estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



domingo, 22 de agosto de 2010

Los vigilantes de la playa


Los planes de George Dryland eran que aquella escultural mujer del bañador rojo, que ocupaba la torre de vigilancia número 13, le rescatara del agua para luego reanimarle con la técnica del boca a boca. Con un poco de suerte, la socorrista vería, entonces, en los ojos negros de George, todo el amor que él había coleccionado para ella durante tantos meses de discreta vigilancia. Y el rescate se convertiría, al mismo tiempo, en la definitiva puerta de salida de su vida marginal y solitaria.

Pero la noche anterior al día en el que George quiso hacer realidad su fantasía, la mujer del bañador rojo había dormido poco y bebido mucho, mientras recorría los bares de la ciudad en busca de algún inesperado príncipe azul de ojos negros, que la convirtiera en mujer al rescate de un solo hombre para cada día del resto de su vida. Así que la alarma de los bañistas y el alboroto generalizado de la playa, no fueron ruido bastante como para sacarla del sueño invencible que produce el agotamiento.

George recordó, cuando la espuma blanca y juguetona de las olas ya le quedaba por encima de la cabeza, que era un tipo de tierra adentro. De demasiado adentro.



Julio de 2010









2 comentarios:

  1. Pobre Dryland, le pudo el apellido. :)

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  2. El hecho de bautizar con nombre y apellido al personaje de un relato me parece un acto de gran importancia. Pero en este caso, no había más otra: la partida de nacimiento tenía que condenar al pobre George.

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