estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



sábado, 9 de febrero de 2013

Cielo





Colosal techo, 
de emoción, tus colores, 
llenan mi pecho.




Fotografía: Encarna Mora

(Para ver la imagen en su tamaño original, hacer doble click sobre ella)
 

sábado, 22 de diciembre de 2012

A week in Stockholm (TRI-VA-GO)

En el vuelo de vuelta a Madrid, y en mi diagonal frontal-derecha (es decir, justo al otro lado del pasillo y en la fila anterior a la mía), viajaba un individuo joven que gastaba barba de talibán y pelo largo recogido en un moño alto.
 
Aunque solo accedía a su perfil izquierdo, y aún ése, un poco diagonal, pensé de inmediato que tenía un parecido extraordinario con el tío del anuncio de Trivago. Este que pueden ver al margen, en concreto.
 
También pude deducir, utilizando mis habilidades de Jessica Fletcher, que era guiri, al observar que se descalzaba en cuanto el avión hubo adquirido su horizontalidad de crucero, y habida cuenta de que los españoles somos poco de hacer semejante cosa. Averigüé, asimismo, que conocía nuestro idioma, si bien esto se desprendía directamente de ver que hablaba con una azafata, una de ya cierta edad (que es lo que queda más cerca de una edad incierta, pensándolo bien), y que le contestaba en un español de Chamberí, y a un nivel acústico imposible de ignorar a tan solo metro y medio de distancia. Por esa capacidad tan mía de poder entender lo que dice alguien que se encuentre cerca, y que se exprese, además, en mi idioma; pude saber que el joven barbudo había dejado la pasta en su mochila, que a su vez se encontraba en la parte delantera de la cabina. Y que era aquella circunstancia y no otra, como podría haber sido, pongamos por caso, que en publicidad se pague fatal de mal a los actores, la que le imposibilitaba para pagar el refrigerio, poco frugal, que se había pedido. La azafata que hablaba en español de Chamberí (y también en inglés de Chamberí), le tranquilizó, fiándole hasta que el pasillo quedara franco para acceder a la mochila.
 
Por idéntico principio por el que las personas, con frecuencia, no se dan por convencidas de una verdad, aunque la tengan delante de sus narices, si alguien no se la confirma antes con contundencia de profesor de mates; yo no acababa de poder asegurar, o poner la mano en el fuego, que es algo que está ahora muy de moda, que aquel individuo fuera el tío de Trivago. Y como casi cuatro horas dan para mucho, pensé que ya surgiría la ocasión de confirmarlo.
 
Sin embargo, el tiempo iba trascurriendo, y nadie parecía darse por enterado en el avión de que había allí una cara conocida. Y yo no estaba por la labor de preguntarle, así de frente y a quemarropa. Lo cierto es que me produce un corte paralizante el confirmar con presuntos famosos, si lo son o no lo son. Y ello, aún cuando el hacerlo, si es con resultado positivo, te facilita enormemente el poder dar la brasa a los amiguetes, contándoles que viajaste codo con codo con éste o con aquel. Que tú verás para qué les hace falta a los amiguetes saber tal cosa.
 
Además, hacer eso en mitad del vuelo, y exponerse a ser observado y comentado, y aún eventualmente censurado, por el personal circundante, no me seducía, por así decirlo.
 
En fin, que al final, como ya ustedes se estaban imaginando, pusimos el tren de aterrizaje en Madrid sin haber salido yo de dudas. Así que me dispuse a olvidar el asunto cuanto antes, y en eso estaba, cuando justo a la salida del finger, observé que dos jóvenes pizpiretas abordaban a mi vecino de vuelo, y parecían celebrar algo con sonrisas. Así que decidí no archivar definitivamente el caso, y procurar un acercamiento a las jóvenes para obtener por ellas, y de forma indirecta, la comprobación de la identidad de Mister Trivago. Y hete aquí que la ocasión se presentó ya casi llegando a la cola de los taxis. Me dirigí a ellas resuelto, y les interrogué sobre si ellas habían hecho lo propio con el tío de la barba a propósito de su identidad, o no, de actor de anuncio de buscador de hoteles baratos. Y me dijeron alborozadas que, en efecto, ese había sido su móvil para acercarse al tío, y que la sospecha que compartíamos había sido plenamente confirmada. Y lo celebraron de nuevo. Les di las gracias y me piré a casa.
 
