estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



sábado, 23 de enero de 2010

Vaguedades


Esta mañana he comprendido por qué yo no había escrito antes. Me he despertado temprano y me he quedado leyendo en la cama por espacio de una hora. El capítulo al final del cual he decidido abandonar la lectura me ha dejado un buen sabor de boca. Tenía un desenlace de esos que inducen a la producción de una sonrisa casi imperceptible. Una sonrisa para autoconsumo. Acto seguido, he tenido muchas ganas de escribir. Y no es que supiera muy bien de qué, pero más o menos había algunas pistas desordenadas en mi cabeza. Como el recuerdo de los sueños, o como el vaho de los espejos en los cuartos de baño de las personas recién duchadas; el impulso de escribir y la inspiración súbita son limitados en el tiempo. Responden al principio funcional de "aquí te pillo, aquí te mato", y pasado ese momento tan breve, se diluyen.

Veo con claridad de estío ártico que el estado de plenitud ideal es el de leer y escribir. Sucesiva y alternativamente, y sin hacer ninguna otra cosa. Pero hay otras cosas que hacer. En realidad, el tiempo de nuestras vidas se gasta en actividades que responden a dos conceptos básicos. El primero es "construir la vida". Construir la vida es realizar toda una serie de tareas encaminadas a la permanencia estadística de nuestro propio caso dentro de la parte ancha de una curva de Gauss que representara todos los casos existentes, y en la que se midiera la cantidad de bienestar y la probabilidad de alcanzar los 75 años de vida. Una labor imprescindible en la que empleamos casi todos nuestros esfuerzos, y que, en según qué épocas y casos, no fomenta demasiado que administremos el tiempo para dar mayor cabida a las tareas del otro grupo, que son leer y escribir. Comprendo que no he leído con la determinación necesaria durante muchos años en los que he estado distraído con la construcción de mi vida. Y por eso nunca quise escribir entonces. Me pregunto, y con mucha razón, qué estímulo pudo encontrar el más antiguo escritor del mundo cuando plasmó en un papel su opera prima, si le faltó el de tener reciente en la retina el final de una buena novela o el verso último que hace que todo un poema, de repente, florezca como un almendro.

Esta mañana, después de levantarme de la cama, mi vida -puede que después de todo, a medio construir- me ha requerido intensamente para que recogiera la cocina y pusiera la lavadora. Y cuando he terminado de hacerlo, ya no quedaba en el espejo del cuarto de baño vaho suficiente con el que caligrafiar algún mensaje con el dedo. Por eso aquí estoy, escribiendo vaguedades.




Enero de 2009

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