estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



jueves, 29 de diciembre de 2011

Dietario Errático (01-06-2011)


En ocasiones me parece que mi biografía no es sino un desierto, cuya travesía se me hace por momentos larga, por momentos no. A veces, también, me atormenta la idea de que lo peor pudiera estar aún por venir; pero a ratos no sucede tal cosa. Y es que acaso tan ingente ser de arena tenga vida y voluntad propias, y a medida que en su suelo se amontona el polvo en el que, a modo de epílogo arqueológico, se convierten los episodios de mi existencia, pudiera ser que el viento, obediente, lo lleve raudo hasta el otro extremo del erial, para allí seguir creando más y más desierto. Que es más vida, y menos certezas, o quizá no. Y así sucesivamente. Y así, hasta que la incertidumbre me asegure el no estar seguro de ser yo por más tiempo, o también tampoco. Y es que, como todo el mundo sabe, el desierto nos entusiasma transformando la realidad en espejismo; y nos desalienta haciendo de los espejismos, realidades.

A menudo, la cantimplora es lo de menos.

domingo, 25 de diciembre de 2011

¿Es usted un cenizo?


Probablemente a usted NO le ha tocado el gordo de la lotería de Navidad de este año. Probablemente, si quitamos de la frase anterior las tres últimas palabras, la proposición es correcta igualmente. Pues bien, déjese de simplezas, y no piense que es usted gafe, hombre. Si así fuera, habría tantos gafes en este mundo que su supervivencia, la del mundo, digo, no sería viable. Ahora bien, no me venga con sofismas, decidiendo que como NO le ha tocado el gordo de la lotería de Navidad, no es usted un gafe. No jodamos, ¿eh? A ver... ya sé. Está usted pensando que qué le queda después de estas reflexiones. Pues está claro: la incertidumbre. No se preocupe. Aquí le presentamos la solución a sus problemas. Por lo menos al más inmediato de tener que soportar el sufrimiento de no saber si sí o si no (en lo de ser cenizo, ya me entiende). Despeje sus dudas. ¿Qué le cuesta?

Fíjese bien en las situaciones descritas en los ordinales 1 a 10 del apartado "una dura realidad". ¿Alguna de ellas encaja con usted? Contéstese "Sí" o "No" y anote las respuestas en un papelito. Obtenga, a continuación, el total de "sies" contestados.

En la sección final podrá ver su diagnóstico. Suerte. A usted; y eventualmente, a todos sus familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y demás colectivos expuestos a su compañía.


Una dura realidad

1 - Haciendo cola para entrar en algún sitio, frecuentemente se queda usted el primero cuando cortan el acceso de una tanda de personas.
2 - Los días que juega la selección nacional de fútbol, llama a sus amigos para quedar y ver juntos el partido, y suele no localizar a ninguno de ellos.
3 - Algunas veces una ancianita se ha estozolado contra el pavimento sobrevenidamente al cruzarse con usted por la calle.
4 - Participó usted en el casting de la serie de largometrajes "aeropuerto". Perdió en la final ante George Kennedy.
5 - Han puesto su nombre a un huracán, incluso con el apellido.
6 - Cuando va al bingo, se produce un vacío espontáneo de gente en las mesas de los alrededores de la suya.
7 - Estaba usted de visita en Florida cuando se realizó el último lanzamiento del Challenger.
8 - Visitando un puerto marítimo, ha asistido usted al hundimiento de un enorme trasatlántico.
9 - El buque que rescataba a los pasajeros del trasatlántico se hundió también.
10 - Murphy le huye a usted.






Diagnóstico

-Ha obtenido usted entre 1 y 2 “sies". Los síntomas indican que usted puede destacar en la dudosa habilidad de traer mala suerte a los demás. Con entrenamiento y perseverancia, podrá mejorar en esta faceta.

-Ha obtenido usted entre 3 y 5 “sies". Es usted un cenizo, no cabe duda. Su nivel es ya suficientemente alto como para aconsejar a los demás no realizar tareas arriesgadas en su presencia, ni siquiera lavarse los dientes.

-Ha obtenido usted entre 6 y 8 “sies". Su habilidad como gafe deja ya pequeño el reconocimiento que supondría ser cabeza de cartel en un circo. En todo caso, no habría prima de seguros suficientemente grande como para cubrir el riesgo al que dicho circo se vería sometido si usted decidiera "honrarle" con su presencia.

-Ha obtenido usted entre 9 y 10 “sies". Es usted el azote de Dios. Si tiene un poco de conciencia, debería irse a hacer compañía a Robinson Crusoe, si es que éste le admite en su isla.