Luego, al cabo de algunas horas, tuve ocasión de contarles todo este sucedido a mis amiguetes. Y como cabía esperar, no les interesó en absoluto. De manera que son ustedes mi último recurso, que lo sepan.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Dietario Errático (29-03-2012)

Desde aquella primera vez en la que vi la película de Carles Bosch, hay tres palabras que me vienen a la cabeza con terca insistencia. Puede que quiera grabarlas en mi mente a maza y cincel, como si de su recuerdo dependiera la posibilidad de lograr una inmunidad acorazada ante la amenaza de la desmemoria.

Pero no creo que funcione, como no lo hizo el aprenderme de memoria las letras más chiquititas del tablero de símbolos y letras que se utiliza para el diagnóstico oftalmológico, allá por mis catorce años. Entonces pasé la revisión médica, es verdad. Pero ello no me ayudó a ver la pizarra en condiciones, así que no me quedó otra que hacerme amigo de unas gafas. Pero ¿cómo trabar amistad con el olvido, la falta de entendimiento o los trastornos de la conducta?

Bicicleta, cuchara y manzana son las palabras mágicas. Después de todo no resultan tan rebuscadas. Pero ay de ti, si un día las olvidas.

Hoy me ha dado por deambular tras estas palabras fáciles, y a la vez traidoras, y he dado con esta página:

 

 
Siguiendo idéntico principio por el que mantengo mis pies bajo las sábanas, para que el horrible monstruo que se esconde debajo de mi cama en las noches de terror, y que sé que no existe, no pueda atraparme el tobillo; y aunque nada me indica, hoy, que vaya a necesitar este tipo de depósito bancario en el futuro, he decidido hacer donación de un recuerdo en ella. Un recuerdo importante. De esos que cuando son manifestados con emoción, nos hacen sentir pudor, porque nos muestran simples o pacatos o cursis a los ojos de los demás. O todo a un tiempo.

sábado, 24 de noviembre de 2012

El "fracaso" de una huelga general

Diversas fuentes de opinión han señalado que la huelga general que tuvo lugar en España el pasado 14 de noviembre fue un fracaso. Parece claro que el hecho que se maneja para concluir en esa calificación, es que el seguimiento de la misma no fuese mayoritario. O puede que incluso fuera más cierto decir que fue escaso.

Sin embargo, una huelga general no es un objetivo en sí misma, y, por tanto, no se puede valorar como éxito o fracaso. Eso habría que hacerlo en relación al objetivo al que está asociada la acción de huelga; y que me da por pensar que era la de “informar” a los que mandan, de manera expresa y sin posibles interpretaciones extraviadas, que la ciudadanía está en contra de la forma en la que se están haciendo las cosas, fundamentalmente en lo relativo a la gestión de la crisis. Claro, todavía existe un pequeño grupo de opinión (y probablemente siempre lo hará, en alguna medida) que intenta mantener vivo un cierto romanticismo histórico, según el cual una huelga general es una acción que persigue un objetivo singular e identificable, como el derrocamiento de un gobierno. Esta posibilidad que es verosímil para algunas personas, me traslada a hace más de un siglo, cuando la sociedad se explicaba en gran medida por la dualidad entre capital y trabajo, y la lucha de clases era el principio fundamental e inevitable de una convivencia en constante estado de incertidumbre.

