estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



domingo, 29 de agosto de 2010

Monsieur Zidane



No es sólo que me quedara perplejo y feliz con su gol contra el Leverkusen allá en la final de la Champions de 2002, que eso ya fue mucho; ni que tenga usted guantes en las botas, mientras que otros bien podríamos llevar calcetines en las manos, y esto no deja de ser un hecho singular.

No es sólo que usted nos haya permitido, por fin, dar algún sentido a la palabra galáctico, que es de agradecer; ni que un destello de talento suyo en el transcurso de un partido, nos condujera a amortizar sobradamente la ilusión entregada entonces, y tantas veces enferma delante de un televisor con fondo verde; y eso es casi un milagro.

No es sólo que usted en cinco cortos años, haya sido más eficaz que otros 200 de transcurrir el tiempo, para aplacar las iras de mil alcaldes de Móstoles, hecho que nunca podrá ser explicado por la Historia; ni que haya arrancado un minuto de aplausos a 150 periodistas, habituales del estar de vuelta de todo, excepto de la emoción de ver como se quiebran los pies de barro de aquellos a los que el ejercicio físico les cunde tanto como ganar el gordo de la lotería cada año; que es sólo propio de los héroes.

No, monsieur Zidane, no es sólo eso. Es, además, que no hacía falta ser del Madrid para ser de usted, aunque nos haya engañado tantas veces haciéndonos creer, de nuevo, que el fútbol era un deporte.

Au revoir, monsieur Zidane.


Abril de 2006

domingo, 22 de agosto de 2010

Los vigilantes de la playa


Los planes de George Dryland eran que aquella escultural mujer del bañador rojo, que ocupaba la torre de vigilancia número 13, le rescatara del agua para luego reanimarle con la técnica del boca a boca. Con un poco de suerte, la socorrista vería, entonces, en los ojos negros de George, todo el amor que él había coleccionado para ella durante tantos meses de discreta vigilancia. Y el rescate se convertiría, al mismo tiempo, en la definitiva puerta de salida de su vida marginal y solitaria.

Pero la noche anterior al día en el que George quiso hacer realidad su fantasía, la mujer del bañador rojo había dormido poco y bebido mucho, mientras recorría los bares de la ciudad en busca de algún inesperado príncipe azul de ojos negros, que la convirtiera en mujer al rescate de un solo hombre para cada día del resto de su vida. Así que la alarma de los bañistas y el alboroto generalizado de la playa, no fueron ruido bastante como para sacarla del sueño invencible que produce el agotamiento.

George recordó, cuando la espuma blanca y juguetona de las olas ya le quedaba por encima de la cabeza, que era un tipo de tierra adentro. De demasiado adentro.



Julio de 2010









domingo, 15 de agosto de 2010

Ventana



Ventana abierta,
enciende el nuevo día
y me despierta.



Fotografía: Flaurash