En el vuelo de vuelta a Madrid, y en mi diagonal frontal-derecha
(es decir, justo al otro lado del pasillo y en la fila anterior a la mía),
viajaba un individuo joven que gastaba barba de talibán y pelo largo recogido
en un moño alto.
Aunque solo accedía a su perfil izquierdo, y aún ése, un poco
diagonal, pensé de inmediato que tenía un parecido extraordinario con el tío
del anuncio de Trivago. Este que pueden ver al margen, en concreto.
También pude deducir, utilizando mis habilidades de Jessica
Fletcher, que era guiri, al observar que se descalzaba en cuanto el avión hubo
adquirido su horizontalidad de crucero, y habida cuenta de que los españoles
somos poco de hacer semejante cosa. Averigüé, asimismo, que conocía nuestro
idioma, si bien esto se desprendía directamente de ver que hablaba con una azafata,
una de ya cierta edad (que es lo que queda más cerca de una edad incierta, pensándolo
bien), y que le contestaba en un español de Chamberí, y a un nivel acústico
imposible de ignorar a tan solo metro y medio de distancia. Por esa capacidad
tan mía de poder entender lo que dice alguien que se encuentre cerca, y que se
exprese, además, en mi idioma; pude saber que el joven barbudo había dejado la
pasta en su mochila, que a su vez se encontraba en la parte delantera de la
cabina. Y que era aquella circunstancia y no otra, como podría haber sido,
pongamos por caso, que en publicidad se pague fatal de mal a los actores, la
que le imposibilitaba para pagar el refrigerio, poco frugal, que se había
pedido. La azafata que hablaba en español de Chamberí (y también en inglés de
Chamberí), le tranquilizó, fiándole hasta que el pasillo quedara franco para
acceder a la mochila.
Por idéntico principio por el que las personas, con frecuencia,
no se dan por convencidas de una verdad, aunque la tengan delante de sus
narices, si alguien no se la confirma antes con contundencia de profesor de
mates; yo no acababa de poder asegurar, o poner la mano en el fuego, que es
algo que está ahora muy de moda, que aquel individuo fuera el tío de Trivago. Y
como casi cuatro horas dan para mucho, pensé que ya surgiría la ocasión de
confirmarlo.
Sin embargo, el tiempo iba trascurriendo, y nadie parecía darse
por enterado en el avión de que había allí una cara conocida. Y yo no estaba
por la labor de preguntarle, así de frente y a quemarropa. Lo cierto es que me
produce un corte paralizante el confirmar con presuntos famosos, si lo son o no
lo son. Y ello, aún cuando el hacerlo, si es con resultado positivo, te
facilita enormemente el poder dar la brasa a los amiguetes, contándoles que
viajaste codo con codo con éste o con aquel. Que tú verás para qué les hace
falta a los amiguetes saber tal cosa.
Además, hacer eso en mitad del vuelo, y exponerse a ser
observado y comentado, y aún eventualmente censurado, por el personal
circundante, no me seducía, por así decirlo.
En fin, que al final, como ya ustedes se estaban imaginando,
pusimos el tren de aterrizaje en Madrid sin haber salido yo de dudas. Así que
me dispuse a olvidar el asunto cuanto antes, y en eso estaba, cuando justo a la
salida del finger, observé que dos jóvenes
pizpiretas abordaban a mi vecino de vuelo, y parecían celebrar algo con
sonrisas. Así que decidí no archivar definitivamente el caso, y procurar un
acercamiento a las jóvenes para obtener por ellas, y de forma indirecta, la
comprobación de la identidad de Mister Trivago. Y hete aquí que la ocasión se
presentó ya casi llegando a la cola de los taxis. Me dirigí a ellas resuelto, y
les interrogué sobre si ellas habían hecho lo propio con el tío de la barba a
propósito de su identidad, o no, de actor de anuncio de buscador de hoteles
baratos. Y me dijeron alborozadas que, en efecto, ese había sido su móvil para
acercarse al tío, y que la sospecha que compartíamos había sido plenamente
confirmada. Y lo celebraron de nuevo. Les di las gracias y me piré a casa.
Luego, al cabo de algunas horas, tuve ocasión de contarles todo
este sucedido a mis amiguetes. Y como cabía esperar, no les interesó en
absoluto. De manera que son ustedes mi último recurso, que lo sepan.
¡Jajajajajaja! Ya tienes aquí a alguien que si le interesa la historia. Me has tenido sufriendo hasta el último momento para saber si era el o no.
ResponderEliminarUn abrazo Encarna
¡¡¡Menos mal, Encarna!!!
ResponderEliminarMuchas gracias. Besos
Qué bueno Ocelote! "...el corte paralizante..." y el contarlo luego a los colegas aunque pierda del todo la emoción que en su momento nos embargó les importe un bledo.... Me he sentido muy identificada.
ResponderEliminarEs en el AVE donde más famosetes he visto y jamás he hecho ni un gesto de reconocimiento. Guardármelo bien pa mi y pa mis amigos.jejeje
...salvo...(momento confesión) en una discoteca con Arturo Vals. Pasaba por delante y me percaté de que era él. Iba algo colocada. Le dije con mi muy -mejor sonrisa- un hola, puedo darte un beso¿? Me sonrió, me dijo un claro y entonces lo finalizó con la palabra mujer y me hundió en la miseria y en las aguas del ridículo. Del mio, por supuesto. El caso es que le planté dos besos y seguí mi marcha que creo ni siquiera se había interrumpido.
Una y no más Santo Tomás.
R.
Bueno, R, es comprensible que Arturo Vals te tomara por una admiradora televisiva, y ya.
ResponderEliminarEn una ocasión, en la sala de espera de un médico, estuvimos un actor de aquella serie llamada "periodistas" (uno de los secundarios cuyo nombre no recuerdo) y yo, frente a frente durante un buen rato. No le dije nada. Supongo que acabarán agobiados de tanto éxito "circunstancial". Ahora bien, si hubiera sido Hale Berry (por decir lo primero que se me pasa por la cabeza... :-)) igual sí que le hubiera pedido un autógrafo. Luego lo habría tirado, pero ella no se habría enterado de ello.
Un saludo.