recordó este término a propósito de un hecho que me parece, cuando menos, tierno (sí, ya sé que el uso de esta palabra, desde nuestro entendimiento del mundo actual, parece algo inapropiado -una mariconada, vaya-, pero es la mejor que he podido encontrar), y sin ninguna duda, nostálgico.

Pegado al antiguo estadio de Chamartín, que se encontraba donde hoy lo hace el estadio Santiago Bernabéu, había un desmonte desde cuyo alto se podía ver una buena parte del terreno de juego. Allí se reunían los aficionados, fundamentalmente chavales, cuyo bolsillo no resistía la compra de una entrada. Pues bien, existía la costumbre de que cuando un balón se salía de los límites del estadio, a aquel que lo devolvía al recinto -normalmente alguno de los ocupantes de aquel singular tendido de los sastres, que eran los que estaban más atentos a la jugada-, se le permitía el acceso definitivo al mismo sin tener que pagar entrada.

La reflexión sobre este hecho, puramente anecdótico, puede servirnos para ilustrar algunas diferencias entre cómo eran las cosas entonces y como son ahora. Por supuesto, los recursos disponibles, el nivel tecnológico de las sociedades desarrolladas, y los principios que “rigen” la forma de interactuar las personas en lo referente al ocio, los negocios, y otros muchos ámbitos, han sufrido un cambio radical. No cabía esperar menos de 70 años de días tachados en el calendario. Pero la pregunta del millón sigue sin estar respondida: ¿Existe una relación de proporcionalidad entre la evolución de todos estos factores, y la de la satisfacción personal de los individuos en el desarrollo de sus vidas? ¿Debería haberla?

Bueno, pues ahora que he introducido una de esas preguntas imposibles, me las piro de forma cobarde (e ignorante también, sirva esto en mi descargo). Pero no sin antes decir que de todo esto, al menos una cosa me queda clara: El tendido de los sastres no podía recibir su nombre en honor a la proverbial falta de recursos económicos de los modistos. O eso, o los maestros en idiomas mienten como bellacos cuando nos enseñan inglés, haciéndonos repetir aquello de “My tailor is rich”.

lunes, 9 de abril de 2012

Venecia



Regias fachadas,
vanos por los que en Venecia
transitan hadas.



Fotografía: Flaurash

sábado, 7 de abril de 2012

El fraude fiscal y otros fraudes consentidos



El fraude fiscal en España está cuantificado en una suma tal, que de acabar totalmente con él, se cubriría todo el déficit presupuestario. Y aunque hay parte de él, el derivado de las necesidades materiales mínimas de algunos y de sus medios de supervivencia, al que no sería prudente atacar en este momento, la tarta aún daría para un multitudinario cumpleaños. Bien. Esto no deja de ser un planteamiento demasiado teórico. El papel lo aguanta todo, y en el terreno de lo posible, acabar con el fraude fiscal no es tan sencillo. Y menos en este país de Guzmanes de Alfarache. O sea, de tramposos, aprovechados y gente de escasa severidad con la propia conciencia (no vaya a ser que no se me entienda bien por culpa del adorno literario). Pero una cosa es que arreglar las consecuencias de los hábitos insolidarios de algunos ciudadanos no sea fácil, y otra muy distinta, el convivir con ellos con naturalidad.

Todos (y cuando digo todos quiero decir todos sin excepción) conocemos a gente que no cumple del todo con sus obligaciones fiscales. Y no digo con esto que todos seamos defraudadores, no. Lo que quiero decir es que el fraude fiscal no es patrimonio exclusivo de los tiburones profesionales de las Bolsas de Valores y los mercados financieros, ni de la gente titular de patrimonios exorbitados. Veo a gente a quien se le pone la vena del cuello gruesa por culpa de la vehemencia que les ataca cuando se refieren a la amnistía fiscal parcial introducida por el gobierno en los Presupuestos Generales del Estado del año 2012, y veo, con decepción, que son los mismos que te dicen un día sí y otro también: “eso no hay que meterlo en la declaración de IRPF. Hacienda aún no puede cruzar esos datos”. Hace poco un tipo que conozco, y que es el paradigma de la crítica al ‘comportamiento manirroto de las Administraciones del Estado’ (el tipo en cuestión dixit), me dijo esta frase, capaz de petrificar a cualquiera a lo Lot’s Family Style: “El fraude fiscal no es lo mismo que la elusión fiscal. No hay que confundirlos”. Elusión fiscal: inefable eufemismo. Bien, pues este tipo no es un bicho raro, por mucho que no sea un buen bicho. No nos engañemos.

