Se dice de los economistas con frecuencia, que son expertos en predecir lo que va a pasar en la economía, pero a posteriori. Bueno, quizá en estos últimos años, los economistas no han hecho otra cosa más que ser lo que son, en el sentido más literal del dicho que traigo como entrada, y por ello se han enterado tarde de la que se nos avecinaba. Yo no lo creo.
Me parece que una buena manera de explicar qué es lo que ha fallado, sería poder describir cómo tendrían las cosas que haber funcionado. No me refiero desde luego a explicaciones técnicas y farragosas desde el punto de vista de la Macroeconomía. Mi conocimiento no da para tanto. Me conformo sólo con lanzar unas cuantas ideas desde la óptica del sentido común (del propio, claro), o de la intuición, o de la perplejidad de quien no entiende muy bien para qué se inventó la barrera psicológica de los 11.200 puntos, que a esta hora puede que ya sea la de los 10.500.
Les ruego algo de paciencia. Si consigo cerrar el círculo, creo que me habré explicado. Pero debo empezar desde algo atrás, desde el día en el que mi hija y yo hablábamos de política y economía hará unos cuatro años. Entonces ella tenía 10 años, y yo tenía unos cuatro menos que ahora. Explicar la viabilidad de que un grupo de amiguetes se reúna y decida compartir su suerte vital en torno a una organización fabricada a base de tareas y normas comunes a las que todos se obligan, es algo muy sencillo, siempre y cuando la conclusión sea que todos aportan algo de lo propio al grupo, y la fuerza del grupo es un paraguas debajo del cuál todos caben. Mi hija lo entendió perfectamente, porque no hay modo de no entender eso. Así que me pareció que se decantaba un poquito más por lo utópico que por lo pragmático, aunque no creo que hoy se acuerde siquiera de nuestra conversación en la cocina (que es el sitio donde se hablan las cosas serias). Intento pensar en si debo llamar a esta asociación de individuos unión política o unión económica, y no llego a ninguna conclusión (aunque esto no tenga relación directa con el contenido del escrito, me parece un tema muy interesante). Las veo muy de la mano. En fin, tras un breve espacio de tiempo, de pongamos unas mil ochocientas lunas, las relaciones entre los individuos del grupo se han perfeccionado tanto que ya no necesitan recordarse constantemente los unos a los otros, los derechos y obligaciones que están escritos en sus tablas de la ley. Sus transacciones, tanto económicas como personales, de hoy, herederas directas de las reguladas al principio de sus tiempos, se han hecho tan automáticas que todos llegan a la conclusión de que existe una especie de inercia en el aire, que hace que todo fluya por su carril. Tanto es así, que esa inercia, como por arte de ensalmo, corrige cualquier intento de vulneración de aquellas normas primeras, que pudiera ser perpetrado por alguno de los individuos.
Quiero aclarar en este punto, que este escrito no es ni un panegírico de las bondades de alguna cosa, ni el panfleto que denuncia las aberraciones de su contraria, si es que tal antagonismo de posiciones pudiera aplicarse a dos conceptos utilizados a lo largo de estas líneas. No me mojo. Aquí, el Capitalismo es sólo un término abstracto, o académico si quieren, independientemente de aquello en lo que pueda convertirse tras su aplicación en un entorno concreto. Y lo mismo puedo decir del Mercado (no el de San Miguel, que ese no es nada abstracto, sino el otro). ¡Ah, el Mercado! ¡Qué gran cosa, y que gran invento que nadie inventó! Los defensores a ultranza del liberalismo económico explican que cada vez que apoyamos el dedo pulgar en el Mercado y le hacemos moldearse normativamente, la cagamos. Cuando los liberales defienden la inviolabilidad del Mercado por parte del Estado, argumentan que la perfección de la situación es máxima en él porque todos los agentes pueden hacer libremente lo que se les antoje, con un único límite: lo que se les antoje a todos los demás. ¡Pero un momento! Eso es exactamente lo que dicen los profesores de Macroeconómica cuando enseñan en sus clases los modelos económicos teóricos (que están muy bien y cuyo estudio es recomendable), y hablan de los mercados en competencia perfecta. ¿Son entonces los profes de "Macro" y los liberales una misma cosa? Va a ser que no. Los primeros explican sobre la pizarra el concepto de competencia perfecta, mientras que los segundos pasan de puntillas por ese término, porque no hay pizarra alguna que soporte la demostración de que semejante entelequia exista en nuestro mundo. En efecto, grupos de poder, grandes brokers, poderosas corporaciones empresariales y puede que otros más, intentan modificar artificialmente las condiciones del Mercado, sin que una parte importante de la “doctrina” contemple la posibilidad de que los Estados equilibren la situación haciéndose presentes en el terreno de juego de una manera más explícita. Y al hilo de este pensamiento, me hago la pregunta de los setecientos mil millones de dólares: ¿es que alguien que haya dedicado 10 minutos a la reflexión sobre estos temas, no sabía ya que esto era así? Pues cuánto más probable no será que los economistas que dedican algo más de tiempo a la cuestión, no estuvieran ya hartos de saberlo desde hace bastante tiempo. Ahora, en consecuencia, me veo abocado a otra conclusión inevitable: los economistas no deciden sobre las cuestiones económicas cuya regulación deben promover o abstenerse de hacerlo, los gobiernos de los Estados. Es probable que tengan voz, sí, pero me parece metafísicamente imposible que tengan un voto de calidad.
Poco a poco, los "huequecillos" (ilústrese el concepto de “huequecillo” con la imagen de un atasco de tráfico, en el que el coche que va detrás de nosotros se desplaza súbitamente al carril de la derecha, para hacer diez frenéticos metros fuera del parón, y volver luego al mismo, justo en el huequecillo de delante de nosotros, al encontrarse un coche en doble fila en su trayectoria), de los sistemas financieros perfectamente (auto)regulados, se hacen más y más numerosos, más accesibles a unos pocos (a menudo con la inestimable colaboración de los avances en los sistemas de la información), y más indetectables para el “gran hermano financiero” que no pasó por las aulas de la facultad de economía. Algunas células son claramente de color gris, aunque el conjunto, de lejos, sigue pareciendo rojo. Ciertos individuos de nuestro club de amiguetes, han decidido mejorar su status a costa del de los demás, y ya la inercia mágica se ha vuelto ciega, sorprendentemente muda, e insoportablemente sorda.
Pero yo soy optimista, y encuentro que como en el caso de todos los males, éste puede traer su bien. Ahora habrá que reinventar la letra que contienen los libros de economía, es cierto. El Samuelson y el Lipsey serán pasto de las llamas, por mucho que la crisis no haya venido por San Juan, y otros autores explicarán una vez más, (a posteriori, dirán los críticos más recalcitrantes) las verdades económicas. Pero ahora que algunos hombres de traje y corbata, hombres cuya autoridad de criterio y opinión nadie discute, se han caído del caballo al más puro estilo de Saulo de Tarso; ahora sabemos, al menos, que el emperador iba desnudo.
Octubre de 2008
Este artículo cabe perfectamente en alguno de los espacios del dominical de El País... o incluso de algún periódico serio.
ResponderEliminar¡¡¡Mi primer comentario!!! Qué ilusión. Muchas gracias, tío. Fíjate con qué poquito se hace feliz a uno.
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