-Ha obtenido usted 0 “sies". Desgraciadamente esto no demuestra nada, ya que este test no está preparado con método científico alguno. Usted, pese a todo, podría ser un cenizo.


Enero de 2006

sábado, 24 de diciembre de 2011

Dietario Errático (27-08-2011)


De este mundo que tenemos, dicen los científicos que es un espacio finito, porque tiene la extensión que tiene, y ni un metro más; pero ilimitado a la vez, porque podríamos recorrer su superficie de forma indefinida sin llegar a toparnos jamás con extremo alguno.

De este mundo que tenemos, dicen los agentes económicos que es un espacio global, porque en el curso de sus operaciones tienen acceso casi a cualquier rincón, sin encontrarse en su camino ninguna valla de piedra de esas que solía haber por los campos, y para las que las inciertas consecuencias de haberlas saltado, siempre nos ponían el corazón en un puño. Supongo que prefieren pensar que el planeta es más ilimitado que finito.

De este mundo que tenemos, dice otro grupo de personas como demógrafos y ecologistas, que o bien organizamos mejor la disposición de las gradas que hay en él, o habrá que colgar en pocos años el cartel de “no hay billetes”. Para este colectivo, por tanto, La Tierra sería antes un espacio finito que algo ilimitado.

El huracán Irene no necesita comerse el tarro con semejantes disquisiciones. Piensa que, en realidad, no es nuestro este mundo que tenemos, sino su jardín. Y por ello bailará a su antojo en él sin dar demasiada importancia a lo extemporánea que su coreografía pudiera resultar para otros.

Así que, al final del día, que diría un inglés, puede que el planeta no sea una esfera perfecta, sino más bien algo poliédrico (palabra muy socorrida para los opinantes de las tertulias radiofónicas); y si tuviéramos que decidir hacia qué cara de él miran con mayor asiduidad los que toman las grandes decisiones políticas, quizá habría que concluir con una cierta perplejidad y tristeza, que puede que estén deseando que llegue la temporada de huracanes, para poder atender a lo urgente sin tener que decidir sobre lo importante.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Los políticos también lloran


Hace apenas un par de semanas, la Ministra de Trabajo del Gobierno Italiano, Elsa Fornero, no pudo contener el llanto en el momento en que anunciaba en rueda de prensa, y en compañía del Primer Ministro Mario Monti, las durísimas medidas de ajuste que el ejecutivo italiano tendrá que tomar, para adaptar su caminar “presupuestario” al que le es exigido por los países miembros de la zona Euro, o por los que opinan más dentro de ese Club, o simplemente por las circunstancias económicas. Lo mismo me da, que no es mi intención aquí, el defender la bondad del ajuste presupuestario “exprés”, como forma de supervivencia económico-financiera para Europa, en detrimento de otro ajuste presupuestario más pausado, que también se baraja; o de este último sobre aquel.

Lo que me interesan son las lágrimas de la señora Fornero. Y es que decir a millones de pensionistas, y hacer, a un mismo tiempo, propia la decisión que se comunica, que aún a pesar de que muchos de ellos lo están pasando ya mal, ahora tendrán que empezar a pensar que no era, en realidad, demasiado mala su situación anterior, tiene que doler. Y mucho. Después de ver este episodio, he ido, metódico, a mi agenda de consejos de autoayuda vital, y he anotado otra razón más para convencerme de por qué no hay que trabajar en política. Joder, con lo mal que llevo yo los finales emocionalmente intensos de las películas, como para ponerme a prueba con situaciones de esta índole.

Sin embargo, Elsa Fornero forma parte de un gabinete que se ha dado en denominar como “tecnócrata”, y muchas voces en los medios y aún en las tertulias de bar, han focalizado sus conversaciones en la diferencia que existe entre gobiernos de “políticos profesionales” (un concepto un tanto inconcreto para mis entendederas) y gobiernos de tecnócratas, a raíz del ejemplo italiano. Me pregunto si acaso la ciudadanía espera de un ministro una epidermis lítica que le impida sentir, o al menos hacerlo visiblemente, que a veces hay cosas que son una putada, sí o sí, con absoluta independencia de los objetivos de poder que puedan perseguir los partidos a los que pertenecen. Y ya puestos, me pregunto qué habrán sentido los italianos al ver la mejilla humedecida de Elsa Fornero, o si acaso habrán dicho para sus adentros: “esto no importa porque, después de todo, la ministra Fornero es una tecnócrata, y no una política profesional".

