estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



jueves, 20 de octubre de 2011

Steve Jobs: Un empresario en vaqueros


Hasta hace apenas un par de semanas, solo un pequeño porcentaje de la población mundial (dentro del cual, un servidor no se encontraba) sabía quién era Steve Jobs. Es normal. Supongo que la popularidad mundial que acompaña a algunos personajes, se da fundamentalmente cuando éstos se dedican al ejercicio de la política o el deporte. O cuando son artistas de reconocido prestigio en el mundo de la música o del cine. Me da por pensar que el perfil del conocedor de la figura de Steve Jobs (antes de que su rostro fuera portada de todos los diarios y programas informativos del planeta) se corresponde con el de una persona experta en las grandes finanzas internacionales, ya sea como actor en ellas, ya como docente universitario o de una escuela de negocios. A este grupo, probablemente, faltaría por añadir a los incondicionales fans de la marca Apple. Que los hay. Pero en realidad yo no voy a referirme ni a los unos ni a los otros. Yo, de lo que quiero hablar es de los vaqueros de Steve Jobs.

Si alguien me abordara, inesperadamente, preguntándome a bocajarro sobre cuáles son los iconos inevitables que acompañan a la imagen y la vida de un empresario, me pondría en un aprieto gordo. De hecho, no sabría contestarle. Seguramente el pensamiento se me iría, en un primer momento y de manera intuitiva, a la galería de tópicos al uso. En ella encontraría que un empresario es un hombre muy, muy rico, al que le resulta de escaso interés cualquier asunto material o espiritual que no sea el ganar dinero. Una persona resuelta y ejecutiva, que piensa que la filantropía es una cualidad pasada de moda, si es que alguna vez lo estuvo, y que suele vestir con traje y corbata, si es hombre, o de traje de chaqueta, cuando se trata de una mujer.

Después de semejante definición, grosera, primaria y cargada de prejuicios, empezaría a perfilar un poco más. Como quiera que esta crisis recalcitrante ha puesto negro sobre blanco (aunque no se trate de algo nuevo) el hecho de que hay un montón de empresarios pequeños que no llegan a final de mes, no solo con las nóminas de sus empleados (que a menudo son menos de dos), sino con la despensa de su casa; me veo obligado a cambiar la deriva del disparo. Ahora voy a suponer que me preguntaran solo por grandes empresarios. O sea, aquellos cuyas compañías y productos han tenido un éxito apabullante en cualquier rincón de nuestro primer mundo (los otros mundos existen, pero no juegan en esta división, aun cuando forman parte nuclear del proceso de optimización de costes de las grandes empresas que están debajo de los grandes empresarios). Entonces, tengo que traer más ingredientes, imprescindibles, a la definición que venía intentando antes. Otros tales como el espíritu innovador, o la clarividencia acerca de cómo detectar las necesidades de las personas (o de inventarlas, si es necesario), o la utilización eficaz de los ventajosos mecanismos que existen en ese ente tan insensato que llamamos “Globalización”.

Ya creo que me voy acercando al resultado final. Pero aún así, no me atrevo a contestar a mi inquisidor imaginario. Y no lo hago, porque en un último momento de lucidez, recuerdo algo que todos damos por aprendido, pero que con frecuencia demostramos no saber. Y es que establecer estereotipos es un sinsentido, cuando se hace con las personas. No así en el caso de los fenómenos meteorológicos, campo en el que resulta más que útil.

Y ya está. Esto no me ha servido de gran cosa, porque no hay conclusión. Así que me voy a ver la tele un rato. Y veo en ella que los informadores ponen a la figura de Steve Jobs en la cima de una nube que representara alegóricamente el progreso humano. Y sí. Aunque nunca conocí a Steve Jobs, estoy seguro de que fue un gran tipo. Lo que no me queda muy claro es por qué una vez muerto, ha sufrido esa metamorfosis póstuma que lo ha llevado a ser un visionario, un ejemplo para todos, la persona que ha cambiado nuestro estilo de vida (sic), abandonando de esa forma el grupo formado por todas aquellas otras personas, que tan mala prensa tienen entre muchos sectores sociales, y que, como él, cumplen con las características de mi malogrado intento de definición de lo que es un empresario.

Y veo sus pantalones vaqueros. Y me pregunto cosas… que no consigo contestarme.

4 comentarios:

  1. Bueno abierto tu debate, yo voy a sugerir algunas hipotesis:
    priemra, estaba explotado por apple y solo es el inventor.
    segunda, es un excentrico millonario.
    tercera, es como el resto de los humanos.
    Yo no se que decir, los vaqueros estan muy gastados. Yo pense que era la unica que tenia vaqueros rotos por la crisis. Pero está muy bien que mo lo hagas ver.