Lo cierto es que el Ejecutivo Español ha arrojado la toalla. Reconoce abiertamente el fracaso de la actuación comprobadora del Estado sobre las ganas de los españoles para cumplir con sus obligaciones tributarias. Y si uno se pone a desmenuzar el asunto en términos de sentido común, tiene que llegar inevitablemente a la sospecha de que no es posible que todos los miembros del cuerpo de Inspección de la Hacienda Pública Española sean dejados o negligentes o corruptos o incompetentes. No. Lo más probable es que solo un porcentaje muy pequeño de ellos pertenezca a alguno de esos grupos. De manera que la siguiente conclusión, necesaria, es que el Estado no les provee de los medios necesarios para hacer su trabajo de una manera eficiente y efectiva. Y ahí la cosa tiene mala disculpa ni fácil utilización partidista, porque eso sí que es una clara negligencia de los gobiernos españoles durante los últimos 30 años. La amnistía fiscal parcial incorporada a los PGE del 2012 es un reconocimiento, triste y doloroso, de que no somos un país serio. Y me da igual que me digan que esto ya se había hecho antes en España, o que se ha hecho también en otros países de la Unión Europea. No somos un país serio. No, no lo somos. Así que haciendo un rápido inventario de hechos insólitos en este país en el que el tuerto es el amo, me encuentro con algunos muy claros.

A pesar de que la situación del país es casi desesperada (esto parece ser lo único en lo que los partidos políticos están de acuerdo), el tan celebrado Gran Pacto de Estado, cuyo establecimiento han prometido fomentar los dos grandes en distintos momentos del pasado (en los que, por cierto, la situación no era tan mala), hoy puede esperar. No hay tiempo que perder, y no se puede dejar la inaplazable tarea de soltar mandobles al contrincante político, para cuando lo que tenemos encima escampe un poco. No. Unos llevan a cabo acciones de gobierno que les parecían censurables hace un par de años, y los otros censuran hoy lo que ellos quisieron hacer entonces. No hay más otra que sentirse defraudado con la clase política. Ellos son los protagonistas de otro fraude hacia los ciudadanos. La exhibición de conductas que demuestran que la vocación de servicio a ellos es una definición que les es bastante ajena. Y aunque su valoración, una y otra vez, no llega al aprobado en opinión de aquellos a cuyo examen deben someterse, parece que nunca recogen la papeleta con la calificación. Sin embargo, esos mismos calificadores que no aprueban a las figuras políticas en las encuestas, siguen dándoles su voto en las consultas electorales. Quizá piensen que no hay otras opciones a las que votar, y que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. O quizá siguen viviendo la fantasía de que existen ideologías diferenciadas, basamentos específicos en lo referente a la moral social y la concepción del Estado, debajo de los partidos mayoritarios; una verdad a cuartos (ya ni a medias llega a ser) porque lo único que éstos mantienen diferente es el escaparate para ver si así tientan al comprador. Luego, en el cuarto trasero, almacenan idéntico producto. En la pasada campaña electoral de las legislativas de noviembre de 2011, hubo partidos que anunciaron su intención de hacer de la lucha contra el fraude fiscal su principal argumento de gobierno. O sea, que había alternativas. Pero se conoce que no supimos escucharlos atentamente, porque no obtuvieron el respaldo necesario como para condicionar y vigilar la acción de gobierno. También es verdad que la ley electoral que tenemos, un flagrante fraude, otro más, a la representatividad efectiva en el Parlamento, no les ha ayudado demasiado.

Mientras tanto, determinados grupos sociales y políticos enarbolan la pancarta de que el Estado del Bienestar es un concepto etéreo e ingrávido. Una realidad ectoplásmica cuya conservación depende exclusivamente de la voluntad de las personas, sin que tenga importancia alguna el hecho de que haya o no dinero en la caja. Y que además, su eliminación puede ser considerada como un bien por parte de algunos, y en consecuencia, buscada conscientemente. Y hay quien compra estas ideas. Parece que en tiempos revueltos, los mercadillos del disparate, la demagogia y el fraude conceptual funcionan bien. Somos como esas comunidades de vecinos en las que se decide arreglar el ascensor (por unanimidad, como está mandado), y en las que a renglón seguido se rechaza la subida del recibo mensual para poder pagarlo.

