estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



sábado, 23 de abril de 2011

Sudáfrica 2010: Cuando Argentina no fue la que queríamos que fuera






Jamás pensé que alguien se pudiera echar de menos a sí mismo, ¿viste? Antes me comía el mundo y mirame ahora: La cagué rebien. Los muchachos tenían la ilusión más grande, un talento colosal, pero el míster más boludo. ¿Quién da más? Me perdió el pico como a los chulos de callejón, y estuve más a embromar sobre el contrario y a montar quilombos en los medios, que a preparar los choques en la cancha. Dios no me prestará su mano más ya, y no le culpo.

Nunca fui muy alto, pero ya mengüé tanto como persona que ni me saludo.



Julio de 2010

miércoles, 20 de abril de 2011

Avenida de América




Mi autobús pasó hoy por delante del portal de la casa de la Avenida de América en la que viví cuando era pequeño. De repente, he sentido una añoranza circunstancial y algo imprevisible, ya que no tengo prácticamente recuerdos de aquella época. El portal tenía aspecto de viejo y de cansado. Puede que todos los que vivían allí en aquel entonces se hayan ido ya; y los nuevos, sucesivamente reemplazados por otros más nuevos todavía, nunca se queden el tiempo suficiente como para darse cuenta de que el portal envejece, igual que las personas. Es un portal huérfano, sin padre ni madre.

Me he preguntado por qué esta calle recibe su nombre. Como si indicara el lugar donde termina. Como si en América se cruzaran, por fin, sus orillas paralelas. De ser así, me hubiera sido bastante, en aquella época de piernas inquietas e incansables, con seguir atentamente, y con la suficiente constancia, la dirección que indicaban los apretados rombos de su acera, para estar ahora allí. Quizá, como en la canción de Bernstein, yo podría haber sido presa del deseo de estar en América. Pero parece que no fue así, y sin embargo no consigo recordar en qué pensaba yo cuando no pensaba en eso. Caminando por la Avenida de América habría alcanzado sitios que ya no son ciudad. Y más allá, la dureza del suelo urbano habría sido sustituida por la tierra desmenuzada de los campos, en la que los zapatos de los caminantes, y los propios caminantes, dejan huella, al contrario de lo que sucede en las ciudades. Al fin, hubiera acabado en la fina arena de alguna playa atlántica. Y quién sabe si habría encontrado en ella a otros caminantes de otras Avenidas de América de otras ciudades; y habernos unido todos para fundar una ciudad, como si fuéramos otra Flor de Mayo, no importa el mes en el que navegáramos. He pegado mi cabeza al cristal para ver mejor la superficie de la calzada que nos va quedando al lado, y luego atrás, mientras avanzamos despacio inmersos en este denso tráfico de caravanas hacia el oeste. Busco algún indicio para saber si estamos en el carril de Vancouver o en el de San Francisco o el de Buenos Aires, pero no alcanzo a distinguir ninguna leyenda que disipe mi incertidumbre. Creo que todos los vecinos de la casa donde yo vivía cuando era niño se encuentran ya en América. Todos menos yo. Puede que por eso, en estos últimos años, no haya habido quien cuidara del portal.

El autobús ha realizado un inesperado giro, y ha entrado en la calle de Cartagena. Como Cartagena es un puerto de mar, me pregunto si encontraré allí algún barco que me lleve a América.



Imagen: Antonio López - "Madrid desde Torres Blancas" (1982)


Febrero de 2009

sábado, 16 de abril de 2011

Recorte de periódico




S. T. Ciudad de El Cabo.

El submarinista japonés Porpoko Mehama salvó hoy la vida milagrosamente durante unos ejercicios de salvamento marítimo que realizaba en la costa de Sudáfrica cerca del Cabo de Buena Esperanza. Mehama fue atacado por un enorme tiburón mientras ascendía por una escalerilla de cuerda desde las frías aguas del Océano Atlántico hacia el helicóptero de rescate que participaba en la simulación.

Aunque los expertos creían hasta el día de hoy que los tiburones no eran capaces de practicar saltos fuera del agua como los delfines debido a la falta de flexibilidad de su espina dorsal, la "raspa" de este enorme escualo ha contradicho esta teoría de manera absoluta.