Claro, que ahora pienso en las lágrimas de Patxi López, cuando el pasado mes de octubre, la emoción le enmudeció durante la celebración de un acto de campaña en el País Vasco. Quizá se dio cuenta, de repente, de que en lo sucesivo su vida, y la de muchos otros en Euskadi, podía acercarse un poquito a la normalidad de no tener que cambiar de ruta en los desplazamientos de cada día, la de poder hacerse “parroquiano” de alguna de esas singulares “iglesias” que cuentan con un grifo de cerveza, o la de ir al quiosco dando un paseo. Más agua y más sal. Pero esta vez de un político profesional. “¡Bah, naderías!” debió de pensar un eminente y conocidísimo locutor de radio. Uno cuyo nombre no me sale en este momento, pero que seguro que ustedes conocen. Uno que sabe más que todos nosotros juntos, ustedes vosotros, los que leáis esto, y yo, de política, de cocina, de música, de procesiones de la Semana Santa sevillana, de fútbol y, seguro, segurito, que de muchas otras cosas; y que dijo literalmente, al hilo del episodio de Patxi López, que “un político ya tiene que venir llorado de casa”. ¡Caray! Dura y sorprendente sentencia de quien, curiosamente, debería comprender bien lo que es sentir la propia vida amenazada por una banda de criminales. Pues una cosa les digo: ahora que me han abierto los ojos, los mismos que utilizo para llorar, caigo en que hemos malgastado el dinero tontamente. En lugar de blindar coches oficiales, hubiéramos ido más por lo derecho blindando los “37 grados con un montón de huesos y algo de pellejo alrededor” de los políticos. De esa forma, además de ahorrarnos cantidades astronómicas de dinero en la adquisición de Audis de a ochocientos papeles de los de color moradito (que sé que existen porque hay fotos de ellos en Internet), la unidad; les hubiéramos protegido de caer en la desgracia de tener emociones. De la tentación de rebajarse a sufrir comportamientos biológicos despreciables, más propios de tecnócratas italianos venidos a más, y, desde luego, del grueso de los miembros del colectivo de los administrados.

Quién sabe. Igual nos parece preferible para el cometido de administradores, el contratar a personas antes que a robots.


sábado, 17 de diciembre de 2011

Dietario Errático (30-05-2011)


Mi amigo Enrique tiene una cosa que se llama epicondilitis. Algo que se conoce también como “codo de tenista”. Digo yo, echándole a la cosa altas dosis de intuición y demostrando mi elevadísima capacidad detectivesca, que porque debe ser habitual en los tenistas.

El caso es que yo ya lo había tenido antes que él, y haciendo uso de mi experiencia y de su paciencia de contertulio aleccionado, le he recomendado que se lo haga ver por el mejor traumatólogo que pudiera encontrar, que a veces el tema éste se pone jodido; y que la traumatología es muy de disponer soluciones terapéuticas ’high quality’, junto a otras no tanto ‘low quality’, como lo siguiente (expresión que se ha puesto muy de moda en los últimos tiempos) a ‘low’. Y es que, como en casi todos los órdenes de la vida, aunque en este caso resulta algo especialmente doloroso e injusto, en la atención sanitaria también hay que tener suerte. Quien da con un médico con la voluntad de atender a enfermos antes que la de enfrentarse a enfermedades, tiene más probabilidad de ayudar a que el cuerpo (nuestro mejor médico al fin y al cabo) se le ponga bien.

El médico de Enrique es un traumatólogo eminente. Un hombre de absoluta garantía, aunque desgraciadamente le ha venido a decir que no hay gran cosa que se pueda hacer. O sea, en román paladino: “aguántese usted ese dolor que le despierta por la noche, y haga lo que pueda. ¡Ah!, y suerte”.

Ayer, mientras hablábamos de esto, Enrique me dijo: “¿sabes lo que verdaderamente me jode de todo esto?, que yo no sé distinguir una raqueta de tenis de una sartén”.