El triste corolario que se me ocurre para todas estas reflexiones, admito que no muy optimistas, es que se puede comprender perfectamente a los jóvenes, esos ciudadanos de músculos y voluntad aún vigorosos, cuando toman la difícil decisión de buscar una solución a todo esto en otro lado. Y es que, aunque duele decirlo, verdaderamente este país está para irse.

jueves, 5 de abril de 2012

Abecedario Versátil: El Matrimonio



Ajuar. Conjunto de cachivaches y otros elementos de naturaleza diversa que llenan la casa donde habitan los miembros del matrimonio (dos, en la mayor parte de las ocasiones). Se genera espontánea y caóticamente a lo largo de años de convivencia. Antiguamente, sin embargo, lo iba reuniendo la novia, como aquel que colecciona los cromos del álbum “Liga BBVA 2011-2012”; y ello, aún cuando “vete tú a saber si me casaré o no”. Sorprendente.

Boda. Acto formal en el que los dos miembros del matrimonio se comprometen delante de la peña de parientes y amigos, a cosas que luego son incapaces de cumplir. Ahora que lo pienso, los contrayentes de la ceremonia nupcial y los políticos tienen ahí un punto en común. Culmina, el acto, con la frase: “Sí, quiero”, o quizá era “Sí, ¿quiero?” Bueno, una de las dos.

Cuñado. Individuo cuya opinión respecto a uno es siempre una incógnita. Los hay de dos tipos (a los efectos del tema de este abecedario): el hermano del cónyuge (éste tiene un pase, aunque pretenda jugar al Mus mejor que nadie); y el marido de la hermana del cónyuge, al que también se denomina concuñado (éste es como una entelequia lejana, la mayor parte de las veces). También existen las cuñadas. De ellas se puede decir que la mayor parte de las veces, son mujeres.

Divorcio. Utilizando un símil informático, es como el comando “undo” del matrimonio. Un día uno dice: “coño, ya me he equivocado”, y entonces hace Ctrl Z. Y ya está.

Enamoramiento. Estadio por el que pasan los miembros de la sociedad conyugal de manera previa a la formalización de la misma. Bueno, en realidad esto es solo una aproximación teórica, porque ni todos los enamorados se enamoran de la misma manera, ni todos los que se casan necesitan de este paso intermedio. Existen personas que a los diez minutos de haber conocido a otra del sexo opuesto (o no) sienten la necesidad imperiosa de formar una familia con ella. Y esto no sé muy bien lo que es, ni con qué letra empieza.

Félix Mendelsshon. Autor de una obra musical clásica que se utiliza con frecuencia en las bodas. El que le da al “on” para que suene la melodía, suele encontrarse en el anfiteatro de la iglesia, también llamado coro, y anda puteado siempre porque no ve desde allí cuando empieza a entrar la novia en el templo. Una gran responsabilidad poco valorada.

Guanda. ¡Guanda, guanda!, ¡Por Dios, Mariano, trata de guandar un poco más…!

Hijos. Son la viva materialización del refrán aquel que dice que “la jodienda no tiene enmienda”. Bueno, esa es la visión pesimista. La optimista es que una vez que están, son como el Scotch Brite: no se puede estar sin ellos.

Invitado. Unidad elemental y básica de la que se componen las hordas que arrasan con el catering de la celebración de las nupcias. Su definición se convierte en un problema de importancia principal cuando los inminentes suegros intervienen en ella.

Juzgado. Competencia de la Iglesia en el mercado de los casorios. En él, se celebran las llamadas “bodas por lo civil”. Analizada esa expresión, y por exclusión, podría interpretarse que las otras se celebran por lo penal.

Kilogramo. Clásico intruso que en número variable se suele adherir al cuerpo serrano de los cónyuges, no más están de vuelta del viaje a bodas (que fue a Tanzania, que lo sepan). Después de un tiempo, los kilogramos adquieren en los hombres una forma redondeada que se suele denominar ‘curva de la felicidad’. Podría decirse, haciendo un juego de palabras, que qué gran facilidad tenemos para adquirir la curva. Las mujeres resisten mejor este ataque. Donde va a parar.