El submarinista se recupera del "shock" en un hospital de la capital sudafricana, y hasta él ha conseguido llegar nuestro corresponsal Santiago Tera, quien recogió un testimonio verdaderamente sobrecogedor de Porpoko Mehama.

Mi vida en filminas

Creí que el hijo de puta del tiburón me iba a comer de un bocado. De repente estaba allí, saltando del agua de manera asombrosa. Incluso me pareció ver un trocito de Robert Shaw dentro de la boca del bicho, aunque este extremo no lo puedo asegurar totalmente. Me he llevado un gran susto, pero no he perdido la razón, ¿eh? Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

En décimas de segundo me pasó por la cabeza toda mi vida en filminas, como cuando sabes que vas a morir. Te da tiempo a pensar muchas cosas. Es increíble. Creo que sentí odio, mucho odio: no me digas por qué, pero fue así.

Odié a Spielberg, a quien considero el responsable último de lo ocurrido. A raíz de su película, los tiburones se nos han subido a la chepa. Desde que la vieron saben que los humanos somos vulnerables. Nos han perdido el respeto. Si por mí fuera, le podían meter una granada con forma de Oscar por el culo, y luego hacerla explosionar. Menudo cabrón.

Odié a Superman. ¿Ha visto usted su película?, en ella se pone a dar vueltas alrededor de La Tierra en sentido contrario al de la rotación del planeta, y consigue echar el tiempo para atrás. Si hubiera hecho lo mismo durante el tiempo suficiente el día del ataque; Spielberg aún no habría hecho la película, el tiburón no hubiera estado tan resabiado e incluso yo hubiera podido fingir una terrible jaqueca y escaquearme de las maniobras de salvamento. ¡Pero no! ¿Dónde estaba Superman, en lugar de estar al loro de mis problemas?, pues casi seguro que echando un polvo al putón de la Lois Lane esa, que además de no pegar ni chapa en el periódico, tiene el mal gusto de tener nombre de pantalón vaquero: ya le vale. Si dependiera de mi, yo le concedía a Lex Luthor la explotación de una mina de kriptonita para que pudiera putear sin descanso a ese hijo de siete padres primo de Caperucita Roja. Que le jodan.

Odié a Esther Williams. Me parece que la estoy viendo todavía emergiendo de esa piscina llena de agua que no moja. Porque no me negará usted que salía perfectamente maquillada y todo. Y estoy viendo a mi madre que se emocionaba viéndola y me decía: “Porpoko, tu cuando seas mayor tienes que tener una profesión acuática” ¡y joder!, la tuve, aún cuando mi verdadera vocación era ser empujador del metro de Tokyo. Si hubiera estado en mi mano, a la foca anfibia esa, le hubiera soltado al cocodrilo que actuaba de extra en las películas de Tarzán para que juntos hicieran un poquito de ballet acuático. Eso sí, el cocodrilo en ayuno de varios meses.

Hace algunas semanas le hice una pirula a un conductor en Tokyo, ciudad de tráfico denso y complicado. Estoy seguro de que el otro conductor pensó "qué le folle un pez" porque allí son muy de pensar eso. ¡Mierda! Una cosa es que te folle un pez, y otra que te papee; aunque bien pensado, creo que en el caso de este mastodonte, los resultados de una y otra cosa no hubieran sido muy diferentes. Cómo no sé quien era el hijo de perra que me deseó tan perversa suerte, tendré que odiar a todos los conductores de Tokyo. Así se hostien todos y les den siniestro total y la compañía de seguros les putee.

Aunque creo que odié a casi todas las personas del mundo, en el último momento quise a alguien. Quise al piloto del helicóptero cuando metió la "marcha arriba", y el helicóptero se elevó, y yo con él, y afortunadamente el tiburón ya no se elevó más.



Mayo de 2005

sábado, 2 de abril de 2011

Alma



Como una sombra
el Alma se nos pega.
No importa que dudemos
cómo se nombra.



Fotografía: Flaurash