El otro día se me quedó enganchada en la cabeza una pequeña trifulca dialéctica que se montó en la oficina a propósito de los medios de comunicación. El principal objeto de debate era si uno debe racionalizar la información emitida por ellos o no, o algo de enunciado semejante a este.
Se me ocurren dos enfoques de la cuestión, con independencia de que pueda haber otros. Podemos racionalizar los acontecimientos descritos por los medios de comunicación, o podemos racionalizar el hecho de que para un mismo acontecimiento, los distintos medios sugieran diferentes lecturas del mismo. Por lecturas digo cosas como la identificación del elemento inductor del hecho periodístico en cuestión, o las consecuencias pronosticadas para él, o incluso su valoración moral.
En el primer caso no tenemos elección, y siempre racionalizamos. Es decir, acudimos rápidamente a la asociación racional-humano, y la noticia narrada nos demuestra de qué somos capaces las personas, tanto en lo bueno como en lo malo. No hay más. En realidad, cuando empleamos la expresión "no me puedo creer que sucedan estas cosas", no pensamos que la noticia describa el hecho de manera imprecisa, o incluso falsa, ni tampoco que los protagonistas de la misma sean Gurb (cuando ya hubo noticias de él) y su colega ínter espacial. Sólo constatamos que lo racional y lo razonable (no sé por cuánto tiempo nos servirá esta palabra) son cada vez cosas menos coincidentes, porque ya no es tan verdad, lamentablemente, que lo racional diferencie, en positivo, a los hombres de los animales.
En el segundo caso me parece que sí tenemos opción. Y aquí yo me inclino por las ventajas de racionalizar, esto es, de no perder de vista que los medios de comunicación son empresas dedicadas a la explotación mercantil de una actividad, aunque el negocio pueda ir bastante más allá de lo visible en la última línea de una mera cuenta de resultados. En otras palabras, no hay más remedio que aceptar que los medios de comunicación a menudo están más al servicio de los intereses de determinadas personas (siempre hay individuos detrás de los grupos de personas, y esto, aunque parezca una obviedad de exclusivo ánimo estético, creo que puede llegar a asustar), que al del fiel cumplimiento de una labor social. No es ésta ninguna idea novedosa, y mi propuesta es que al elegir esta opción, racionalizar en este sentido, evitamos dolor de alma, o de algún órgano conceptualmente próximo, y el esfuerzo que supone el andar haciéndose cruces, o aún peor, desgastarse en plegarias por la salvación de los espíritus inmortales de aquellos para los que la deontología periodística es tan sólo una idea romántica, en el mejor de los casos.
Por supuesto, hay ámbitos informativos que no son tan “secuestrables” por el debe y el haber contables, u otras servidumbres menos explicables; y además, tenemos lo de que generalizar no está bien, y no lo está. Por ello, aunque no soy irremediablemente escéptico, soy inevitablemente relativista. De ahí no me saca nadie... hasta ahora, claro.
PD. He echado un vistazo atrás a este texto y me sugiere la imagen de una voz leyendo apresuradamente un letrero blanco sobre fondo azul que rezara algo así como: “leer esto antes de la siesta, está médicamente contraindicado... o puede que bien pensado sea justo lo contrario”.
Junio de 2007
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