Mi autobús pasó hoy por delante del portal de la casa de la Avenida de América en la que viví cuando era pequeño. De repente, he sentido una añoranza circunstancial y algo imprevisible, ya que no tengo prácticamente recuerdos de aquella época. El portal tenía aspecto de viejo y de cansado. Puede que todos los que vivían allí en aquel entonces se hayan ido ya; y los nuevos, sucesivamente reemplazados por otros más nuevos todavía, nunca se queden el tiempo suficiente como para darse cuenta de que el portal envejece, igual que las personas. Es un portal huérfano, sin padre ni madre.
Me he preguntado por qué esta calle recibe su nombre. Como si indicara el lugar donde termina. Como si en América se cruzaran, por fin, sus orillas paralelas. De ser así, me hubiera sido bastante, en aquella época de piernas inquietas e incansables, con seguir atentamente, y con la suficiente constancia, la dirección que indicaban los apretados rombos de su acera, para estar ahora allí. Quizá, como en la canción de Bernstein, yo podría haber sido presa del deseo de estar en América. Pero parece que no fue así, y sin embargo no consigo recordar en qué pensaba yo cuando no pensaba en eso. Caminando por la Avenida de América habría alcanzado sitios que ya no son ciudad. Y más allá, la dureza del suelo urbano habría sido sustituida por la tierra desmenuzada de los campos, en la que los zapatos de los caminantes, y los propios caminantes, dejan huella, al contrario de lo que sucede en las ciudades. Al fin, hubiera acabado en la fina arena de alguna playa atlántica. Y quién sabe si habría encontrado en ella a otros caminantes de otras Avenidas de América de otras ciudades; y habernos unido todos para fundar una ciudad, como si fuéramos otra Flor de Mayo, no importa el mes en el que navegáramos. He pegado mi cabeza al cristal para ver mejor la superficie de la calzada que nos va quedando al lado, y luego atrás, mientras avanzamos despacio inmersos en este denso tráfico de caravanas hacia el oeste. Busco algún indicio para saber si estamos en el carril de Vancouver o en el de San Francisco o el de Buenos Aires, pero no alcanzo a distinguir ninguna leyenda que disipe mi incertidumbre. Creo que todos los vecinos de la casa donde yo vivía cuando era niño se encuentran ya en América. Todos menos yo. Puede que por eso, en estos últimos años, no haya habido quien cuidara del portal.
El autobús ha realizado un inesperado giro, y ha entrado en la calle de Cartagena. Como Cartagena es un puerto de mar, me pregunto si encontraré allí algún barco que me lleve a América.
Imagen: Antonio López - "Madrid desde Torres Blancas" (1982)
Febrero de 2009
Nostálgico y tierno relato. Me quedo con esta frase tan cierta:
ResponderEliminar"... la tierra desmenuzada de los campos, en la que los zapatos de los caminantes, y los propios caminantes, dejan huella, al contrario de lo que sucede en las ciudades".
Un abrazo
Gracias Sinu. Es verdad que es cierta... ¿Escribí yo eso? :-)
ResponderEliminarEs un texto que tiene un ritmo sosegado, de quedarse mirando absorto ese portal y acompañar al protagonista en sus pensamientos a través del cristal.
ResponderEliminarTe imaginas la de encuentros y despedidas de las que habrá sido testigo ese portal. Los retazos de conversaciones que habrá escuchado de las familias que ha ido acogiendo con el paso de los años. La de vivencias fugaces que habrá presenciado en silencio. Seguramente que todo eso lo ha ido absorbiendo a través de los poros de su madera y ahora estará guardado entre una piel exterior curtida por el tiempo y otra interior más suave, más protegida, menos desgastada.
La imagen de otros caminantes que llegan a una playa atlántica procedentes de otras Avenidas de América, es muy sugerente. Quizá se mirarían todos entre sorprendidos y alegres por encontrar otros con el mismo anhelo, esto siempre es gratificante.
Es verdad, esa frase que menciona Celsa destaca en el texto, es magistral, refleja muy bien la individualidad del ser humano en su forma de vida en las ciudades.
El final me gusta porque la mirada del protagonista se abre de nuevo al horizonte al encontrar un nuevo puerto, una nueva oportunidad para iniciar esa travesía que tanto desea.
Keira
Jopé, Keira. Eres una visitadora de lujo para un blog.
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
Que relato tan tierno, con esa visión retrospectiva del adulto que vuelve al lugar de su infancia, y evoca los sueños del niño, o los sueños del adulto, no se... Me gusta mucho como lo has escrito y lo que has escrito
ResponderEliminarUn beso.
Que bonito el relato, una visita rápida en autobús, al barrio de la infancia. Que bien lo has contado, no?. A mi me ha gustado mucho leerlo.
ResponderEliminarUn bexo