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domingo, 22 de abril de 2012

Dietario Errático (10-08-2011)


La expresión “el tendido de los sastres” alude a aquella posición de altitud bastante, y estrecha proximidad a un recinto taurino o deportivo, desde la que se puede ver gratis algún espectáculo que en él se desarrolle.

El porqué del nombre no está para mí demasiado claro, tras haber dedicado un rato a investigarlo en la Red. Pero me quedo, al fin, como más probablemente cierta, con la explicación que ofrece la crítica taurina de una corrida de la feria de Málaga de 1966, publicada en el diario ABC. Según ella, “el tendido de los sastres” es el resultado de una degeneración espontánea de la expresión original que era la de “el tendido de los desastres”. Con éste nombre se hacía referencia a los exteriores cercanos a la puerta de mulillas de la antigua Plaza de Toros de Madrid, sita cerca de la Puerta de Alcalá, en la que no existía alojamiento interior que hiciera las veces de desolladero. Eso suponía que había siempre, en las tardes de toros, un grupillo de desocupados que echaban el rato viendo en directo el descuartizamiento del astado en plena calle. Que a punto estoy yo de decir que ya hay que estar desocupado para preferir la ocupación de contemplar semejante cosa, a cualquier otra. Pero no me atrevo, toda vez que a mí me resulta de un entretenido mollar (aunque poco sincrónico con la distancia a la que aún tengo la jubilación), el ver el trabajo de las grúas en las obras de las ciudades; sin que me importe gran cosa cuál sea la obra, la marca de la grúa o la ciudad.

Pero me vengo de nuevo a lo que quería contar. El otro día mi padre me recordó este término a propósito de un hecho que me parece, cuando menos, tierno (sí, ya sé que el uso de esta palabra, desde nuestro entendimiento del mundo actual, parece algo inapropiado -una mariconada, vaya-, pero es la mejor que he podido encontrar), y sin ninguna duda, nostálgico.

Pegado al antiguo estadio de Chamartín, que se encontraba donde hoy lo hace el estadio Santiago Bernabéu, había un desmonte desde cuyo alto se podía ver una buena parte del terreno de juego. Allí se reunían los aficionados, fundamentalmente chavales, cuyo bolsillo no resistía la compra de una entrada. Pues bien, existía la costumbre de que cuando un balón se salía de los límites del estadio, a aquel que lo devolvía al recinto -normalmente alguno de los ocupantes de aquel singular tendido de los sastres, que eran los que estaban más atentos a la jugada-, se le permitía el acceso definitivo al mismo sin tener que pagar entrada.

La reflexión sobre este hecho, puramente anecdótico, puede servirnos para ilustrar algunas diferencias entre cómo eran las cosas entonces y como son ahora. Por supuesto, los recursos disponibles, el nivel tecnológico de las sociedades desarrolladas, y los principios que “rigen” la forma de interactuar las personas en lo referente al ocio, los negocios, y otros muchos ámbitos, han sufrido un cambio radical. No cabía esperar menos de 70 años de días tachados en el calendario. Pero la pregunta del millón sigue sin estar respondida: ¿Existe una relación de proporcionalidad entre la evolución de todos estos factores, y la de la satisfacción personal de los individuos en el desarrollo de sus vidas? ¿Debería haberla?

Bueno, pues ahora que he introducido una de esas preguntas imposibles, me las piro de forma cobarde (e ignorante también, sirva esto en mi descargo). Pero no sin antes decir que de todo esto, al menos una cosa me queda clara: El tendido de los sastres no podía recibir su nombre en honor a la proverbial falta de recursos económicos de los modistos. O eso, o los maestros en idiomas mienten como bellacos cuando nos enseñan inglés, haciéndonos repetir aquello de “My tailor is rich”.

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