A la gente a veces le da por pensar en tonterías. Tonterías significa, aquí, ocupar la mente con complicadas hipótesis sobre probables comportamientos en situaciones imposibles, o casi imposibles, que nunca se darán; y para las que cualquier reflexión nos lleva, indefectiblemente, a ningún sitio. A quien llega a manifestar una habilidad sobresaliente en este tipo de evasiones mentales, le decimos con frecuencia que tiene la cabeza llena de pájaros. Tal vez tratamos de ilustrar así su deseo de separarse del nivel de la tozuda realidad, que coincide normalmente con el del suelo. Tal vez.
Como yo soy también gente, queda perfectamente explicado que me vea atacado por esos insensatos accesos de fantasía, y ese fue el caso cuando la otra tarde paseaba por la playa. Vi entonces una botella que se acercaba flotando a la orilla, y me vino el recuerdo de una vez en la que traté de decidir con qué persona preferiría naufragar en el mar, en un hipotético naufragio que yo imaginaba de a dos, como las partidas de ajedrez. Pensé de inmediato que era la ocasión óptima para tener una historia de desenfrenada pasión con Halle Berry, pongamos por caso. O mejor dicho, con Halle Berry, nos pongamos como nos pongamos. Después me volví más primitivo, si cabe, y me acordé de Carlos Arguiñano. Él podría ofrecer algunas posibilidades, más allá de la ventaja obvia de ser un excelente cocinero. Tiene pinta de contar buenos chistes, y quien sabe si con el sol, el calor, el ambiente tropical, lo extremo de la situación, el este y el aquel, y si al tío le diera por quitarse la barba... pues eso.
Pero al final Julián pudo con todos. Julián es un compañero de la oficina con quien coincidí a diario, y durante varios meses, a la hora de la comida. Nunca de una manera tan determinante como en aquel tiempo, y gracias a él, me he cultivado en temas científicos de variadísima naturaleza. Llegué a comprender el principio por el que se rige el funcionamiento de un alternador, la producción de la energía eléctrica, la polea, los entresijos del teorema de Arquímedes, y aún el fenómeno de la resonancia mecánica sobre los cuerpos sólidos, ese que hace que en función del sentido e intensidad del viento, pueda un puente mecerse de manera sostenida hasta llegar a saltar en mil pedazos.
Sumando a la más que probable ocasión para la aplicación práctica de todo este vastísimo conocimiento en el contexto de una isla desierta, el hecho de que, además, Julián arregla los electrodomésticos de su casa sin necesidad de profesionales 24 horas (ni de menos horas tampoco); y teniendo en cuenta que intentar ponerle nervioso es como pretender dejar tumbado a un tentetieso; elemento éste fundamental para procurar la calma de quien se encuentra en una situación extrema; creo que mi elección estaba plenamente justificada. Cierto es que no habría lugar para la lujuria. Pero también es verdad que de otro modo, la relación entre ambos resultaría algo embarazosa cuando recuperáramos el ritmo normal de la oficina, después de nuestra aventura insular.
Entretanto, la botella arribó a la orilla. Me acerqué a recogerla con el convencimiento de que contenía la carta de un náufrago. Uno que pudiera dar testimonio de cómo se sirvió de la experiencia adquirida a fuerza de pensamientos aparentemente inútiles para sobrevivir en una isla desierta. Pero no. Sólo una deteriorada etiqueta de vino había en su interior. Quizá la misma que llegó a este mundo por el lado opuesto del cristal que ahora la encerraba. Comprendí que toda mi ensoñación era una gran tontería. El día que yo acabe por subir a un barco que haya de llevarme hacia un destino fatal, Julián no estará a bordo conmigo, eso seguro. Y entonces, claro, me arrepentiré de no haber elegido a Halle Berry.
Junio de 2004
Rev. en Septiembre de 2006
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