Si analizáramos los factores que afectan al seguimiento de una huelga como esta, puede que tuviéramos que aceptar que, aún en el hipotético caso de que hubiera un único dato de seguimiento real y compartido por todas las partes (tengo la percepción a este respecto, de que la guerra de cifras ha sido, en esta ocasión, una contienda suave y breve), éste no sería un indicador válido del ánimo de la ciudadanía. En efecto, eso parece un hecho indiscutible, teniendo en cuenta que un porcentaje abrumadoramente mayoritario del empleo en España se encuentra en la pequeña empresa, en la que empleado y empleador se juegan a bloque los garbanzos con cada día de su actividad profesional. Y exactamente lo mismo ocurre en el caso de los autónomos. Así que parece que la posibilidad de un seguimiento mayoritario de una huelga general (no me refiero en absoluto a huelgas sectoriales) hoy no es sino una quimera. Aquí, tendrán que ser las organizaciones sindicales, las que en el futuro hagan un trabajo de imaginación e innovación, para actualizar, eventualmente, la forma en que las movilizaciones pueden llegar a ser igualmente efectivas, y sus resultados menos manipulables.

Porque sí. Aunque el decir que la huelga general ha sido un fracaso puede responder a una cierta falta de reflexión sobre la correcta utilización de las palabras, el ánimo más frecuente a la hora de hacerlo es el de manipular el significado de un hecho. Entiendo que determinados medios de comunicación (y entiendo bien), son, con independencia de la escora ideológica que muestren, perfectamente conocedores del significado de las palabras; de tal forma que al leer en sus ediciones que la huelga general ha sido un fracaso (cuando no un “absoluto fracaso”), tendríamos que entender que, en su opinión, la mayoría de los ciudadanos otorga su aquiescencia a las políticas anti-crisis del Gobierno. Y parece que esa es una conclusión, cuando menos, apresurada. Sobre todo si pensamos que las manifestaciones vespertinas del día 14 de noviembre, difícilmente se pueden tildar de fracasos.

Al margen del escaso servicio -no digo ya al país, porque puede que dentro de un puñado de años todos andemos cantando loas al buen juicio de este Gobierno, que ojalá- a la deseable práctica de describir con honestidad la realidad, que esos medios de comunicación hacen, uno tiene la íntima esperanza de que en algún despacho de las instituciones gubernamentales, los que rigen los destinos del Estado entiendan que la convocatoria de una huelga general es algo serio. Que no se hace por pasar el rato, y que será que algún nivel de descontento existe entre la población administrada.

Hoy desayunamos con la noticia de que en la cumbre europea de esta semana que ha tratado la aprobación del presupuesto comunitario para el año 2014, se han identificado claramente dos bloques. Uno de ellos, el de los países con menores dificultades presupuestarias y de acumulación de deuda, que tratan de restringir a velocidad de vértigo esa parte del presupuesto comunitario que respalda las políticas de crecimiento en Europa; y el otro que está formado por los que necesitan algo más de tiempo para ir corrigiendo sus desequilibrios financieros, y entre los cuales se encuentra España.

Es curioso. España tiene hoy idénticas razones (si ello fuera posible) para hacerle una huelga general a Alemania, que la “fracasada” convocatoria del 14 de noviembre para hacérsela a Rajoy.

sábado, 10 de noviembre de 2012

A week in Stockholm (Ice Bar)

Estocolmo es una preciosa ciudad. Yo recomiendo siempre su visita a todo aquel que esté por la labor de visitar ciudades que no conozca. Y como hace no demasiado tiempo tuve la ocasión (esta palabra es completamente inapropiada aquí) de pasar en ella casi una semana, pues me ha dado la impresión de que algo tenía que traerles de allí, aunque no fuera más que unas cuantas tonterías dispuestas en un puñado de renglones.

 

