estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



domingo, 25 de abril de 2010

¡¡¡Sorpresa!!!


Ya se me está empezando a cargar el gemelo por culpa de esta postura tan incómoda e inapropiada a mi estado de forma. Siempre me ha parecido muy desagradable ponerse en cuclillas. Aún en el tiempo en que era yo de goma y la robustez de mi naturaleza desafiaba a la física, o a la biología, o a la ciencia que correspondiera ser desafiada, estar en cuclillas me jodía. Nunca me atreví a revelar a la pandilla este vergonzante hecho, no fuera a ser que dejaran de contar conmigo en sus preferencias a la hora de formar equipos para jugar los unos contra los otros. Cuando tocaba al escondite, veía a otros chavales en cuclillas, y estaban tan campantes, como si se estuvieran fumando un puro. Yo, por el contrario, estaba deseando que descubrieran mi escondrijo y me eliminaran, para así poder abandonar la posición de tortura. Ahora, los dolores son mucho mayores, pero la responsabilidad es tanta o mayor que entonces, porque Luisito, Aurora, Ricardo y Sandra, que son, todos ellos, los mejores amigos de Belén, y que andan desperdigados en la oscuridad circundante, deben estar también fumándose un puro; y a mí me gustaría preservar esta imagen de señor enrollado, a pesar de lo mayor, que supongo que me he ganado participando en este divertido montaje. Creo que acierto al pensar que su naturaleza aguanta mejor que la mía esta espera en estado de contorsión, porque cuando hemos tenido que encender la luz para atender a los pequeños incidentes que la oscuridad y los nervios han venido provocando, los que permanecían agachados tenían cara de felicidad. Una cara auténtica, no una impostada como la mía.

Hoy es 3 de marzo. Hoy cumple años Marisa, y la urgencia de los preparativos para estar en esta fecha a la altura de las circunstancias, me ha tenido en una tensión grande en los últimos días. Quizá a ello pueda atribuir el tono rocoso que aprecio en los trapecios ahora mismo. Un masaje me vendría bien. Eso me digo repitiendo mecánicamente lo mismo que dicen todos los que nunca encuentran tiempo para hacer algo de ejercicio que les prevenga de la necesidad de masajes. Al llevarme la mano a la zona dolorida he rozado con el codo la pared, y he sentido un intenso latigazo de dolor. Dolor de gotelé levantándome la piel. En un absurdo pensamiento repentino, me he sentido reconfortado por lo que podría constituir una venganza automática, y es la más que probable mancha de sangre que habré dejado sobre la pared. Pero no puedo confirmar la existencia de esa mancha porque estamos a oscuras. No lo sabré hasta que todos gritemos al unísono “¡sorpresa!” a una desconcertada Marisa, cuando ésta aparezca por la puerta y confirme con su presencia, lo que el sonido de sus tacones sobre el suelo del rellano de la escalera nos habrá anunciado unos segundos antes. Ese sonido característico de ella que hoy ya se está demorando un poco.

Fue Belén, con su voz de violín, y esa mirada traviesa robada a su madre, la que puso en crisis mi ceguera: “Papá, ¿este año tampoco vamos a hacerle una fiesta a mamá por su cumpleaños?” De repente ha sido como si el espejo en el que me he estado mirando cada mañana desde hace tantas, y que me ha ido dosificando la información sobre los cambios que iba sufriendo, hubiera sido sustituido por otro que no me veía desde sabe Dios cuándo. Entonces me han entrado las prisas y un remordimiento cuya naturaleza no sabría describir. Preparar esta fiesta sorpresa a Marisa, fue la idea de bombero que se me presentó entonces, como solución de emergencia a la pregunta de la niña.

Debe ser ya muy largo el tiempo en el que me vengo comportando de forma descuidada y poco considerada con la sociedad que Marisa y yo acordamos formar en su momento. Eso tengo que creer si pongo en la evaluación de un diagnóstico de la situación, todos esos signos que ella ha estado enviando, y que no comprendo cómo no he advertido antes. Y lo mismo debo pensar si acepto, con un mínimo de objetividad, que el silencio que he recibido de los más cercanos cuando les he explicado la naturaleza de nuestros conflictos, no puede ser sino síntoma de que sólo ese silencio les era posible como postura máxima de solidaridad para conmigo, que he sido siempre un amigo para ellos. Más de uno -eso creo, ahora que me ha dado por pensar, escapando del solaz de no querer ver ni oír el estado en que se encuentran las cosas- ha debido morderse la lengua con frecuencia para no cantarme las verdades del barquero, y ponerme en mi sitio. No sé qué coño me ha pasado. Será que me he ido abandonando como persona, en el sentido más doméstico de la palabra, y que he desatendido con progresiva intensidad todo signo de cariño hacia lo que no fuera mi propia persona, sin ver las alertas que podían darme pistas sobre mi deriva. Y todo esto, aplicándome la dudosa indulgencia de pensar que no siempre fui así. Pero he decidido poner arreglo a esto. Por eso hoy, después de tantos años de creerme a salvo de tan desagradable tortura, estoy de nuevo en cuclillas.

