estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



lunes, 5 de abril de 2010

Mis números primos


Tengo una estrafalaria teoría, que no es teoría ni es nada por lo poco de científica que tiene, según la cual los años en los que mi edad es un número primo son para mí años de bienes, sin que sea óbice, valladar o cortapisa (me mola esta “estracha” que introduzco aquí de cualquier manera) para ello, el que no aparezca copo de nieve alguno en el curso de los mismos. Esto no es algo que se me haya ocurrido en este momento, sino mucho antes ya. Y de hecho, lo he comentado alguna vez con los amiguetes, quienes, ya se hacen cargo ustedes, son muy buenos porque aún después de haberlo hecho han seguido predispuestos a prestarme alguna atención cuando hago ademán de ir a hablar.

Ustedes no me preguntarán (por pura discreción que yo agradezco) que qué hechos extraordinarios y buenos sucedieron en mis años de números primos. Pero es probable que piensen que la única posibilidad que explica que yo haya concluido en este axioma es que, en efecto, tales hechos hayan existido. Bueno, pues no lo sé, la verdad. Es tan probable que haya coincidencia entre ellos y un ordinal primo en mi secuencia de edades, como que no la haya. En realidad, no tengo estadística al respecto. Pero no se apresuren en su juicio sobre la cosa, por favor. Creo que puedo explicarlo antes de que asuman como definitivo ese sentimiento de lástima hacia mis amiguetes, los de ahí afuera, que están empezando a generar.

Allá, hacia principios de diciembre, un día vemos que ya casi no nos queda año por delante, y nos ataca una especie de mala conciencia de que ya no podremos concluir, cuando no ni empezar, todo lo que tocaba hacer antes de que aquel finalice. Entonces combatimos el remordimiento haciendo nuevos planes para el periodo siguiente (solución absurda -ya que está en el mismo nivel, escaso, de lógica que aquello a lo que se opone-, pero eficaz). Y no sólo nos ocupamos de nosotros mismos, sino que tenemos tiempo para los demás, de quienes presumimos, claro está, que andan también a la gresca con sus respectivas malas conciencias, y entonces les deseamos lo mejor para el próximo año. Entre tantos buenos deseos se crea un batiburrillo, entre místico y feliz, de sentimientos en el que todos participamos en mayor o menor medida. Y siempre pensamos que el año siguiente será mejor. Y así años tras año.

Pues bien, al ser los números primos un conjunto de números menor que el total de los naturales que podemos llegar a vivir, mi teoría es básicamente posibilista porque le exijo menos a la capacidad que tiene la probabilidad estadística para atender a mis deseos.

Me manejo con cierta soltura en el campo de las matemáticas, aunque sólo sea en las de nivel más elemental. Y es una suerte, porque la gente que no cuenta con esta modesta habilidad, no puede estar atenta a la avalancha de felicidad que se le viene encima al cumplir 41 años, pongamos por caso. Sí, ya sé que este ejemplo numérico me delata, y que alguien con perseverancia de sabueso y sagacidad de detective, podría deducir que me quedan lejos otras épocas, como la de los 17, los 23, e incluso la de los 29. Pero esto ya lo daba yo por descontado. Como todo el mundo comprende, a tales edades tempranas no andamos escribiendo estas cosas, y nos hace falta el tiempo, más para dar abasto a los planes de diversión, que para elaborar extrañas teorías, y hacer acopio de argumentos que nos permitan asumir que aunque ahora cumplimos junios en lugar de abriles, estamos en plena forma.



Noviembre de 2007

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