Ice Bar

 
Recuerdo al gran Tony Leblanc en su interpretación de aquel personaje llamado Cristobalito Gazmoño, que ocupaba su tiempo en ir de casa al gimnasio y del gimnasio a la Casa de Campo y de la Casa de Campo al gimnasio, y así ad eternum. Pues ése fui yo en aquellos días, yendo del hotel a la oficina y de la oficina al hotel. Es por ello que no tengo ni memoria intelectual ni fotográfica de cosas que puedan resultarle a nadie de interés. Pero como el blog está para desbarrar uno como mejor le parezca, pues yo les voy a hablar del Ice Bar de Estocolmo. El Ice Bar está situado justo en el hotel en el que yo me alojaba. Y sucedió que un día en el que por mor de demostrar yo para con el resto del reparto laboral del encuentro nórdico, una puntualidad británica que poseo aún no teniendo dicha nacionalidad, me presenté al comedor del desayuno a las 6:20 de la mañana. No me pareció mala idea, por darse la circunstancia de que el desayuno comenzaba a las seis de la mañana, al decir del tío que me ‘recepcionó’ el día que recalé en la hospedería en cuestión. Bien porque el empleado fuera nuevo, y aún no conociera bien los horarios, bien debido a que mi escucha inglesa resultara aún peor de lo que yo suponía, lo cierto es que no había ni rastro de café hasta las 6:30. De manera que me senté en una silla del vestíbulo, dispuesto a hacer tiempo. Y fue entonces cuando vi el cartel anunciador del Ice Bar. Era una pantalla electrónica cuyo contenido cambiaba cada cierto tiempo. Decidí traerles una de las imágenes del mismo. Es la que pueden ver al margen de este texto.

Fue una suerte que lo intempestivo de la hora me condujera a una coyuntura de casi absoluta soledad en aquel lugar, ya que me daba un poco de vergüenza andar haciendo fotos del cartelito de un bar. Solo un matrimonio de avanzada edad, sentado en un par de butacas rojas, estratégicamente situadas junto a la entrada del comedor, había caído como yo en el error horario, si bien a ellos les sería de mejor acomodo el poder explicarlo, por ser la pérdida de oído, o de memoria, una característica habitual a esas alturas de la vida. O puede que lo suyo fuera un acto volitivo consistente en asegurarse de que las salchichas no fueran a agotarse antes de caer, plato en ristre, sobre ellas. Sea como fuere, no me pareció que dieran excesiva importancia a mi comportamiento cateto, lo que no obsta para que ella, la señora del matrimonio, me observara con cierto gesto de sorpresa. Eso me incomodó en alguna medida, pero ya no había tiempo para reconsideraciones. Además, ¿qué no haría yo por este blog?

El Ice Bar es, como su propio nombre indica, un bar, además de ser un espacio asimilable a un iglú. Es decir, te metes allí dentro y te congelas de frío. Como nunca he estado en su interior ejerciendo de cliente, no sé si se pide hielo para la copa, o se sirve uno mismo de las paredes, pero a juzgar por las caras de felicidad de los ocupantes del cartel, el ambiente es como el de una juerga gaditana, por así decirlo.

En la entrada hay dispuestas en hilera unas perchas con prendas de abrigo, que son suministradas a los clientes. No obstante, en los meses de invierno la gente viene ya equipada en ese sentido, toda vez que los valores termométricos observables en el bar y en el exterior del hotel son bastante semejantes.

Como pueden ver, los precios son razonables, dado que, con un poco de suerte, cubren también la hibernación permanente del conjunto orgánico propio. Las 190 Coronas Suecas, unos 22 Euros al cambio, dan derecho a entrar y a tomarse una copa; pero si eres un chicarrón del norte (quiero decir del norte dentro de franjas más al sur de Escandinavia), y aguantas el tiempo suficiente como para tomarte una segunda copa, entonces te hacen un barato. En fin, fenomenal.

