A veces tengo un pensamiento un tanto estrafalario y, sin embargo, desesperado: escudriñar en las papeleras por las que alguna vez hubiera pasado Joaquín Sabina, por si en alguna de ellas encontrara un bolígrafo que él hubiera desechado. Nunca se sabe. Puede ser que los bolígrafos tengan la inteligencia sobrehumana de transmitir el talento de los que alguna vez fueron sus dueños. Además, con constancia y aliento, siempre se puede obtener de los bolígrafos gastados un heroico resto de tinta capaz de escribir, al menos, un soneto, o quizá la letra de una canción tan bella como ésta.
Ahora que parece que las cosas nos pintan a todos un poco en bastos, me apunto a Chavela Vargas, vaya que sí. Y es que me fío de Sabina, y si él dice que “quien supiera reír como llora Chavela...”, entonces yo me apunto.
Si la vida nos reparte bastos cantemos las 40.
ResponderEliminarLos bolígrafos olvidados me resultan magnéticos. Casi tanto como los mecheros descuidados. Porque los bolis encontrados, como los mecheros, tienen historias impregnadas. Si conozco al propietario ese objeto se convierte en medio de recuerdo o evocación de esa persona. En caso contrario, a veces me da por imaginar la vida de quien en su día lo poseyó. ¿Les otorgas alma a los cacharritos desechados? ¿Te gusta tirar de los hilos?
Me gusta Chavela.
Buenos días, querido ocelote.
Buenas noches, querida Arrebolada. No tengo respuesta absoluta a ninguna de tus preguntas. O sea, soy capaz de otorgarles alma a los cacharritos desechados, pero sólo si me gusta el alma de quien los poseyó. En todo caso, no hay objeto de mi atención tan poderoso, como las propias personas en sí. A mí también me gusta Chavela. Y su sonrisa incansable.
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