Durante el periodo en el que estuve en la Escuela de Arquitectura, dediqué por igual mi tiempo a hacer lo posible para llegar a ser arquitecto, y a hacer hasta lo imposible por evitar que dicha tarea me llevara demasiado tiempo; o sea, a vaguear.
Una de las actividades extra académicas en las que más me empleé durante aquel tiempo, fue el estrecho seguimiento del campeonato de fútbol sala. Aunque yo pertenecía a uno de los equipos que lo disputaban, el Bicarbonato, nuestra incontestable incapacidad para estar arriba en la tabla clasificatoria nos condujo a ser, sólo, frecuentes espectadores de muchos partidos en los que otros equipos de gran potencial futbolístico se jugaban el ser o no ser en el Olimpo de la gloria balompédica. Mi compañero en estas escapadas (del aula) era Arturo, quien sí llegó, al contrario que mi menda, a ser arquitecto, por mucho que nunca haya llegado a construir una casa.
Uno de los equipos punteros de la liga era el Desvirgators do Catre, cuyo nombre ya indica a las claras que la afición favorita de sus miembros fuera de los campos de deporte era sin duda la lectura de los griegos clásicos. Los Desvirgators tenían un equipazo. Tenían tantos jugadores buenos que difícilmente se les podía clasificar como titulares o reservas. La mayor parte de ellos, de haber pertenecido a mi equipo, me hubieran llevado a mí irremisiblemente al banquillo. Eso, si no lo hubiera estado ya previamente. No obstante, había uno entre ellos que rompía la regla. Apenas jugaba. Era un tipo extraño en su aspecto. Hubiera podido ser un magnífico extra en la película "En busca del fuego" por su habilidad natural para llegar al rodaje desde su casa ya caracterizado. Tenía un mentón prominente como pocos y las pobladísimas cejas le sobresalían de las cuencas de los ojos, como la marquesina de un teatro de Broadway de la fachada del edificio que lo alberga. Si Darwin hubiera conocido su existencia, le hubiera servido perfectamente para llenar el vacío que el eslabón perdido dejó en la cadena evolutiva, sólo desde un punto de vista figurativo, claro está. En su comportamiento, era extraño igualmente. Se desplazaba siempre deprisa y con pasos cortitos, y aunque su equipo no solía pasar apuros para ganar la mayoría de los partidos, siempre estaba moviéndose nerviosamente y rezongando en el banquillo. Era un auténtico entusiasta del juego y de su equipo, y creo que sentía adoración por ambos. Llevaba toallas a los partidos y, como los utileros auténticos, las repartía entre los compañeros siempre que un parón en el juego le daba la ocasión para hacerlo. Jugaba escasos minutillos en los partidos cuando éstos se encontraban ya incuestionablemente resueltos, y nunca hablaba demasiado, al menos hasta donde yo podía escuchar.
Una vez, en un choque auténticamente en la cumbre entre los Vencejos+Viejos, también un pedazo de equipo, y los Desvirgators, la cosa no estaba de cara para éstos. Había empate y el partido prácticamente decidía el campeonato. Nuestro hombre estaba en el banquillo más nervioso de lo habitual, cuando unas tímidas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre nuestras cabezas. Entonces, levantó la vista hacia el cielo, y dijo quejoso: "y encima, ahora, se pone a llover el hijo puta". Pensé entonces que verdaderamente hay gente pa tó.
Sin embargo, la lluvia no prosperó y el juego siguió adelante. Los desvencijados bancos de madera que rodeaban la cancha estaban a rebosar de gente, y el partido echaba chispas por momentos. Los jugadores, hacía un rato que se empleaban de manera más que decidida. Y en ese dramático momento, el árbitro fue a lesionarse el tobillo en un lance en el que trataba de seguir, y eventualmente impedir, alguna casi agresión entre dos jugadores. Uno de los miembros del equipo de los Vencejos que era también parte del grupo organizador del campeonato, se dirigió a los asistentes y pidió que alguien cogiera el silbato y continuara con el arbitraje. Como es bien comprensible, no hubo voluntarios, y el que más y el que menos necesitó en ese momento reforzar el lazo de un oportuno cordón desatado, haciendo esquiva de la situación de la mejor manera posible. El de los Vencejos insistió. Y fue probablemente mi repetida presencia allí, a lo largo de semanas de dar esquinazo a la Geometría Descriptiva y al Análisis de Formas, lo que le decidió a acercarse a mí, y ofrecerme el pito, a la vez que me daba palabras de ánimo, mezcladas con otras de chantaje emocional.
Se hizo un silencio cortante en la pista. Me sentí escrutado por la curiosidad y la perplejidad de la gente, que parecía observarme mientras se persignaba para sus adentros (como anticipando tarea para cuando hubiera que pedir, a quién hubiera que pedírselo, que me abriera las puertas del cielo). Y yo acepté el pito. Y entré aún más en el partido, que empezaba a convertirse también, como el causante anónimo de la lluvia, en un hijo puta.
Y sin embargo aquí sigo. Y por seguir, sigo con lo mío: ¿hay gente pa tó, o no hay gente pa tó?
Marzo de 2004
Rev. Diciembre de 2005
No me he podido resistir.
ResponderEliminarLa situación es la siguiente: Me encuentro en la terraza, leyendo un libro que me está dejando pasmao de lo bueno que es y de repente leo:
"A veces se quedaba mirando al cielo, súbitamente pensativo y meneaba la cabeza cuando gruesas nubes redondas manchaban con su blancura el azul puro. "Cabronas" decía, pero nunca llegué a saber si se refería a las nubes o a alguna otra cosa lejana e invisible que surcaba los cielos sólo para él"
Perdón por ,lo largo de la cita, pero venía al pelo. Como quiera que tu historia es bastante más antigua, bien lo sé, creo que debe haber una antigua epidemia en eso de denostar al clima por la única vía posible, que es personalizándolo. Así que no me quedaba otra que venir a decírtelo.
Abrazos
Tío, la realidad supera a la ficción. Cada vez lo tengo más claro. Aunque no sé si eso debería hacerme ver las cosas cada vez más oscuras.
ResponderEliminarUn abrazo