Al día siguiente de hacer esta foto, llegaba yo al hotel ya anochecido, cuando vi un autobús frente a la puerta de entrada. Era un autobús con tres ejes, como los que suelen verse en esas pelis americanas, en las que el chico protagonista (e irremediablemente incomprendido) termina por escaparse en autobús a Atlanta. Del autobús en cuestión se apeaban hordas de japoneses (puede que cuarenta) que accedían al edificio. Pensé que el hotel tendría que poner el cartel de “no hay billetes”, como ocurre de habitual en las corridas de toros de la feria de Madrid. Pero fue una suposición apresurada y errónea. Los japoneses iban solo a ver el Ice Bar. En efecto, allí estaban todos frente a la puerta del bar, apuntando con sus cámaras hacia el interior del bar y al cartel electrónico que me había hecho a mí un poco japonés durante unos instantes el día de la víspera. Ninguno traspasaba la entrada. Deduje que la visita era meramente turística, y el alojamiento no entraba en sus planes. Todos se alineaban justo en la raya imaginaria que separaba en el suelo ambos territorios: el del bar y el del hotel. Daban una imagen parecida a la de las manadas de ñus, que en sus agotadores éxodos africanos llegan a la orilla de un río ancho y traidor, y se coscan de que meter la pezuña en el agua puede ser una putada de las grandes, si les pilla el remojón suficientemente arrimados a uno de esos cocodrilos con hambre atrasada de varios meses, y que patrullan las aguas en busca de la pitanza.

Miré hacia el rincón de las butacas rojas, buscando instintivamente la presencia de la señora del día anterior. Aquellos turistas me redimían de la eventual mala impresión que yo hubiera podido producirle. No estaba allí. Miré mi reloj, y comprendí que era lo previsible. Si aún seguía en el hotel, debía de haberse recogido temprano, para poder ser de las primeras en llegar a las salchichas del desayuno del día siguiente.



 


sábado, 7 de julio de 2012

Perfiles

La tía Adela llevaba años diciéndome que tenía que visitarla en su casa de Oropesa, y yo llevaba años dándole buenas palabras, pero sin cumplir jamás con sus deseos. El último verano, al fin, y para liberarme de la mala conciencia que me producía el no mostrar aprecio por la invitación de la tía Adela, le di gusto y me planté allí durante una semana. La casa estaba ocupada, además, por la familia del hijo de la tía Adela: el primo Raúl.

En esa semana no han sucedido cosas susceptibles de dejar una huella indeleble en mi memoria, ni tampoco se han dado hechos que pudieran hacer mella, en lo fundamental, en mi estabilidad emocional. La verdad escueta es que no había nada en aquella casa que guardara ni la más remota relación con las cosas que me hacen sentir a gusto, si exceptuamos la inagotable simpatía de la tía Adela.

El primo Raúl ha accedido a unos estatus social y económico elevados. Ello parece haberle transmitido una extraña conciencia de que ahora su naturaleza, tejidos epiteliales incluidos, no es como la de los demás mortales. Su actitud de suficiencia para con todo el mundo, es de tan desmedido tamaño, que durante algunos días pensé que sus "tonterías" formaban parte de un montaje de cámara oculta cuyo objetivo era gastar una broma al novato del grupo que era yo. Me he tenido que morder la lengua en varias ocasiones para no aplastarle, o al menos intentarlo, con algún comentario de esos que dejan ‘sin arrugas’ al objetivo al que se dirigen, y en un silencio de cementerio al conjunto de los presentes. Pero claro, no era plan el cuestionar al cabeza de familia (o quién sabe si de la civilización occidental moderna). La verdad es que el concepto que tenía de él, basado en nuestros cortos y ocasionales encuentros en las celebraciones de los eventos sacramentales de la familia, distaba mucho de incluir que el primo Raúl hubiera sufrido una abducción por parte de la esencia de lo inefable.

Anabel, la mujer del primo Raúl, está de muerte. Responde paradigmáticamente al principio aquel de tan tortuosa digestión conceptual de que "detrás de un hombre de éxito, hay una mujer de no me acuerdo qué órdigas de tal y cual", o sea, que no tiene entidad propia, fuera de su concepción como apéndice de Raúl. Probablemente, ha tenido esa misma naturaleza toda su vida en relación a sucesivos referentes humanos, y he llegado a la conclusión de que el hecho de que Raúl sea el actual, no tiene una relación directa con las virtudes o no que éste pudiera tener: probablemente Raúl pasaba por allí, por la vida de Anabel, en un momento adecuado. Puede que justo después de haber leído ella su horóscopo semanal.