martes, 6 de diciembre de 2011

Tiempo de abetos



El árbol es muy verde. Y si lo miras de lejos mientras entornas un poco los ojos, el tronco y las ramas forman un triángulo casi perfecto. Podría incluso ser isósceles, y dar así, a la percepción del espectador, esa satisfacción añadida que la simetría supone en nuestra valoración por lo estético. El árbol está completamente decorado con espumillón y luces de colores de las que disuelven la niebla otoñal de cada casa. Y también tiene bolas de Navidad. De entre ellas, las rojas son mis preferidas porque su color siempre me ha parecido muy navideño. Y me parece también que combina perfectamente con el verde del árbol. Aunque una vez mi hermano, sabiendo esta opinión mía, me preguntó que qué había entonces que decir del color blanco. Dio a la cuestión tal tono de seguridad y desafío, que sembró en mí la duda y no supe qué contestarle. Por ello, ahora también me gusta que haya en el árbol alguna bola de esas que forman una tormentilla de nieve cuando las pones boca abajo y no. De hecho, puedo ver una colgada a la altura de mis ojos escrutadores, y a medio camino entre el pedestal color plata y el brillo metalizado de la estrella de la copa. Su nieve está blanqueando suave y persistentemente un pavimento adoquinado y gris, que bien podría pertenecer a una pequeña calle de una ciudad de provincias. O sea, de alguna otra provincia distinta de la mía. Me parece que se trata de una calle de comprar regalos de Navidad. Pero no regalos muy grandes, porque la calle no da como para que pasen coches por ella. Y los regalos grandes necesitan coches para ser transportados. Lo que ya no sé, es qué necesitan los coches cuando a la vez que coches son regalos de Navidad. Probablemente, un ingenio mecánico tan grande que las casas que tiene la calle a cada lado tendrían que andar metiendo tripa para evitarlo cuando se fuera desplazando con parsimonia y rotundidad por delante de ellas.

En la calle de comprar pequeños regalos de Navidad hay un farol de luz cálida que alumbra el escaparate de una pequeña librería. Un tipo, con gorro de lana y bufanda azul a juego, ha entrado en la librería. Podría tan solo estar huyendo del frío que la noche y la nieve van trayendo, pero no es segura, ni aún probable, la existencia única de tal motivo, porque de inmediato ha empezado a ojear las estanterías de la tienda. Su mirada, errática, deambula recorriendo las letras de los lomos, y la cabeza gira a un lado o a su contrario dependiendo del capricho del editor al elegir la orientación de cada leyenda.

Entonces se detiene y estira el cuello hacia atrás como ayudándose a enfocar mejor su descubrimiento. Y ya ha tomado el libro en sus manos e investiga su contenido, cuando el dependiente se acerca y le ofrece ayuda. Al presunto comprador le ha llamado la atención un libro de relatos de cuyo autor nunca ha oído hablar. El dependiente no sabe dar mayor detalle, más allá del hecho de que es la primera vez que se le edita. A pesar de tan escaso estímulo a la voluntad de comprar, la decisión ya ha sido tomada, y en virtud de ella el libro debe ser envuelto en papel de regalo. El dependiente utiliza uno que descansa en uno de los extremos del mostrador, y que tiene tonos muy navideños en verde y rojo.




Cada cual reconoce su lado del árbol porque ambos están inequívocamente señalados. Ella se dirige al lugar donde está su bufanda roja, y le deja a él la zona marcada por una bufanda azul. Al inspeccionar el terreno, descubre un pequeño paquete en el que predominan colores parecidos a los del árbol. Contiene un libro de aspecto menudo que tiene muy buena pinta. Se dirige a su amigo y le agradece el obsequio con una sonrisa y un beso y un abrazo, y luego examina el libro. El autor no es demasiado conocido pero las críticas han sido buenas, dice la contraportada. La reseña del mismo señala que el tipo solía escribir en un foro de Internet. En uno de esos miles de sitios que existen en la Red, en los que un ejército de escritores encuentra un pequeño escaparate con el que medir su talento. Pequeñas estanterías detrás de las cuales, casi nunca hay comprador.


Diciembre de 2007

sábado, 3 de diciembre de 2011

Only a dream in Rio



Empecé con esta etiqueta hace más de año y medio (por el amor de Dios, cómo pasa el tiempo. Menos mal que a mí no se me nota nada) con Carli Simon; y tarde o temprano tenía que pasar por aquí James Taylor. Un tipo con un talento extraordinario al que hay que envidiarle, inevitablemente, dos cosas. Una, esa voz cálida, profunda, y sonora, que tiene un registro entreverado de graves y agudos, cuya producción parece que no causa esfuerzo alguno, pero que a ver quién lo hace así; y otra, no menos importante, el hecho de haberse casado con Carli Simon.

Puede que no hubiera mejor manera de expresar lo que dice la música brasileña (que no siempre es la de las “caderas bamboleantes”, por cierto) que hacerse acompañar de un músico brasileño para interpretar esta canción bellísima. Digo bien: bellísima. Taylor lo hace aquí con Milton Nascimento, un tipo sobradamente sospechoso de haber nacido en Río de Janeiro. “What else?”

Esta versión se va a algo más de cinco minutos por causa del especial mimo con el que parece haber sido grabada por este dúo norte-sudamericano. Pero creo que si se escucha con atención, no cansa y tiene que gustar necesariamente.

Que la disfruten. Cuando la pinchen, en su caso, pueden imaginarme con cara de bobo, y sonriendo, mientras intento aprender portugués a la velocidad imposible que utilizó John Travolta para tal tarea, la vez que encarnó a George Malley.