Eduardo es
un chaval, que ya no lo es tanto, con el que coincidí en mi época de scout.
Hace pocas fechas, y por una de esas circunstancias alegres y algo milagrosas
(pero de las de los milagros de verdad cuya autoría corresponde a las personas
de carne y hueso), tuve contacto (cibernético) con él de nuevo, tras algo más
de 25 años sin noticias suyas. Eduardo me dijo que forma parte de un grupo
musical. Que no se ganan la vida con la música, pero que hacen conciertos con
una cierta continuidad. Que le encanta eso. Y que fue hace algo más de 25 años
cuando decidió que esto es lo que él quería hacer algún día. Y que yo tuve algo
que ver con su decisión, porque en nuestra época de scouts, “el de la guitarra”
era yo.
Estoy
verdaderamente sorprendido y maravillado de que los tres o cuatro acordes de la
melodía del Smoke on the Water, que
ocuparon, y siguen haciéndolo hoy, un espacio muy próximo a mi techo de
competencia guitarrística, hayan tenido, al fin, alguna utilidad. Así que me he
venido arriba, y utilizando como excusa el hecho de que la guitarra que tenía
fue secuestrada por mi hija hace meses, y la coartada de que acaba de ser mi
cumpleaños, me he comprado una guitarra acústica.
El
pensamiento dominante en mi cabeza, puede que ya rayando en la preocupación, cuando
me encaminaba a consumar mi ocurrencia sobrevenida, era que en la tienda, y en
cumplimiento de un comprensible acto de hospitalidad comercial, me ofrecieran
probar la guitarra. No ocurrió, afortunadamente. De otro modo, y como yo no soy
muy de mentir, hubiera tenido que confesar la verdad: “No será necesario. Verá,
yo no controlo mucho esto de la guitarra. Es solo que quiero trascender de mis
vidas anteriores, y llegarme, si acaso, al Aqualung
de Jethro Tull”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario