Han pasado ya 6 años desde el más famoso de los 11-M que en el mundo han sido. Al menos en el nuestro: pequeño y plagado de aceras, asfaltos y transeúntes. Hace ya 72 meses que nuestro ánimo urge el trabajo de los lagrimales cuando pensamos en aquel triste final de invierno. Desde hace ya 2.190 días, muchas familias andan buscando consuelo, pero no hay inventor que sepa inventar consuelos para estos males.
Podremos curarnos del miedo a viajar en un tren que nos lleve al trabajo cada mañana. Puede que nos curemos de la soledad que producen los ausentes, tal vez. Nos curaremos del asco producido por la recalcitrante voluntad de algunos medios de vender noticias a toda costa, aunque para ello hayan tenido que inventar otro 11-M distinto. Nos curaremos de la decepción que hemos sentido en muchas de las últimas 52.560 horas, ante la falta de talla y de reflejos de una parte importante de los habitantes de nuestro policromado mapa político, cuando merodean por las proximidades de este hecho fatal. E incluso nos curaremos del remordimiento que sentimos por olvidarnos, con una frecuencia digna de hábito, del dolor de los únicos protagonistas legítimos de la tragedia; la mayoría de los cuales, no sale nunca por la tele.
Pero después de 3.153.600 minutos de andar preguntándonos si el hombre se podrá curar alguna vez de ser hombre, nunca acabamos de obtener una respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario