Paco se mueve con agilidad por las vigas transversales de sección cuadrada que se dibujan en paralelo sobre los soportes verticales de esta especie de emparrado que hay que ver lo bonito que va a quedar.
Todas las vigas, verticales y horizontales, están ya pintadas y secas. Los de la brocha acabaron ayer, de manera que sólo queda instalar las cajas de conexión para poder hacer llegar la corriente a todos los focos.
Para pintar fueron muy útiles aquellos andamios con ruedas que elevaban a los pintores y a su impedimenta a cinco metros, uno tras otro, de altura. Así se podían alcanzar las vigas de arriba, y manejarse cómodamente con el trajín de brochas, botes, lijas y otros utensilios cuyo uso hubo que simultanear. Sin embargo para las cajas eléctricas, sólo un par de destornilladores y unos alicates son necesarios. De manera que “¿cómo lo ves Paco? Si hay que traer los andamios, los traemos. Es una putada porque están en el otro lado de la obra donde Ramón los está usando para colocar unos cerramientos de cristal. Pero le decimos a Ramón que siga con otra cosa, y los traemos. ¿Cómo lo ves?”
-Dile a Pepín que me sujete la escalera mientras subo.
-¡Ese es mi Paco!
Paco se mueve con agilidad sobre las vigas transversales. Se mueve con una elegancia comparable a la de Nadia Comaneci, salvando las distancias, claro; también las que en cada caso hay hasta el suelo. Cuando Nadia Comaneci quitó el polvo al cartón que tenía dibujado el número diez, Paco era apenas un bebé. Por eso seguramente no entendería la comparación. Como tampoco entiende la insistencia de Rosa, su mujer, en que vaya al médico para ver qué son esos mareos que le vienen a veces a la cabeza y le secuestran la estabilidad y el equilibrio. Y es que Rosa se preocupa demasiado, igual que con los peques. Los golpes que tengan que darse, se los darán por mucho que andemos detrás de ellos para protegerles. Así son las cosas.
Paco va de viga en viga. Su único kit de seguridad está constituido por el tabaco y el mechero. Con cada caja de conexión que cae, cae también un pitillo. Si no existiera el tabaco, habría que inventarlo, porque es de puta madre. Sobre todo con el cafelito de después de comer. Aunque hoy el cafelito va a ser con hielo porque hoy pega, pero bien. Ni siquiera se puede llevar el casco del calor que da. Y es una suerte que Andrés no se ponga tan pesado con estos temas. No hay nada más coñazo que tener un encargado agobiado. Andrés es también de puta madre, como el tabaco. Confía en Paco y sabe que sería insustituible si hubiera que decidir en malos momentos con quién hay que quedarse y con quien no. Además se estira el tío, y paga una ronda sin que parezca que su bolsillo llora. No como otros, que te están cobrando la ronda a fuerza de comentarios durante meses.
Después de la última caja, Paco desciende del emparrado de vigas. Es hora de comer. Las cajas han quedado de puta madre.
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Paco está fumándose un pitillo, como siempre. Quedan dos minutos para empezar una nueva jornada tan calurosa como la de ayer. Pero en dos minutos se hace uno con un Ducaditos. Esta mañana hubo un mareo, pero fue en el cuarto de baño y Rosa no se enteró. Así que Paco se ahorró la charla.
Andrés llega con cara de cabreo. Anoche la propiedad hizo una prueba con la iluminación de aquel rincón del emparrado que tanto les gusta. No funcionó ni uno solo de los focos. Resulta que las cajas que les suministraron estaban defectuosas, y ahora hay que sustituirlas todas por las que valen de verdad. Y es una putada. Porque ya no es sólo instalar cada caja, sino desinstalar primero la mala, de manera que “¿cómo lo ves, Paco?”
-Dile a Pepín que me sujete la escalera mientras subo.
Paco se dirige resuelto y sin prisas hacia donde le esperan los focos. El cinturón de las herramientas colgado de su cintura, oscila al compás de sus pasos. De repente, se para en seco y titubea. Se lo piensa. Se palpa el bolsillo trasero del vaquero. “Sin problemas -piensa- me quedan suficientes cigarros”.
Mayo de 2005
Rev. Noviembre de 2007
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