    ResponderEliminar
  2. Hola anónimo. De tus tres hipótesis, solo la segunda se cumple; aunque no sé si en toda su extensión. Steve Jobs era el dueño de Apple, y por lo tanto la primera es descartable. Era millonario (y mucho, pero mucho, mucho...), aunque ignoro si era excéntrico. El cumplimiento de ésta segunda hipótesis es incompatible con el de la tercera.

    En realidad, la propuesta que hay detrás de esta entrada, es que el tratamiento entusiasta que los medios han dado a la figura de Steve Jobs, no coincide, objetivamente, con el que su biografía dice de él. Y que quién sabe si los detalles puramente estéticos, pudieran tener que ver con este hecho.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Me parece una gran idea que hayas traído aquí a Steve Jobs.

    Ahora resultaría impensable pero hubo un tiempo, en el que en mi trabajo teníamos un solo ordenador para unas quince personas y era un bien muy preciado. Estaba en una sala independiente junto a una hoja de reserva de horario. El sistema operativo era el MS2 y el procesador de textos el WordPerfect con su manual de trescientas páginas. Si tenías trabajo extra debías recurrir a horas extremas para poder utilizarlo, sobre todo si eras la última en formar parte de ese grupo, como era mi caso.

    En aquel momento un amigo me dejó usar su Macintosh y ésa fue la primera vez que vi una pequeña manzanita con un arcoiris en su interior, además parecía que al fabricante le gustaba mucho porque ya venía con un bocado de serie. Era el primer ordenador que había salido al mercado con interfaz gráfica para usuario y con ratón, algo totalmente innovador. Eso supuso que en diez minutos aprendiera a utilizar el MacWrite, porque era tremendamente intuitivo. Conseguí elaborar unos textos con una tipografía preciosa. En dos ratitos más aprendí a insertar ecuaciones y a hacer gráficas con un programa que tenía regresiones de todo tipo para ajustar datos a funciones determinadas. El Macintosh, en cuanto a facilidad de uso, estaba a años luz del otro ordenador y pensé: ¡jo! éstos de Apple que listos son.

    Últimamente he podido comprobar cómo una mujer de 65 años que en su vida había tocado un ordenador, tomó un iPad entre sus manos (la famosa y superligera “tableta”) y en un ratito aprendió a encontrar las noticias de los periódicos aumentando a su gusto el tamaño de la letra, a visitar museos desde casa, incluso a abrir su correo y todo lo hacía con su dedito pasándolo por la pantalla; se sentía motivada, estaba activa, estaba sorprendida de todo lo que se encerraba allí y lo más importante, le había ganado unos puntos en la partida que llevaba con la soledad. Así que de nuevo pensé en lo espabilados que eran los de Apple, parecía que hubieran creado este cacharrito especialmente para ella.

    En mi caso, ahora, hasta en los paseos con mi perro me acompaña la manzanita junto a la música del pequeño iPod. Con una mano llevo la correa y con la otra puedo elegir lo que quiero escuchar, con un simple giro del dedo gordito para que en la pantalla aparezcan, a modo de abanico, las imágenes de las carátulas de los discos.

    Conocí a Steve Jobs en el 2007, a través de un video de Youtube que recogía el fantástico discurso que había pronunciado en la Universidad de Stanford en el 2005. Te aseguro que merece la pena verlo completo.

    A él creo que le gustaba el negro, los vaqueros y las zapatillas de deporte. Me parece que fundamentalmente por su personalidad, no necesitaba acogerse a una imagen de elegancia convencional y distinguida para conseguir el respeto de los demás en la esfera empresarial en la que se movía. Supongo que su mente, su coraje y su genialidad eran más que suficientes. Sobre sus vaqueros, mi teoría es que quizá le gustaba sentirse como un ligero principiante con la creatividad que eso conlleva, pero es una teoría.

    Bueno, te recomiendo que veas el video; cuenta tres historias muy emotivas como para reflexionar y sobre todo, las dos últimas frases, antes de dar las gracias al final de su discurso, quizá puedan aclarar el porqué de sus vaqueros.

    Keira

    ResponderEliminar
  4. Hola Keira. Siempre es un placer verte deambulando por aquí. Yo creo que es incuestionable que los avances tecnológicos han cambiado nuestra vida. Los ejemplos que pones de aquellos primeros ordenadores son una muestra evidente de ello. Pero Steve Jobs no es el paradigma del avance tecnológico y de la modificación de nuestra manera de vivir, como se ha hecho parecer en los medios. Esa es la idea que yo tengo que rechazar. Steve Jobs es el paradigma, uno más, del empresario inteligente que triunfa a lomos de los avances tecnológicos. No son la misma cosa.

    He visto entero el discurso que este hombre pronunció en la Universidad de Stanford. Gracias por la recomendación.

    Un beso.

    ResponderEliminar