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domingo, 18 de diciembre de 2011

Los políticos también lloran


Hace apenas un par de semanas, la Ministra de Trabajo del Gobierno Italiano, Elsa Fornero, no pudo contener el llanto en el momento en que anunciaba en rueda de prensa, y en compañía del Primer Ministro Mario Monti, las durísimas medidas de ajuste que el ejecutivo italiano tendrá que tomar, para adaptar su caminar “presupuestario” al que le es exigido por los países miembros de la zona Euro, o por los que opinan más dentro de ese Club, o simplemente por las circunstancias económicas. Lo mismo me da, que no es mi intención aquí, el defender la bondad del ajuste presupuestario “exprés”, como forma de supervivencia económico-financiera para Europa, en detrimento de otro ajuste presupuestario más pausado, que también se baraja; o de este último sobre aquel.

Lo que me interesan son las lágrimas de la señora Fornero. Y es que decir a millones de pensionistas, y hacer, a un mismo tiempo, propia la decisión que se comunica, que aún a pesar de que muchos de ellos lo están pasando ya mal, ahora tendrán que empezar a pensar que no era, en realidad, demasiado mala su situación anterior, tiene que doler. Y mucho. Después de ver este episodio, he ido, metódico, a mi agenda de consejos de autoayuda vital, y he anotado otra razón más para convencerme de por qué no hay que trabajar en política. Joder, con lo mal que llevo yo los finales emocionalmente intensos de las películas, como para ponerme a prueba con situaciones de esta índole.

Sin embargo, Elsa Fornero forma parte de un gabinete que se ha dado en denominar como “tecnócrata”, y muchas voces en los medios y aún en las tertulias de bar, han focalizado sus conversaciones en la diferencia que existe entre gobiernos de “políticos profesionales” (un concepto un tanto inconcreto para mis entendederas) y gobiernos de tecnócratas, a raíz del ejemplo italiano. Me pregunto si acaso la ciudadanía espera de un ministro una epidermis lítica que le impida sentir, o al menos hacerlo visiblemente, que a veces hay cosas que son una putada, sí o sí, con absoluta independencia de los objetivos de poder que puedan perseguir los partidos a los que pertenecen. Y ya puestos, me pregunto qué habrán sentido los italianos al ver la mejilla humedecida de Elsa Fornero, o si acaso habrán dicho para sus adentros: “esto no importa porque, después de todo, la ministra Fornero es una tecnócrata, y no una política profesional".

Claro, que ahora pienso en las lágrimas de Patxi López, cuando el pasado mes de octubre, la emoción le enmudeció durante la celebración de un acto de campaña en el País Vasco. Quizá se dio cuenta, de repente, de que en lo sucesivo su vida, y la de muchos otros en Euskadi, podía acercarse un poquito a la normalidad de no tener que cambiar de ruta en los desplazamientos de cada día, la de poder hacerse “parroquiano” de alguna de esas singulares “iglesias” que cuentan con un grifo de cerveza, o la de ir al quiosco dando un paseo. Más agua y más sal. Pero esta vez de un político profesional. “¡Bah, naderías!” debió de pensar un eminente y conocidísimo locutor de radio. Uno cuyo nombre no me sale en este momento, pero que seguro que ustedes conocen. Uno que sabe más que todos nosotros juntos, ustedes vosotros, los que leáis esto, y yo, de política, de cocina, de música, de procesiones de la Semana Santa sevillana, de fútbol y, seguro, segurito, que de muchas otras cosas; y que dijo literalmente, al hilo del episodio de Patxi López, que “un político ya tiene que venir llorado de casa”. ¡Caray! Dura y sorprendente sentencia de quien, curiosamente, debería comprender bien lo que es sentir la propia vida amenazada por una banda de criminales. Pues una cosa les digo: ahora que me han abierto los ojos, los mismos que utilizo para llorar, caigo en que hemos malgastado el dinero tontamente. En lugar de blindar coches oficiales, hubiéramos ido más por lo derecho blindando los “37 grados con un montón de huesos y algo de pellejo alrededor” de los políticos. De esa forma, además de ahorrarnos cantidades astronómicas de dinero en la adquisición de Audis de a ochocientos papeles de los de color moradito (que sé que existen porque hay fotos de ellos en Internet), la unidad; les hubiéramos protegido de caer en la desgracia de tener emociones. De la tentación de rebajarse a sufrir comportamientos biológicos despreciables, más propios de tecnócratas italianos venidos a más, y, desde luego, del grueso de los miembros del colectivo de los administrados.

Quién sabe. Igual nos parece preferible para el cometido de administradores, el contratar a personas antes que a robots.


2 comentarios:

  1. He esperado para contestarte hasta saber la composición del nuevo gobierno (del nuestro).

    Tecnócratas hay unos cuantos. Solo queda esperar para saber si son tecnócratas blindados o no. Tu memoria proverbial y las hemerotecas nos lo dirán algún día.

    Mientras tanto empatizo con la Señora Fornero, como no podía ser de otro modo. Más sentimientos y menos cálculo nunca vienen mal (o, al menos, eso creo)

    Un abrazo, amigo.

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  2. Pues fíjate que el otro día me pareció que, compareciendo ante la prensa, a la nueva vicepresidenta se le subió un poco la emoción a la garganta. Reivindico a los políticos sin blindaje, y, desde luego, yo también empatizo con la Señora Fornero. No había impostura en esas lágrimas.

    Un abrazo

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