Aunque me agazapo detrás de una mesa cuyo peso al desplazarla me pareció siempre desproporcionado a su tamaño y utilidad, veo que corre el aire entre ambos, y no creo que sea ella la que me está oprimiendo el pecho, en cuyo centro noto un dolor de ida y vuelta que me está empezando a causar una cierta sensación de mareo. Lo achaco a que he dormido poco y mal (anoche estaba nervioso como los colegiales en la víspera de una excursión), y a que esta mañana me he incorporado demasiado rápido de la cama, que es lo que siempre se ha dicho en casa de mis padres que es causa segura de que una jornada se tuerza. Marisa me anunció ayer que hoy tenía una reunión importantísima, y muy temprano en la oficina. No iba a poder dejar a Belén en el colegio a la hora habitual. El último empujoncito hacia la vigilia me lo dio ella desde la puerta del dormitorio a las 6,30 de la mañana, cuando se iba de casa. Recuerdo haber pensado, entre la neblina del desvelo sobrevenido, que calzar manoletinas en esa reunión tan crítica, no era lo más apropiado, y menos en ella que siempre ha gustado de una estricta formalidad en su entorno laboral en lo relativo a la forma de vestir.

Hoy me he tomado el día de vacaciones (hecho que, por supuesto, le he ocultado a Marisa), para poder hacer todos los arreglos logísticos necesarios para la fiesta sorpresa. Por ello, adaptarme al requerimiento de tener que dejar a Belén en el cole no ha sido un problema. Luego, por la tarde, como cada día, la he recogido, si bien hoy me he llevado además a cuatro polizones para dar color y algarabía a nuestra celebración. Durante la mañana he podido localizar gracias a algunas consultas en internet la dirección de tiendas en las que comprar piñatas, narices de payaso, antifaces y guirnaldas al estilo abril sevillano, para que a la impedimenta festiva no le faltara de nada. En ese momento no le he dado ningún significado al hecho de ver un montón de visitas a agencias de viaje on line en las últimas semanas. Pero ahora, justo cuando una nueva punzada de dolor me llega al pecho y empieza a descenderme por el brazo, la imagen del historial de navegación en el ordenador me golpea en la memoria reivindicando su auténtica importancia. Su protagonismo cruel. Y ato cabos. He empezado a sudar, y tengo frío y nauseas.

Desde algún rincón de la oscuridad psicodélica de esta fiesta, aún por empezar, me llega borrosa la voz de Belén diciendo: “Papá, ¿por qué mamá tarda hoy tanto?”. Me gustaría darle alguna respuesta pero ya no me llegan las fuerzas a las cuerdas vocales. El dolor del pecho ya hace minutos que ha dejado de ser intermitente, y su intensidad ya no ofrece dudas sobre las intenciones de esta crisis. Me he ido escorando hacia mi costado izquierdo hasta que el suelo me ha recogido, aún flexionadas las piernas a pesar de que no me han encontrado en mi escondite. Puede que esta vez, por ser la última, sea yo quien gane el juego.

Belén insiste en su pregunta a nadie. En el último momento me doy cuenta de que aunque la luz continúa apagada, mantengo en la cara esa sonrisita estúpida de “esto es una juerga y cómo me lo estoy pasando”. A oscuras, no puede ser su finalidad la de mantener el ambiente festivo de cara a los niños. Parece más bien un gesto de incredulidad. Es como si tercamente me resistiera a creer que no será Marisa quien me descubrirá en mi escondrijo. Ni hoy, ni jamás en el futuro.



Abril de 2010

3 comentarios:

  1. Un relato excelente, lleno de frases acertadas y con un ritmo perfecto.

    "Puede que esta vez, por ser la última, sea yo quien gane el juego."

    Tierno y duro. Felicidades.

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  3. Gracias anónimo, la frase que has escogido es la misma que hubiera escogido un amiguete mío. Un saludo.

    No lo tengo claro, me alegro de que tengas un nombre, aunque sea tan compuesto. Es verdad que ayuda el saber quién es cada cual. También me alegro de la utilización de la expresión “a partir de hoy”, como dando a entender que echar un vistazo aquí, podría llegar a ser una costumbre. Otro saludillo.

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