Hola amiga,
Desde ayer por la noche, o quizá desde la noche de algún día anterior, estoy pensando en cómo voy a escribirte un correo largo. Bueno, que si hay algo en lo que yo puedo ser muy largo es en los párrafos escritos. Quizá has sido una inconsciente al dejarme caer que preferías un correo extenso, porque nunca se sabe si esta extensión puede llegar a producirte un estado de somnolencia insuperable. Si es así, no dudes en mandar un correo al Defensor del Contertulio, para que él, siguiendo los trámites reglamentarios, me haga llegar la correspondiente amonestación; me refiero con esto a reproche, no a tarjeta amarilla, porque no es de fútbol de lo que hablamos, ¿no? Bueno, pues eso, que ya me conoces un poco y sabes que ante todo prefiero la sinceridad, y afrontaré con valentía y dignidad cualquier opinión tuya sobre mi, siempre que sea favorable. Y es que me pasa lo que a la mayor parte de los mortales, que es que cuando me dicen que el pantalón que llevo no me pega con la camisa, lo primero que hago es enfadarme. Pero luego me cambio de camisa, o de pantalón, o de ambas cosas. ¡Me catxis!, es que lo que nos falta es una mayor seguridad en nuestras propias posibilidades. Por ejemplo, yo creo que si me aplico, podría ser capaz de aprender a hacer un cocido madrileño, o una paella valenciana (para que no pienses que hago mucha patria), pero claro, no tengo olla, y sin olla, no puedo hacerlo (me refiero al cocido). Es un problema de inseguridad, no me cabe ninguna duda, ¿o si me cabe? Y hablando de hacer patria, yo no soy mucho de hacer patria, porque pienso que nos hemos pasado cientos de años los hombres y mujeres del planeta haciendo patrias, y yo solo ¿cuánta patria más voy a ser capaz de hacer?, pues igual muy poca. Y no estoy yo por la labor de que mi epitafio sea, "aquí yace este tipo que probablemente hizo patria pero sólo lo podemos afirmar porque los sociólogos manifiestan que hacer patria es una necesidad de los individuos, porque notarse, lo que se dice notarse la cantidad de patria que este ha podido hacer, eso no se nota". En fin, que es una forma poco guay de ser recordado. Claro que para qué queremos ser recordados cuando ya no estemos aquí, si al estar ausentes, el reconocimiento de otros no nos puede dar, como tampoco el viento inclemente si nos metemos detrás de la tapia. Pues resulta inútil. También es inútil pensar que no va a haber ninguna persona que nos vaya a recordar porque, por ejemplo, puede ser que hayamos dejado deudas en este mundo. No me refiero a deudas de gratitud de esas que no se pagan realmente, sino a deudas materializadas en facturas. Esas deudas pueden acabar por asegurarnos que alguien se acordará de nosotros. Lo hará el acreedor, y será inmisericorde, justo cuando la misericordia y las oraciones para alcanzar el cielo más necesarias nos son. El tío dirá: "¡menudo cabrón! Se fue sin pagarme la factura, y lo peor es que se ha ido tan lejos (creo que por este tipo de lejanía, es por el que se acuñó el término "casadios" para indicar que algo está muy lejos) que hasta allí no llega el Cobrador del Frac. Y encima he oído decir que el muy mezquino, ni siquiera hizo patria". Eso dirán aunque no sepan cuál es la patria de uno, y si ésta nos ha pedido que la hagamos o no, porque a veces las patrias se terminan, y no hay que seguir haciéndolas. Es el mismo principio que rige la vida de los puzzles. En fin, que después de haber reflexionado un poco, he decidido hablarte de mi para que este correo sea más largo, y diré que me alegré mucho de haberte encontrado la otra noche, y de comprobar que sigues siendo una persona simpática y encantadora. Muy simpática. Muy encantadora. Muy… paciente.
Febrero de 2004
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