Lista de bodas. Es un sinvivir. Se meten en ella los objetos más peregrinos, independientemente de su utilidad real, al objeto (valga la redundancia) de que existan opciones de elección suficientes para todos los invitados. Que siempre está el listillo de última hora que luego te dice: “es que cuando fui a la lista de bodas, solo quedaba el reloj de cocina”. En los últimos tiempos ha caído en desuso, en su forma arcaica, y ha migrado a otra modalidad en la que la lista tiene un solo elemento. Uno que atiende al acrónimo de CCC, y que tiene 20 dígitos.

Mamá. Mote que se empieza a aplicar a la mujer cuando aparecen nuevos miembros en la unidad familiar. En algunas regiones y ámbitos culturales, el apelativo pierde su tilde natural.

Numerao, numerao viva la numeración. Quien ha visto matrimonio, sin cobrar amonestación. Que diría Jose Luis Rodríguez (alias “El Puma”). Pues eso, que si alguien sabe qué significa esto de “numerao”, que me ponga al corriente, por favor. Muchos matrimonios, lo son sin tener esta información imprescindible. Y es que el mundo está lleno de insensatos.

Ñu. Animal que habita los Parques Nacionales de Sudáfrica, Kenia y Tanzania; que es donde van de viaje de novios un montón de matrimonios recentales. (Vale, vale, ya comprendo que ésta ha ido un poquito justa).

Onanismo. Sea una función matemática y=f(x), en la que la variable ‘x’ es el número de años de matrimonio, y la función ‘y’, la frecuencia con la que los miembros de la pareja acuden a la práctica de este tipo de actividad; pues bien, la representación gráfica de la función ‘y’ es una parábola invertida. O sea, cóncava en el sentido ascendente. No sé si me explico, vaya.

Papá. Mote que se empieza a aplicar al hombre cuando aparecen nuevos miembros en la unidad familiar. En algunas regiones y ámbitos culturales, al igual que en el caso de las mujeres, el apelativo pierde su tilde natural. El problema, en este caso, es que Benedicto XVI pasa a estar inmediatamente bajo sospecha.

Querida/o. Es la persona que le da cancha en la cama al marido o a la mujer, respectivamente, cuando la mujer y el marido no se la dan mutuamente. El término suena un poco a rancio, y en la actualidad se suele emplear mayormente la palabra amante, pero es que la ‘q’ estaba más complicadita.

Recalcitrante (soltero). Es un síndrome que adorna típicamente a algunos hombres, y que les hace caer enfermos en cuanto sienten la presencia inminente del chaqué y del anillo de bodas. Son síntomas habituales de las crisis padecidas como consecuencia del síndrome, un irrefrenable temblequeo en las canillas, o la avería sobrevenida del teléfono móvil, del fijo, y aún del tam-tam, del enfermo en cuestión.

Suegra. Figura inseparable del hecho matrimonial. Es el icono de un moscardón dando la barrila e interfiriendo constantemente en el ámbito de los esposos. Hay infinidad de chistes sobre suegras y todo eso; pero yo creo que esa imagen no es más que otra leyenda urbana. Anda que no echan una mano las suegras.

Tálamo. El sitio donde los de hace tres palabras no se daban cancha.

Unidad familiar. Así denomina la Agencia Tributaria al sujeto pasivo del I.R.P.F. que está compuesto por varias personas físicas de una familia fundada a partir de un matrimonio (más o menos, viene a ser una cosa así). Pero el que la familia esté unida o no, no es algo que a la Agencia Tributaria le importe demasiado. Vocablos compartidos por el lenguaje de lo técnico y el de lo conceptual.

Vivienda familiar. Otro término muy del fisco, jatetú. Como su propio nombre indica, es donde viven el matrimonio y los demás miembros de la familia que vayan incorporándose a la misma. Dependiendo del grado de cohesión social que exista dentro de ese espacio común, a veces se le denomina también hogar.

Wanda. Nombre típico de mujer sexualmente irresistible que aparece en los sueños de algunos, en las noches en las que amanecen confirmando la validez de los versos de aquella vieja y entrañable canción que decía: “todas las mañanas, cuando me levanto, tengo la pilila más dura que un canto”. (No puedo garantizar la exactitud de la letra, porque hace ya bastante que yo no la interpreto).

