estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



jueves, 15 de julio de 2010

Acerca del aliño de las ensaladas



Cuando yo cantaba en el coro en el que cantaba (resultaría absurdo aludir a él por su nombre propio, ya que no era conocido más allá del círculo familiar de sus integrantes), el director nos disponía, en los ensayos y en las actuaciones, de tal manera que los miembros de cada una de las voces estábamos desperdigados por todo el espacio coral, en lugar de permanecer reunidos en una zona determinada como sucede en la mayor parte de los coros. Ya saben: sopranos, contraltos, tenores y bajos. El resultado era que al mezclarse las voces muy uniformemente por todos lados, el canto resultaba más empastado. El director aseguraba que no había color entre cómo sonaba nuestro coro (siempre y cuando todos nos supiéramos la canción con la suficiencia necesaria como para soltar la voz con firmeza), y cómo lo hacían los otros. Les ruego en este punto una cierta abstracción del hecho que comento, y que consideren excluidos de la comparación a los coros buenos. Los más buenos. Porque parece probable que el Orfeón Donostiarra hubiera cantado mejor que nosotros hasta en el peor de sus días: así estuvieran sus cantores recién llegados de la calle del Licenciado Poza (*), habiendo cerrado en ella hasta el último bar, como hacen los borrachos sin prisa.

Este pequeño y anecdótico hecho ilustra perfectamente el argumento que trato de utilizar, y que es que la probabilidad de conseguir una ensalada bien aliñada es directamente proporcional al nivel de revoltijo que formen sus ingredientes. O algo así.

Es habitual recibir en las mesas de los restaurantes presuntas ensaladas que habiendo sido aliñadas (eso asegura quién las sirve), guardan un orden casi militar en la disposición de sus componentes. Éstos, uno tras otro, suelen haber sido acumulados verticalmente con un evidente ánimo estético, para concluir con un espárrago que se despliega a lo largo del plano superior del conjunto. Preciosa ensalada. Preciosa ensalada que sabe inevitablemente a campo antes incluso de acceder a sus estratos inferiores (de lechuga, claro). En efecto, ya en las posiciones intermedias dentro de una trayectoria descendente, no existen ni gotita de aceite o vinagre ni granito de sal que hayan podido llegar hasta allí para cumplir con su misión sazonadora.

No veo otra conclusión posible a lo anterior sino que el orden y la simetría formales de sus ingredientes, son el enemigo a batir cuando se trata de aliñar correctamente una ensalada. Como lo es igualmente el tamaño excesivo de los mismos, que a veces se añaden casi de una pieza como si el plato solicitado no fuera el que es, sino otro distinto que podría anunciarse en la carta de menús como "salteado de hortalizas al estilo tal cual”.

Hay quien defiende que lo adecuado, en orden a solucionar el problema reseñado, es ir aliñando la lechuga, el tomate, y el resto de las partes, de forma sucesiva, al tiempo que se incorporan a la fase de amontonamiento en la ensaladera. Lamentablemente, este sistema sigue sin asegurar que la ensalada sea una mezcla de cosas, sino cosas juntas que no se mezclan en realidad. No le arriendo la ganancia al encargado de servir una ensalada de este tipo a sus compañeros de mesa. Le auguro un estrés transitorio, pero intenso, mientras trata de cumplimentar a todos con un trocito de atún; recurso escaso, y mucho, después de servido el primer plato. Y eso sin entrar en el huevo duro. Ese sí que no admite ni el menor desperdigamiento material, ni por tanto posibilidad de reparto, si no es con el concurso del cuchillo.

El plan B es el A anterior más un añadido correspondiente a la operación de mezclado de todo. El resultado podría ser bueno, siempre que dispusiéramos de una ensaladera “king size”, de esas que por su tamaño prestan el desahogo suficiente para remover las hojas de lechuga casi enteras. Nunca he visto un recipiente como éste (a excepción hecha de en las cocinas cuarteleras), e imagino que su existencia debe ser una leyenda urbana más. Si por el contrario, el intento es sobre un receptáculo de tamaño más o menos estándar, o si en el colmo del optimismo se utiliza el propio plato sopero porque “así se mancha menos”, entonces la posibilidad de obtener una ensalada es nula.

Sin embargo, ¿qué dificultad tiene aliñar una ensalada si todo lo que se le pone está convenientemente troceado, de manera que su mezcla sea efectiva, y se deje revolver sin catapultar gotas de aceite a la camisa, o ande poniendo a uno en el ajetreo constante de rescatar los trozos caídos por la borda? La respuesta es que ninguna. El resultado es algo más suculento para el gusto y más fácil para su manejo en el plato. Y más seguro para la corbata, también.

Reflexión última. Una ensalada en trozos grandes y de perfecto orden espacial parece la solución apresurada a un problema, mientras que la que defiendo en estas líneas sugiere cocina, dedicación e interés por agradar. ¿Cuál servirían ustedes en su casa a los invitados a una cena?



(*) No conozco el nombre de la calle de ponerse hasta arriba de líquidos espirituosos en San Sebastián. Soy capaz de editar y cambiar el texto si fuera proveido de tal información. Por otra parte, si lo que consigo es el nombre de un coro bilbaíno de renombre, cambio el nombre del coro y mantengo el de la calle; y, finalmente, llegados ya a este punto, cambio nombre de coral y de calle si me facilitan parejas de ellos que sirvan a los propósitos de mi explicación, ya sean de Teruel, de Valencia, o de la mismísima Peñaranda de Bracamonte.



Septiembre de 2006

2 comentarios:

  1. A mí lo que me gusta es poder usar sólo el tenedor al comer ensalada. Detesto que los trozos de verduras u hortalizas sean tan grandes que me obliguen a utilizar el cuchillo. Pero que tampoco sean tan diminutos que sea ardua la tarea de pinchar las hojas porque no tienen 'troncho'. Sí, hay una medida ideal para los componentes de las ensaladas. Me gusta el batiburrillo de colores y de texturas. A veces monto, en precario equilibrio, el bocado perfecto: una brizna de escarola, una moneda de rábano, un poliedro de manzana, todo ello coronado por unas migas de atún. Sinfonía salivar. Otras veces hago una pinchada monotemática y monocroma: cuatro pasas gorditas embebidas de aliño. Explosión en las papilas.
    El aliño... Lo más importante es que no haya exceso de nada. Es todo un arte y cada maestrillo tiene su librillo. Confesaré que me gusta empapar un pedacito de pan en el resto líquido que queda en el plato. Qué ricas son mis ensaladas. Sin pimiento, of course.
    Buenos días, ocelote.

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  2. O sea, que en lo fundamental coincidimos: comer la ensalada sin necesitar nada más que un tenedor es lo ideal. Bueno, y un trocito de pan para “empujá”. A un amiguete mío, le encantaba beberse (literalmente, y desde el bol) el aliño líquido que quedaba al fondo. Un abrazo, Arrebolada.

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