estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



viernes, 2 de marzo de 2012

A buen entendedor, pocas palabras bastan



Me resulta un poco sorprendente que la opinión según la cual los refranes esconden una valiosísima sabiduría popular, sea objeto de tan fervorosas adhesiones entre la mayor parte de la gente a la que he oído opinar al respecto. En fin, a mí los refranes me parecen bien. Pero no tanto como para aceptarlos como axiomas de indiscutible valor que uno debe intentar aplicar a la gestión vital del día a día. De hecho, como nadie ignora, la sabiduría popular de los refranes debió de seguir diversas escuelas o corrientes de pensamiento, ya que hay muchas parejas de ellos que se contradicen mutuamente, igual que los aprendices de tango en las escuelas de bailes de salón.

Hay, sin embargo (y sin embargo, además), un refrán que me conduce a un especial estado de alerta. Se trata de ese que dice que "a buen entendedor, pocas palabras bastan".

Si consultáramos a los que están familiarizados con las más comunes y aceptadas teorías sobre la comunicación humana, probablemente nos dirían que la parte del león en lo relativo al éxito de la misma, o sea, la total identidad entre lo que el emisor trata de comunicar, y lo que el receptor comprende a través de las palabras del primero, está en el lado del que dice o escribe el mensaje. Así pues, el ’origen’, responsable habitual de la comunicación fallida, resulta, contra todo pronóstico, exculpado por la sabiduría popular, quien condena al ‘destino’ por su falta de entendederas, aún cuando está científicamente definido que es inocente de la tropelía.

En realidad, lo que hago aquí es matar al mensajero, porque el refrán trata de ilustrar una cosa, que es bien distinta de lo que interpretan en él algunas personas. Y resulta verdaderamente insólito el uso que a veces hacemos de la recomendación de ser breves.

Hay quien lo utiliza como último y definitivo argumento, una vez que advierte que no le queda ningún otro con el que resultar convincente. ¿Qué les parece el clásico “creo haberlo dejado bien claro”, a la primera duda planteada por el que trata de comprender el mensaje? ¿O qué tal esta otra deliciosa estracha: “es que no quieres entender”? Disparate entre los disparates, ya que el querer entender es una de las pocas cosas a las que la voluntad del ser humano no sabe dejar de responder.

Hay algunas ocasiones en las que es la escapatoria propicia ante la imposibilidad de concluir la descripción de algo, como consecuencia del repentino descubrimiento de que conceptualmente la cosa no estaba madura, o sea, que sobre la marcha te das cuenta de que lo que estás diciendo no tiene basamento lógico alguno, y no se te pone en las ganas el reconocer la precipitación (algo así como ‘huir hacia adelante’ dando la callada por respuesta); y en otras se tira de él por la muy habitual circunstancia de caer en que se está revelando indebidamente a una persona, lo que era materia reservada para ella. Este último comportamiento acarrea una condena de menor importancia al sujeto que lo perpetra. ¿A quién no le ocurrió esto alguna vez?

También podemos encontrar (esta es extraordinaria) la situación en la que el dador del mensaje quiere decir pero sin decir. Las insinuaciones no pueden llegar a ser mensajes completos en todos sus términos, porque entonces dejan de ser insinuaciones. De manera que "a buen entendedor...", y llegado el caso, "¡yo no dije semejante cosa, por el amor de Dios!". Y con indignación, si eso.

Pero el mayor daño que nos produce una comprensión equivocada de este refrán es la búsqueda obsesiva de la concisión, como si ésta fuera un bien en sí misma, ya hablemos de comunicación oral o escrita. A menudo, ese imperioso requerimiento de eficacia, mal entendida, y la propia imagen que queremos ofrecer de nosotros mismos, nos llevan a ahorrar palabras a toda costa, aún cuando en términos de eficacia social, o empresarial o de cualquier otro tipo, es más lesiva la recepción de un mensaje erróneo o incompleto, que la presencia de una o dos palabras redundantes.

En fin, que a buen entendedor, pocas palabras bastan. Pero, por favor, si puede ser, que las que basten sean, además, suficientes.





Agosto de 2004
Rev. Marzo de 2012

2 comentarios:

  1. Cuando yo fui(...era)adolescente,tuve (conjugar verbos para mi es un misterio, junto con los refranes y los trabalenguas) una compi de clase, que hablaba a base de refranes, al principio me divertía, luego me daba que pensar, luego me agotaba y por ultimo casi la odiaba. Al cabo de los muchos años de estar con ella, continuaba con las mismas expresiones, ha dia de hoy me pregunto si tuve una amiga a un diccionario de dichos populares.
    Un beso

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  2. Bueno, yo, personalmente, prefiero los dichos a los refranes.

    Por cierto, hay una estracha impagable que es cuando alguien te dice: "como solía decir mi abuelo: a quien madruga, Dios le ayuda". Y claro, uno piensa que igual no era su abuelo quién lo solía decir, sino el abuelo del abuelo del abuelo de su abuelo.

    Un saludo.

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