Xilógrafo. Profesión que ejerce el que hizo aquella placa de madera que los amiguetes regalaron a los novios cuando la boda. Placa que se quedó cogiendo polvo en el fondo de un armario durante años. De vez en cuando, alguien da con ella casualmente, y le sirve de recordatorio de su situación.

Yo. Concepto que en muchas ocasiones desaparece del cerebro de las partes del contrato matrimonial, cuando llega el de nosotros. Craso error. Quienes tienen la inteligencia emocional de esquivar esta trampa tan tradicional, evitan con mayor facilidad el advenimiento del “Ctrl Z”.

Zidane. Nombre de uno que, o mucho me equivoco, o se llevaría al altar a más de una fémina, con solo ponerle ojitos y decirle unas palabras tiernas llenas de “erres”, de esas que los franceses acostumbran a mudar en “ges”.

Noviembre de 2011




viernes, 16 de marzo de 2012

Dietario Errático (24-06-2011)


El tipo que inventó el teclado qwerty, aportó al mundo algo que está hoy tan difundido, que no parece muy discutible aceptar que estamos ante un ejemplo paradigmático de lo que llamamos ‘innovación’. He practicado una consulta rápida y oportuna en la Red, y sabido por ella que el teclado qwerty lo inventó en 1868 un sujeto llamado Sholes. Este dato no me ha aportado gran cosa, es cierto. Pero lo verdaderamente doloroso es que cuando por caprichos del azar, este tema salga (que ya es difícil, me parece a mí) a colación en alguna conversación con amigos, no podré darme el pisto soltando el dato inadvertidamente, porque para entonces, habré olvidado con toda seguridad, el nombre del tipo y el año. Pero para sacar algún provecho de lo que hoy sé, diré que en realidad, no fue tanto inventar lo que hizo el inventor, como llevar a la práctica, en el terreno de la mecanografía, la sensatísima idea perfectamente explicada unos 70 años antes por Napoleón, cuando dijo aquella famosa frase que se le atribuye de “Vísteme despacio, que tengo prisa”. Y es que el teclado qwerty distribuía los martillos mecánicos que sostenían las letras, a lo largo del sector semicircular que los albergaba, de manera tal, que se garantizaba que no se quedaran enganchados dos de ellos que estuvieran muy próximos. Es decir, aseguraba más tiempo entre los golpeos de dos martillos vecinos, y por lo tanto, una mayor lentitud en la escritura. O sea, que se trató en realidad de una innovación anti-innovadora. Pues vaya.

Algo debía yo de columbrar de todo este tema, aunque sin saberlo hasta ahora, porque nunca he sido bueno con el teclado qwerty (ni con ningún otro, todo hay que decirlo). Pero lo más descorazonador (más incluso que lo de olvidarme mañana mismo del nombre del inventor) es que tampoco me sé aplicar la máxima de Napoleón, y por eso, a pesar de haber tardado una cantidad exagerada de minutos en escribir esto, al final no he dicho gran cosa. Qué se le va a hacer.


sábado, 10 de marzo de 2012

Dislates de buena mañana


Una cosa les digo: No es lo mismo decir “hagamos un cono de revolución” que decir “¡coño!, hagamos una revolución”. Sí, ya sé que esta especie de graciosidad que se me ha ocurrido no alcanza ni la categoría de chiste. Pero podría incluso tener un pase si no fuera porque el fondo de la cuestión no tiene ni puta gracia. Pero es que vengo pensando últimamente que lo de intentar reírse, aún en los momentos en los que las cosas vienen peor dadas, es un asunto muy serio. O puede ser que por mor de haber dormido desarropado esta noche, me haya atacado el virus de la utopía o algo así, mientras dormía. Y si le añadiese tan solo una “s” a las dos últimas palabras de la frase anterior, tendría el título de una película muy bonita, y se me ha venido una fantasía a la cabeza. En ella, y como consecuencia de haber sufrido un accidente en las vías del metro, me imagino en un hospital postrado en estado de coma, durante un tiempo cuya duración, imprecisa, ni la Comisión Europea, ni el Fondo Monetario Internacional, ni el Banco Central Europeo, ni el Departamento de Estudios Económicos del BBVA o del Santander, y ni aún la pitonisa de las tres de la madrugada de Telecinco (consulta de último recurso) son capaces de calcular. Pero eso no es demasiado relevante, porque lo verdaderamente nuclear es que al despertarme descubro que Sandra Bullock es mi novia, y que en los telediarios ya no se habla ni de crisis ni del inquietante aspecto de nave para el almacenaje y curación de productos de carne en calceta, que nuestro mundo venía adquiriendo en los últimos tiempos anteriores a mi accidente. Ni de Cristiano Ronaldo, y de cómo una vez que supimos que hasta Lamborghini nos había fallado a todos, ya no nos quedaba nada en qué creer.


