Las baldosas del suelo de mi cuarto de baño están salpicadas de innumerables y pequeñas manchas que tienen formas irregulares. Casi siempre son de color negro, y las que no lo son, bien podrían responder a un error de fabricación porque no son suficiente número como para ser algo intencionado, o sí. Ni idea. A veces, cuando paso distraídamente la vista por este suelo, veo caras. Son caras muy esquemáticas, en las que un pequeño triangulito junto a otro aún más pequeño a su lado forman los ojos. Y la nariz es una manchilla trapezoidal que anda por debajo de las anteriores. Y también hay boca, y hasta orejas y gafas en algunas ocasiones. Estas caras son embrujadoras, como debieron serlo también las de Bélmez de la Moraleda hace un porrón de años; por más que, habiéndome llegado noticias de aquellas a través de testimonios ajenos a los de mis propios sentidos, no pueda yo dar por cierto, ni no, nada de lo que allí ocurrió, y tan sólo pueda decir de ello, lo mismo que a mí me dijeron.
Mi embrujo, sin embargo, no es tal. Que sólo lo parece por quedarme yo más quieto que un camaleón, ojos y todo, frente a una mosca. Y sobre todo ojos, en realidad, porque al moverlos hacia otro lado la cara del suelo desaparece y se hace imposible volver a localizarla. Es como si la razón de las caras en el baño fuera mi presencia en él, y la de mis ojos escrutándolo todo, y no tuvieran sentido si yo no estoy, porque en realidad vienen a hacerme compañía y a jugar conmigo al escondite. Tentado he estado alguna vez de proveerme de un rotulador indeleble, y tenerlo a mano donde el cepillo de dientes o el peine de arreglarme cuando salgo a la calle, para poder marcar con él la superficie en la que descubro una cara, rodeándola con un circulito, como hacen los grandes almacenes con sus precios, únicos, en tiempo de rebajas.
El suelo de mi cuarto de baño es parecido a muchos otros suelos que no necesariamente se instalan en cuartos de baño. Y creo que esto que me pasa, no es algo que sólo me pase a mí. Podría sucederle, por ejemplo, a un chico esperando a su novia en un apartado velador de un antiguo Café. De esos cafés de época cuyo suelo de terrazo está a reventar de manchitas negras y pequeñas. Ella, al acercarse a la mesa, le vería en gesto tan absorto y concentrado que, después de saludarle con un beso, le diría: "¿en qué pensabas, cariño?", y él contestaría "en nada, en nada".
Será que nuestra mente no se encuentra realmente al pairo, agradablemente al pairo, si no está en cosas tan poco útiles como descubrir las caras que habitan los suelos. Y esas cosas son difíciles de explicar y de describir, y ni se le pueden confiar a cualquiera, ni todas las personas en quien confiamos son capaces de entenderlas. Y sucede que algunas de esas cosas -también otras que no son ver caras-, nos vuelven pudorosos. Entonces se hace muy socorrida la respuesta de "en nada, no pensaba en nada" cuando nos rescatan de nuestro ensimismamiento interrogándonos sobre su causa. Por todo esto, la chica del Café Comercial se fue aquel día algo preocupada, tras haber reconocido en la mirada de su novio la existencia de un pensamiento que no quiso compartir con ella. "Dios mío –pensó aquella noche cuando volvía a su casa- ha sido, de alguna manera, nuestro primer engaño".
Mayo de 2004
Rev. Julio de 2006
Rev. Enero de 2008
En el cuarto de baño de mi madre hay una baldosa que de pequeña me resultaba espeluznante. Columna 2, fila 2. Sobre el fondo negro, dos manchitas blancas con forma de pequeñas guindillas invertidas se convertían, nada más sentarme en el trono*, en los cuernos de un demonio feroz de tremendos ojos trapezoidales. La barbilla era puntiaguda y remataba una boca cuya mueca hacía prever lo peor. Un poco más abajo y a la izquierda, pero en la misma baldosa, se intuía un cisne con el pico sobre el pecho. Y frente a éste se hallaba algo parecido a un abrelatas de mariposa. Así, satanás, un pobre cisne y el abrelatas formaban un triángulo tal que me veía obligada a hacer mis cositas con los ojos cerrados o mirando al techo. Yo era muy chiquitina y altamente impresionable. Lo que no he perdido es la costumbre de encontrar formas imposibles en terrazos, paredes desconchadas, nubes, reguerillos de agua...
ResponderEliminarCreo sinceramente que el muchacho debería haberle dicho lo que estaba pensando. Ella lo habría encontrado encantador.
Y yo también.
Un saludo, ocelote.
Hola Arrebolada. Lo primero, decirte que eres muy bienvenida a este sitio (tan poco frecuentado, todo hay que decirlo) y que me siento orgulloso de que hayas dejado huella en él. Esa combinación de figuras que veías de pequeña, debía de tener algún significado. No sé cuál, pero intentaré enterarme (aún no sé cómo). El parqué o las baldosas que se utilizan hoy en los solados ya no son lo que era el terrazo. Ese sí que daba juego.
ResponderEliminarPuede que tengas razón, si el chico no habló, quizá no estaba tan seguro de la solidez de la relación. O quizá estaba seguro de la fragilidad de la misma. O puede que la cara se hubiera esfumado ya, y no había nada que explicar.
Un saludo.
Gracias por la bienvenida. Para mí es un placer echarle un ojo a tu rincón.
ResponderEliminarEn cuanto al psicoanálisis de mi baldosa infantil... estoy completamente segura de que tiene un significado. Si lo encuentras dímelo, pero bajito. Quién sabe si coincide con el que yo encontré.
Retomando el hilo... hoy vi una nube con forma de duodeno y un chicle pegado en la acera que en realidad era una cabeza de ajos.
Más saludos. Y una sonrisa.