estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



sábado, 23 de enero de 2010

Camino del trabajo


Por las mañanas me adentro deprisa en las entrañas del planeta a través de un abismo de escaleras que inventó algún hombre buscando sabe Dios qué antípodas. Lo hago siendo uno más en la corriente de almas que huye de la gente, de la otra, y de la maraña de trayectorias de la superficie superpoblada.

Siempre corro por la mañana porque pienso que el tren no esperará. Sí. A pesar de mi constancia en la búsqueda de estrategias para anticiparme a sus trucos de gusano, corro. Traicionando a mi firme voluntad, forjada en las otras horas del día, de no tratar a mi obligación laboral como si fuera la última de las amantes, me veo impelido a correr hacia ella.

Me parece que los demás fijan en mi su atención y se dan cuenta de mi urgencia injustificada. Advierto en ellos cierta mirada de extrañeza cuando les dejo atrás en los angostos pasillos, y en esas escaleras de vértigo que siempre amenazan con llevársele a uno a un subsuelo aún más profundo, a través de la estrecha hendidura de su final. Sólo yo corro, y luego, ya en el túnel, los otros me observan como censurándome por mi esfuerzo inútil, y escudriñan mi frente para identificar el brillo del sudor.

Todo es absurdo porque, al final, el tren siempre me espera. Es como si mi jefe fuera su conductor.


Marzo de 2007

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