Marzo de 2012

lunes, 5 de marzo de 2012

Genio y figura


Veo en televisión que Juan José Padilla, con la vista limitada a un solo ojo, y acudiendo casi cada día al hospital para seguir con los tratamientos que su situación médica requiere, se ha vuelto a vestir de luces en una plaza de toros, tan solo cinco meses después de haber sido herido gravísimamente en múltiples zonas de su rostro. Al reaparecer no ha pretendido el elogio por la épica de su recuperación o el insólito ejemplo de voluntad que supone su decisión. Se ha limitado a decir que el ser torero es su trabajo, y que ya está en condiciones de trabajar.



 
Trataba de darle los dieciocho pases que pensaba que eran imprescindibles para salir por la Puerta del Príncipe. Y aunque todo el público comprendió al octavo, que la faena ya no tenía más recorrido; él dio el noveno y el décimo, y siguió, aún, arañando más pases.

Algunos de los espectadores que se dan cita en La Plaza aman a estos lidiadores que lo dan todo. Aunque nadie les pida que den más de lo que hay que dar. Por ello, se mantienen en silencio durante la serie, y al final de ella no protestan. No muestran su desencanto. Sólo callan y, en su interior, lloran de rabia ante la ceguera del diestro.

Cuando, irremediablemente, la vuelta al ruedo no se presente a su cita de esta tarde, ellos seguirán en su asiento, y aplaudirán al maestro al abandonar la plaza, porque no es de justicia olvidar las gestas de otras ocasiones, la épica que hay en la historia anterior al paseíllo de hoy.


Mayo de 2004



Ilustración: Cristina Baratto Casadevall
http://www.barattocasadevall.com/index.php

viernes, 2 de marzo de 2012

A buen entendedor, pocas palabras bastan



Me resulta un poco sorprendente que la opinión según la cual los refranes esconden una valiosísima sabiduría popular, sea objeto de tan fervorosas adhesiones entre la mayor parte de la gente a la que he oído opinar al respecto. En fin, a mí los refranes me parecen bien. Pero no tanto como para aceptarlos como axiomas de indiscutible valor que uno debe intentar aplicar a la gestión vital del día a día. De hecho, como nadie ignora, la sabiduría popular de los refranes debió de seguir diversas escuelas o corrientes de pensamiento, ya que hay muchas parejas de ellos que se contradicen mutuamente, igual que los aprendices de tango en las escuelas de bailes de salón.

Hay, sin embargo (y sin embargo, además), un refrán que me conduce a un especial estado de alerta. Se trata de ese que dice que "a buen entendedor, pocas palabras bastan".

Si consultáramos a los que están familiarizados con las más comunes y aceptadas teorías sobre la comunicación humana, probablemente nos dirían que la parte del león en lo relativo al éxito de la misma, o sea, la total identidad entre lo que el emisor trata de comunicar, y lo que el receptor comprende a través de las palabras del primero, está en el lado del que dice o escribe el mensaje. Así pues, el ’origen’, responsable habitual de la comunicación fallida, resulta, contra todo pronóstico, exculpado por la sabiduría popular, quien condena al ‘destino’ por su falta de entendederas, aún cuando está científicamente definido que es inocente de la tropelía.

En realidad, lo que hago aquí es matar al mensajero, porque el refrán trata de ilustrar una cosa, que es bien distinta de lo que interpretan en él algunas personas. Y resulta verdaderamente insólito el uso que a veces hacemos de la recomendación de ser breves.

Hay quien lo utiliza como último y definitivo argumento, una vez que advierte que no le queda ningún otro con el que resultar convincente. ¿Qué les parece el clásico “creo haberlo dejado bien claro”, a la primera duda planteada por el que trata de comprender el mensaje? ¿O qué tal esta otra deliciosa estracha: “es que no quieres entender”? Disparate entre los disparates, ya que el querer entender es una de las pocas cosas a las que la voluntad del ser humano no sabe dejar de responder.

