estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



jueves, 1 de abril de 2010

En la consulta


El Doctor Teja me mira con indiferencia. Algo que resulta incomprensible, ya que no existe nada tan importante como arreglar lo mío. Mientras él hace de mí persona y de la pantalla del ordenador, objetos alternativos de su atención desganada, yo sigo comentándole la evolución de mi enfermedad. Al hacerlo, no utilizo un guión previamente aprendido, sino que voy adaptando mis explicaciones a los movimientos comprensivos que realiza su cabeza. Pero mueve poco la cabeza, sobre todo de arriba a abajo, y eso me complica la tarea de hilvanar correctamente las ideas. Al cabo de un tiempo escaso de reloj, he mostrado ya la inseguridad necesaria como para que el Doctor Teja me aplaste con la autoridad y la distancia que le otorgan sus títulos y diplomas, y vuelve a pronunciar las palabras mágicas: "no se preocupe, se pondrá bien".

Al llegar a casa, mi hija me interroga sobre los resultados de la consulta. Una vez más me regaña, cuando no acierto a explicarle cuáles son las novedades que el doctor ha prescrito hoy sobre el destino de mi vida.


Noviembre de 2007

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