El atasco nos hace a todos iguales en ciertos aspectos. No hay quien no tenga incontrovertibles razones para necesitar salir de él de la manera más rápida posible. Con la mayor prioridad. Y por supuesto yo no soy una excepción, aún cuando no pueda hacer nada para mejorar mi situación. Estoy utilizando la última oportunidad de redimirme con Claudia, y si esto sigue así, la habré cagado. Dos reflexiones están ocupando mi mente desde hace un rato. Una es si no habré esperado demasiado tiempo antes de intentar corregir mi proverbial habilidad para calcular mal el tiempo que hace falta para llegar a los sitios, y de la que tantas veces he hecho ostentación con Claudia; y la otra es que aunque esta vez he calculado bien, no me servirá de nada. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, tengo una excusa de verdad para llegar tarde.
La Avenida del Progreso recibió su nombre en homenaje al triunfo de la organización colectiva frente al caos representado por las iniciativas individuales. Esta frase fue muy utilizada por los políticos cuando hubo que sacar pecho a la luz de los primeros datos obtenidos después de su inauguración hace un par de años. Esta gran arteria ha resuelto muchos de los problemas de movilidad que han sido irresolubles a lo largo de los últimos 300 años en Madrid. Está construida a una profundidad de 150 metros, ocupando una ancha hendidura que araña de norte a sur el terreno sobre el que se asienta la ciudad. Distribuye de manera eficaz tal cantidad de tráfico que los atascos han disminuido en un 63% desde que entró plenamente en funcionamiento, según los datos de la Unión Ciudadana de Madrid, partido que ejerce el gobierno municipal desde hace ya bastantes años.
Potentes extractores y atenuadores acústicos, evitan la progresión de los humos y ruidos que, provenientes de los vehículos que transitan por esta gran calzada, intentan agredir a los peatones de la superficie. Nada queda al azar en este paradigma de eficiencia urbana. Los cierres de los coches quedan bloqueados automáticamente al entrar en el área de influencia de la Avenida, de manera que los individuos no puedan comprometer la fluidez del tráfico, al descender de sus vehículos de manera indebida. Unos enormes brazos articulados que se desplazan sobre raíles aéreos, eliminan cualquier obstáculo a la circulación que pudiera derivarse de una eventual colisión o avería mecánica.
La ciudad, ese concepto abstracto a quien nadie sabe realmente cómo dirigirse, y del que cada uno es parte integrante y ajena a un mismo tiempo, ha comprendido que la movilidad es una necesidad vital para los ciudadanos. Y paradójicamente, la defiende apoyándose en normas a las que acompaña de fuertes castigos para todo aquel que vulnere su cumplimiento. Ello supone la asunción de que el mimetismo entre los individuos es un valor social de alto reconocimiento. O sea, que las leyes nos hacen iguales mucho antes que lo haga el atasco en el día de hoy. Bueno, esto es lo que he oído a modo de crítica en boca de algunos chalados que se significan por la defensa de ideas que ellos denominan románticas, y yo, peregrinas. Dicen estos tipos que nos queda ya muy poco “yo” a fuerza de estar aplastados por el “nosotros”. No sé muy bien que quieren decir. A mí, la Avenida del Progreso me lleva en un pispás a mi oficina, y eso es incuestionablemente bueno. Pero hoy parece que no será así.
Claudia me ha estado poniendo las cosas muy claras. No se lo puedo reprochar. Se limita a ir desarrollando su guión de vida. Y eso es algo que la gente suele hacer con naturalidad. Igual que afrontar los conflictos con la idea de que pueden resolverlos asumiendo la iniciativa de las acciones a emprender. Yo, por mi parte, prefiero esperar a que se diluyan por mera parálisis, cosa que ocurre frecuentemente; o incluso que pierdan importancia relativa por efecto de algún factor sobrevenido de mayor jerarquía en lo que a urgencia se refiere.
No sé muy bien a dónde mirar ni cómo entretenerme. Parece que la cosa va a durar un buen rato y aunque la radio ayuda algo, hace ya bastantes minutos que lo único que oigo a través de ella, son informaciones acerca del fuerte calor reinante, y del gran colapso que sufre hoy una parte importante de la ciudad. Gracias a la radio, he podido saber que se respira una cierta situación de nerviosismo en el gobierno municipal. Los técnicos no han dado todavía con ninguna interpretación que, además de explicar el origen de este atasco producido en una avenida a prueba de ellos, sea lo suficientemente científica como para exonerar a los políticos de toda responsabilidad en la cuestión.