Hay algunas ocasiones en las que es la escapatoria propicia ante la imposibilidad de concluir la descripción de algo, como consecuencia del repentino descubrimiento de que conceptualmente la cosa no estaba madura, o sea, que sobre la marcha te das cuenta de que lo que estás diciendo no tiene basamento lógico alguno, y no se te pone en las ganas el reconocer la precipitación (algo así como ‘huir hacia adelante’ dando la callada por respuesta); y en otras se tira de él por la muy habitual circunstancia de caer en que se está revelando indebidamente a una persona, lo que era materia reservada para ella. Este último comportamiento acarrea una condena de menor importancia al sujeto que lo perpetra. ¿A quién no le ocurrió esto alguna vez?

También podemos encontrar (esta es extraordinaria) la situación en la que el dador del mensaje quiere decir pero sin decir. Las insinuaciones no pueden llegar a ser mensajes completos en todos sus términos, porque entonces dejan de ser insinuaciones. De manera que "a buen entendedor...", y llegado el caso, "¡yo no dije semejante cosa, por el amor de Dios!". Y con indignación, si eso.

Pero el mayor daño que nos produce una comprensión equivocada de este refrán es la búsqueda obsesiva de la concisión, como si ésta fuera un bien en sí misma, ya hablemos de comunicación oral o escrita. A menudo, ese imperioso requerimiento de eficacia, mal entendida, y la propia imagen que queremos ofrecer de nosotros mismos, nos llevan a ahorrar palabras a toda costa, aún cuando en términos de eficacia social, o empresarial o de cualquier otro tipo, es más lesiva la recepción de un mensaje erróneo o incompleto, que la presencia de una o dos palabras redundantes.

En fin, que a buen entendedor, pocas palabras bastan. Pero, por favor, si puede ser, que las que basten sean, además, suficientes.





Agosto de 2004
Rev. Marzo de 2012

martes, 28 de febrero de 2012

Dietario Errático (13-06-2011)





Quiero pensar que cuando mis 20 años (que no los años 20, cuidadín con las bromas), yo era esencialmente como soy ahora. Sí, entonces pesaba unos diez kilitos menos (¿o eran doce?, número bíblico donde los haya), pero eso es una nadería en realidad, porque entonces estaba algo flacucho… creo.

Cuando mis 20 años, solía compartir la mayor parte de mi tiempo de ocio con dos amiguetes que me llamaban el “loco”. Esto era un término cariñoso que comprendía habilidades tales como acordarse de los chistes, y contarlos con entusiasmo; aporrear el piano que había en casa de mis padres hasta conseguir que sonara algo interpretable como casi música; estar en la puta inopia en lo referente a los malos rollos de la Peña (que en aquellos entonces de juventud, ya había individuos con habilidades precoces en ese sentido). En fin, que se conoce que yo era un tipo más o menos alborotado, ma non troppo.

El día que cumplí los 21 (o puede que fueran 20, que la memoria es caprichosa), mis dos amiguetes me regalaron un cenicero triangular de esos de barro, pintado de blanco, y en cuyas paredes laterales (tres como todo triángulo que se precie) ponía el día del evento en cuestión, en la primera; “el loco de”, en la segunda; y “Louisville”, en la última. A mi pregunta de por qué Louisville, la respuesta fue categórica: “A Louisville le pega tener un loco. Ves: ‘El loco de Louisville’. Suena bien”.

Conservé aquel cenicero cuanto tiempo pude, pero al final desapareció en alguna mudanza, u otro evento catastrófico de similar gravedad para los recuerdos personales. No sé cuándo sucedió, pero imagino que fue entonces cuando me volví cuerdo. Y así he estado durante algunos años, puede que demasiados: cuerdo.

Aunque el deterioro histológico es inexorable; no es, en realidad, determinante. Eso se aprende un día. De repente y como por ensalmo. Es como cuando se te enciende una bombilla en el coco de forma inesperada, y uno entiende qué coño son los puntos de inflexión de una función matemática. Un chorro de sabiduría que te golpea el intelecto y te hace un poco feliz.

Yo ya tuve ese día, de manera que quiero pensar que hoy soy, esencialmente, como cuando mis 20 años. Y ello, aunque ya no fume.