La
semana pasada me apunté de voluntario a la candidatura de Madrid 2020.
Básicamente, me impulsó a hacerlo el haber podido decirles en un futuro a mis
nietos nonatos, que su abuelo fue voluntario en la consecución de un hecho
histórico. Ahora tendré que buscarme algún otro logro que, eventualmente, pueda
impresionarles, y me parece que no tengo mucho donde elegir.
La
andadura de esta mañana me llevó por un sitio que ya me es bastante habitual. Cogí
el anillo verde ciclista de Madrid que pasa a un par de cientos de metros de mi
casa. Y llegué a la plaza de La Alsacia, de la que a tan solo un tiro de flecha
más allá, me di la vuelta para regresar por donde había llegado.
En
la plaza de la Alsacia hay una gran isleta central que hoy alberga la salida y acceso
a una estación de metro, además de un intercambiador de diversas líneas de
autobuses urbanos. Es, por tanto, un espacio de tamaño difícil de ignorar; y en
él, y en su momento, el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, hizo instalar
un pedestal de heroicas dimensiones que soportaba unas grandes letras con una
leyenda parecida a esta:
MADRID
2M12
2M12
Esta mañana, esa leyenda había vuelto de la tumba, y era de nuevo visible. Como
si se tratara de uno de los "otros" de Amenábar, el Madrid 2012
vigilaba los rostros de los ciclistas, corredores y paseantes de hoy,
escudriñando si su decepción de ahora era como la que hubo entonces, hace 8
años, cuando toda esta pesadilla comenzó. Pero no, no lo era. Yo lo sé porque
me he cruzado con todos ellos en mi paseo matutino, y lo he podido comprobar
con un rápido recorrido visual por sus semblantes callados. Y es que la
decepción es un objeto de disponibilidad finita, y se va agotando. Como las
galletas Chiquilín, ni más ni menos.
Un
par de kilómetros más allá, el anillo ciclista llega al Estadio de la Peineta,
en San Blas-Las Rosas. Allí donde otrora, ayer, pensábamos que iba a celebrarse
la ceremonia de inauguración de dentro de 7 años. Pero ya no podrá ser. El
estadio se ha convertido esta noche en un holograma, y se ha empezado a
pixelar. Los vecinos dicen que no quedará ni rastro de él en apenas 72 horas,
el tiempo justo para que a Bárcenas se le caiga del maletín algún otro
papelillo, mientras pasea inquieto por los pasillos de los juzgados.
Realmente no estaba de Dios -ese Dios mutante de 96 cabezas- que yo
fuera voluntario olímpico.
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