Puede que durante estos últimos meses haya estado yo mirando como hacia un punto fijo que no veía. Quizá ese punto imposible donde se reúnen las líneas rectas que son paralelas, y que es un espejismo. Nada me alteraba, ni me identificaba con objetivos vitales de ningún género. Pero en un momento determinado, me ha empezado a dar miedo pensar que me encontraba en ese punto de la vida, de algunas vidas, en el que no hay estímulo que produzca turbación alguna. Puede que hubiera gastado toda la munición de emociones, y me deslizara por mi existencia sólo con la ayuda de la inercia. Ni siquiera me impacientaba en situaciones como la producida por este atasco. Pero hoy sí, porque me urge hablarle a Claudia.
Parece, según dice la radio, que el origen del problema han sido los controladores de tráfico del extremo norte de la Avenida del Progreso. Aunque aún no está confirmado, un error en un programa habría provocado la paralización de la rutina de señales luminosas. El centro de intervención ha programado una orden correctora que, desafortunadamente, ha enviado con diligencia al nodo de control de tráfico del extremo sur, provocando otro parón allí donde las cosas funcionaban correctamente.
Claudia me dijo que quería ser madre, y yo, como otras veces, he intentado mirar hacia otro lado. Me lo dijo en la cama. Prisionera de un abrazo mío. Justo después de haberme demostrado su amor. Justo después de haberle dicho yo lo mucho que la quería. Porque en esos momentos, no se puede hacer otra cosa que querer a Claudia. Pero enseguida lo olvidé. Lo olvidé hasta hace un par de horas en el servicio médico de la empresa.
Las noticias de la radio son ya de un tono bastante alarmante. Parece que el colapso circulatorio de la Avenida del Progreso ha sido calificado como ”irreversible”. Creo que he escuchado mal. No hay casi nada irreversible. Según la información que están ofreciendo, se ha reunido un gabinete de crisis, y el ejecutivo municipal ha emitido un comunicado escueto en el que ha manifestado que “se tomarán las medidas necesarias, sea cual sea su naturaleza, para asegurar el restablecimiento de la normalidad ciudadana en el menor tiempo posible”.
El doctor Brito es un buen tipo. Algunas veces tomamos café juntos. Le he visto algo pálido cuando me ha pedido que entrara a su despacho para comentar los resultados del reconocimiento anual de la empresa. Curiosamente, no he sentido un impacto especial cuando me ha hablado de una metástasis galopante en mi aparato digestivo. Incluso he hecho un mal chiste a propósito de las barritas omninutricionales que tenemos en el menú de la cafetería. Según él, la cosa es cuestión de dos o tres semanas.
Cuando he salido de su despacho, he comprendido que era el momento de compensar a Claudia por su paciencia conmigo. En dos o tres semanas tenemos tiempo más que de sobra para hacer lo necesario en orden a tener un hijo, si ella está de acuerdo. Si ella está de acuerdo en tener un hijo sin padre.
La emisora que estaba escuchando ha enmudecido. Es extraño porque la señal suele ser muy buena en todo el perímetro de la ciudad. He buscado rápidamente una emisora pirata que se sintoniza en un extremo del dial. Una en la que emiten los que se hacen llamar “románticos”. La he encontrado a tiempo de escuchar como decían que, según los técnicos, la única solución es volver a enrasar la calzada de la Avenida unos dos metros por encima del atasco. No he sabido entender qué significa eso hasta que he visto la enorme máquina que viene avanzando desde el extremo norte, arrojando metros cúbicos de asfalto y apisonando la superficie a un ritmo endiabladamente rápido. La cara del doctor Brito durante nuestra entrevista parecía fresca y sonrosada al lado de la de la gente que ocupa los coches que me rodean. Comprendo su estupor.
Mientras la negra masa me está engullendo, mi último pensamiento es para Claudia. No tendré la oportunidad de explicarle que fui puntual por una vez. Lo fui hasta donde ello dependió de mí.
Mayo de 2005
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