estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



sábado, 9 de octubre de 2010

El tiempo inmóvil


Pedro siempre ha estado aquí desde que tengo recuerdo de este sitio. Luce muchas canas, pero no más de las que tenía ya desde hace un buen montón de años. Cree que todas le han salido detrás de la barra y no es así. Es sólo que no se acuerda bien, porque no existe en su memoria nada que no haya sucedido en este bar que es su casa. Creo que se encuentra institucionalizado (*) aquí.

El bar de Pedro es de esos locales que uno no consigue asociar al concepto de “rentabilidad”, porque resulta imposible que quepa en ellos ni siquiera el más inestable equilibrio entre gastos e ingresos, sólo a fuerza de las visitas de algunos incondicionales. Si Pedro tuviera que elegir entre la calificación de “hobby” o la de “negocio” en relación a la existencia de su bar, creo que lo echaría a suertes.

En este lugar, lo que pasó ayer no es distinto de lo que está pasando hoy, y mañana será aún menos distinto todavía. Aquí las cosas son inmutables. Es como si se hubieran congelado y nunca cambiaran de aspecto ni se hicieran más viejas. El tiempo ha estado pasando tan despacio, que finalmente perdió su inercia, y ya ni pasa.

Hay una parroquiana que siempre viene a tomarse su café, acompañada de cuatro perros iguales excepto por el color del pelo, que es blanco en dos de ellos, y negro en los otros dos. A veces mi pensamiento se extravía y se me queda absorto en los perros, calculando que con otros 60 más, podría formarse un tablero de ajedrez. Completamente inútil, ya que los condenados no paran quietos. Se trata de animales más bien pequeños, y yo veo que después de tanto tiempo no han crecido nada. Aunque bien podría ser que hubieran sido golpeados por el parón del tiempo, Pedro dice que es que son así, que esta raza de perro es de no crecer.

Existe otro tipo habitual al que no he conseguido escuchar palabra. Sé por Pedro que no padece ningún defecto físico en el habla, pero nunca dice nada. En realidad no lo necesita porque siempre bebe lo mismo, sabe dónde está el lavabo y conoce los precios de las cosas que tiene que pagar. Puede ser que su escasa generosidad en la expresión oral, sea impulsada por esa estrafalaria teoría, de cierto éxito entre personas supersticiosas, según la cual, muchos actos cotidianos que se realizan de forma repetitiva, están limitados por cuotas de producción que no pueden ser excedidas, y que están impuestas por no se sabe qué principio físico, económico o fatalista. O quizá no es que piense que se le pueden acabar gastando todas las palabras, sino que ya dijo todas las que merecía la pena ser dichas. Entonces sería un escéptico o algo así.

Resulta como si todos estos personajes de tonalidad cromática anterior al Cinemascope tuvieran sentido sólo en función de su pertenencia al bar. Son parte de él, y están mimetizados con la lentitud que adopta aquí el tiempo como forma de expresión. Cuando pienso en ellos, tengo algo parecido a un sentimiento de lástima. La vida es, debe ser, más intensa. Y abarcar una diversidad de situaciones, momentos y contrastes. Esto es lo que pensaba yo hasta el día de hoy.

A la hora del vermut, Pedro me ha dicho que un amigo suyo que tiene una buena cámara fotográfica va a venir mañana a hacer una “foto de familia” en el bar. Es su intención colgarla orgullosamente en el sitio más principal que encuentre, como en esos locales que tienen las paredes llenas de famosos que pasaron por sus salas. Me ha rogado que no falte, porque pocos tienen tanto derecho como yo - ha añadido - a salir en esa foto.



(*) En la película Cadena Perpetua, el personaje encarnado por Morgan Freeman, decía de algunos presos con los que compartía condena; que llevaban tanto tiempo en la prisión, que para ellos ya no era posible concebir otro mundo que no fuera el que había dentro de los muros de aquella. Esos presos estaban “institucionalizados”.



Febrero de 2004
Rev. en Noviembre de 2005

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