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lunes, 5 de marzo de 2012

Genio y figura


Veo en televisión que Juan José Padilla, con la vista limitada a un solo ojo, y acudiendo casi cada día al hospital para seguir con los tratamientos que su situación médica requiere, se ha vuelto a vestir de luces en una plaza de toros, tan solo cinco meses después de haber sido herido gravísimamente en múltiples zonas de su rostro. Al reaparecer no ha pretendido el elogio por la épica de su recuperación o el insólito ejemplo de voluntad que supone su decisión. Se ha limitado a decir que el ser torero es su trabajo, y que ya está en condiciones de trabajar.



 
Trataba de darle los dieciocho pases que pensaba que eran imprescindibles para salir por la Puerta del Príncipe. Y aunque todo el público comprendió al octavo, que la faena ya no tenía más recorrido; él dio el noveno y el décimo, y siguió, aún, arañando más pases.

Algunos de los espectadores que se dan cita en La Plaza aman a estos lidiadores que lo dan todo. Aunque nadie les pida que den más de lo que hay que dar. Por ello, se mantienen en silencio durante la serie, y al final de ella no protestan. No muestran su desencanto. Sólo callan y, en su interior, lloran de rabia ante la ceguera del diestro.

Cuando, irremediablemente, la vuelta al ruedo no se presente a su cita de esta tarde, ellos seguirán en su asiento, y aplaudirán al maestro al abandonar la plaza, porque no es de justicia olvidar las gestas de otras ocasiones, la épica que hay en la historia anterior al paseíllo de hoy.


Mayo de 2004



Ilustración: Cristina Baratto Casadevall
http://www.barattocasadevall.com/index.php

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