estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



martes, 26 de enero de 2010

El esmoquin me sienta como un guante


El esmoquin es alquilado porque, en honor a la verdad, la escasa apretura de mi vida social no me permitiría amortizar la compra de uno. Sin embargo, parece que éste lo hubieran cosido a mi alrededor. Me está como un guante.

Mamá dice que parezco un galán como los que había antes en el cine, aunque hoy no ha llegado a referirse a Robert Taylor, que es su favorito. No lo ha hecho porque está en esa fase en la que le empieza a preocupar que la gente piense de ella que no ha evolucionado nada en estos últimos años, si salimos del estricto terreno del desgaste biológico.

La pajarita ha sido lo más difícil. Pero ha habido bromas y risas durante la intensa batalla de cuatro manos y dos cerebros entablada contra ella, al final de la cual, hemos conseguido mantenerla en su sitio sin que la más pequeña escora a uno u otro lado pudiera delatar inhabilidad por parte de quien la viste. El concurso de mamá ha sido básico. El hacer nudos de pajarita es otra de las capacidades suyas que nunca le han sido de gran utilidad en nuestro espacio familiar, y que jamás supe cómo obtuvo.

Llegó la hora. Me voy a esa fiesta donde se va reunir lo mejor de lo mejor, la flor y nata de la sociedad. Es la fiesta del año, y mamá me ha recordado con enorme constancia que es una gran oportunidad para mí, y sobre todo, una gran oportunidad para alguna de esas chicas de la jet que nunca podrían encontrar a un chico mejor que yo. A veces creo que mamá sobrevalora mi capacidad para hacerla sentir como una buena madre. Mamá dice que eso de que el amor es lo primero y único importante en el matrimonio es verdad, excepto por el orden cronológico de los hechos, y que el amor siempre, al final, llega, si la pareja se construye sobre unos sólidos pilares de respeto y adecuada posición económica. Aunque acepta que las densidades de glamour y de dinero no son necesariamente coincidentes en un determinado espacio geográfico, cree que esta noche estaré en un lugar más propicio para encontrar un carril a mi futuro, que si me fuera a la feria que ponen en el barrio, allá por San Juan, cuando los días son tan largos.

-Anda hijo, ve e impresiónales, y estate un poquito atento a lo que pasa a tu alrededor y no en las batuecas como acostumbras, que siempre eres el último en enterarte de las cosas, y así no se va a ningún lado – me ha dicho cuando salía de casa. Y yo intentaré de nuevo darle gusto en esto.

Pero debe ser que eso de distraerme de la realidad es más estructural en mí que lo que mamá quisiera, porque en todo esto estaba yo pensando, cuando vi a un señor de edad avanzada que se dirigía resueltamente hacia mí, y cuyo porte y elegancia indicaban su condición de persona de mundo. Decidí que era una buena oportunidad para obtener de él un testimonio que reconfortara a mamá, y cuando llegó a mi alcance le pregunté:

-Oiga señor, ¿usted sabe quién fue Robert Taylor? – y él:

-Muchacho, ni tú ni yo estamos aquí para hablar de política, pero si te fijas en aquel grupo de gente del extremo, podrás ver que están más secos que una iguana del Sahara. Espabila chico, y no me tengas a aquel rincón de la barra sin atender.



Marzo de 2004

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