Anabel es una organizadora incansable de lo perfecto. A veces parecía que la playa adquiría colores ambientales diversos, para estar conjuntada con la estética que ella hubiera determinado para ese día, materializada en la adecuada combinación de los colores de bañadores, camisetas, sandalias y hasta sombrilla. Situada siempre dentro del guión, el plan más apasionante que me ha ofrecido en estos siete días ha sido una partida de petanca, eso sí, con bolas plateadas. Un día, contra pronóstico, y aprovechando que Raúl tuvo que cumplir con un compromiso socialveraniegolaboralextraño de "ya que estás por allí, hombre, pues acércate"; conseguí de ella la asunción de una pequeña dosis de riesgo y me la llevé al cine de verano por la noche. Desgraciadamente, la cobertura realizada por la tía Adela en el puente de mando dispensador de cenas familiares no fue suficiente como para ahorrarle unos persistentes remordimientos que me estuvo confesando durante buena parte de la noche, incluido el rato en el que trataba yo de ponerme al día en el argumento de la película. Esta circunstancia, la de la locuacidad purificadora de conciencias de Anabel, me disuadió completamente de proponerle un alargamiento de la escapada nocturna, en la que en todo caso nunca me hubiera planteado ir de crápula, aunque realmente no sé por qué.

En fin, una buena mujer después de todo, a la que no me he atrevido a adoctrinar sobre las capacidades potenciales del ser humano, a fin de no crear inconsistencias y desajustes en su software operativo, y para no sentirme culpable de una eventual, aunque improbable, quiebra del orden familiar establecido. Creo que, en todo caso, el asunto habría concluido en un diagnóstico suyo con el principal mensaje de que yo me complico la vida en exceso.

Diego y Álvaro cierran la alineación de la familia. Siempre he desconfiado de estos nombres castellano-medievales, que parecen sacados de la costilla incorrupta del Cid Campeador. Y en efecto, yo tenía razón. Aunque los padres que utilizan estos nombres pretenden que los niños sigan el mágico camino de sus ancestros caballeros dando mandobles al mal y rescatando doncellas, y no era el ánimo de Anabel el desobedecer a la tradición ni desilusionar los deseos de Raúl; lo cierto es que estos dos angelitos de idénticos tamaño y edad, son unos animales con tanta educación como los protagonistas de la película "en busca del fuego". Anabel, que es una madre vocacional, le dice con frecuencia a Raúl, que no le importaría ir a por "la parejita". Se conoce que el embarazo único, ocurrido hace ya 10 años, dejó gravemente averiada su capacidad para la comprensión matemática, y en especial la de contar unidades, incluso si son pocas.

Un día ejercí de "tito" (expresión cursi donde las haya), y me llevé a los supuestos niños a dar una vuelta por el pueblo. Entramos en una tienda donde me pidieron insistentemente que les comprara a ambos la misma camiseta. El diseño de la camiseta en cuestión era la cara de un tipo de tono más bien bermejo y cuernecillos a juego, que guiñaba un ojo encima de la siguiente leyenda: "God is busy, can I help you?". Fui inflexible en mi negativa, además de por el mal gusto de la prenda, por el detalle de que cada camiseta costara 19 euros. Y como quiera que en aquellos días ya estaba harto de reconducir mis ataques de cólera; el tipo de la tienda se llevó las que eran suyas y las que no. Le dije bien a las claras que aunque el hecho de que él pretendiera hacer su agosto en agosto, era algo que se presume ordenado; no lo era tanto que lo intentara haciendo del mío, un enero con su cuesta y todo, y que mejor haría en darme un par de chupachups para esos bestias que estaban a punto de arrasar su tienda, y si podía inyectarles algo de Valium previamente, mejor.

De vuelta a mi vida y a la comodidad de las rutinas, le contaba a mi amigo Julio mis devenires castellonenses, un día en el que me pareció encontrarle particularmente místico. No se le ocurrió otra bondad mejor que decirme cuando hube terminado: "Ya ves cómo son las cosas, majo. Todo esto para que, al final, la familia de tu primo Raúl sea probablemente mucho más feliz que tú".

Ten amigos para esto.

Septiembre de 2004
Rev. en Septiembre de 2007