estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



domingo, 25 de noviembre de 2012

Dietario Errático (29-03-2012)

Desde aquella primera vez en la que vi la película de Carles Bosch, hay tres palabras que me vienen a la cabeza con terca insistencia. Puede que quiera grabarlas en mi mente a maza y cincel, como si de su recuerdo dependiera la posibilidad de lograr una inmunidad acorazada ante la amenaza de la desmemoria.

Pero no creo que funcione, como no lo hizo el aprenderme de memoria las letras más chiquititas del tablero de símbolos y letras que se utiliza para el diagnóstico oftalmológico, allá por mis catorce años. Entonces pasé la revisión médica, es verdad. Pero ello no me ayudó a ver la pizarra en condiciones, así que no me quedó otra que hacerme amigo de unas gafas. Pero ¿cómo trabar amistad con el olvido, la falta de entendimiento o los trastornos de la conducta?

Bicicleta, cuchara y manzana son las palabras mágicas. Después de todo no resultan tan rebuscadas. Pero ay de ti, si un día las olvidas.

Hoy me ha dado por deambular tras estas palabras fáciles, y a la vez traidoras, y he dado con esta página:

 

 
Siguiendo idéntico principio por el que mantengo mis pies bajo las sábanas, para que el horrible monstruo que se esconde debajo de mi cama en las noches de terror, y que sé que no existe, no pueda atraparme el tobillo; y aunque nada me indica, hoy, que vaya a necesitar este tipo de depósito bancario en el futuro, he decidido hacer donación de un recuerdo en ella. Un recuerdo importante. De esos que cuando son manifestados con emoción, nos hacen sentir pudor, porque nos muestran simples o pacatos o cursis a los ojos de los demás. O todo a un tiempo.

sábado, 24 de noviembre de 2012

El "fracaso" de una huelga general

Diversas fuentes de opinión han señalado que la huelga general que tuvo lugar en España el pasado 14 de noviembre fue un fracaso. Parece claro que el hecho que se maneja para concluir en esa calificación, es que el seguimiento de la misma no fuese mayoritario. O puede que incluso fuera más cierto decir que fue escaso.

Sin embargo, una huelga general no es un objetivo en sí misma, y, por tanto, no se puede valorar como éxito o fracaso. Eso habría que hacerlo en relación al objetivo al que está asociada la acción de huelga; y que me da por pensar que era la de “informar” a los que mandan, de manera expresa y sin posibles interpretaciones extraviadas, que la ciudadanía está en contra de la forma en la que se están haciendo las cosas, fundamentalmente en lo relativo a la gestión de la crisis. Claro, todavía existe un pequeño grupo de opinión (y probablemente siempre lo hará, en alguna medida) que intenta mantener vivo un cierto romanticismo histórico, según el cual una huelga general es una acción que persigue un objetivo singular e identificable, como el derrocamiento de un gobierno. Esta posibilidad que es verosímil para algunas personas, me traslada a hace más de un siglo, cuando la sociedad se explicaba en gran medida por la dualidad entre capital y trabajo, y la lucha de clases era el principio fundamental e inevitable de una convivencia en constante estado de incertidumbre.

Si analizáramos los factores que afectan al seguimiento de una huelga como esta, puede que tuviéramos que aceptar que, aún en el hipotético caso de que hubiera un único dato de seguimiento real y compartido por todas las partes (tengo la percepción a este respecto, de que la guerra de cifras ha sido, en esta ocasión, una contienda suave y breve), éste no sería un indicador válido del ánimo de la ciudadanía. En efecto, eso parece un hecho indiscutible, teniendo en cuenta que un porcentaje abrumadoramente mayoritario del empleo en España se encuentra en la pequeña empresa, en la que empleado y empleador se juegan a bloque los garbanzos con cada día de su actividad profesional. Y exactamente lo mismo ocurre en el caso de los autónomos. Así que parece que la posibilidad de un seguimiento mayoritario de una huelga general (no me refiero en absoluto a huelgas sectoriales) hoy no es sino una quimera. Aquí, tendrán que ser las organizaciones sindicales, las que en el futuro hagan un trabajo de imaginación e innovación, para actualizar, eventualmente, la forma en que las movilizaciones pueden llegar a ser igualmente efectivas, y sus resultados menos manipulables.

Porque sí. Aunque el decir que la huelga general ha sido un fracaso puede responder a una cierta falta de reflexión sobre la correcta utilización de las palabras, el ánimo más frecuente a la hora de hacerlo es el de manipular el significado de un hecho. Entiendo que determinados medios de comunicación (y entiendo bien), son, con independencia de la escora ideológica que muestren, perfectamente conocedores del significado de las palabras; de tal forma que al leer en sus ediciones que la huelga general ha sido un fracaso (cuando no un “absoluto fracaso”), tendríamos que entender que, en su opinión, la mayoría de los ciudadanos otorga su aquiescencia a las políticas anti-crisis del Gobierno. Y parece que esa es una conclusión, cuando menos, apresurada. Sobre todo si pensamos que las manifestaciones vespertinas del día 14 de noviembre, difícilmente se pueden tildar de fracasos.

Al margen del escaso servicio -no digo ya al país, porque puede que dentro de un puñado de años todos andemos cantando loas al buen juicio de este Gobierno, que ojalá- a la deseable práctica de describir con honestidad la realidad, que esos medios de comunicación hacen, uno tiene la íntima esperanza de que en algún despacho de las instituciones gubernamentales, los que rigen los destinos del Estado entiendan que la convocatoria de una huelga general es algo serio. Que no se hace por pasar el rato, y que será que algún nivel de descontento existe entre la población administrada.

Hoy desayunamos con la noticia de que en la cumbre europea de esta semana que ha tratado la aprobación del presupuesto comunitario para el año 2014, se han identificado claramente dos bloques. Uno de ellos, el de los países con menores dificultades presupuestarias y de acumulación de deuda, que tratan de restringir a velocidad de vértigo esa parte del presupuesto comunitario que respalda las políticas de crecimiento en Europa; y el otro que está formado por los que necesitan algo más de tiempo para ir corrigiendo sus desequilibrios financieros, y entre los cuales se encuentra España.

Es curioso. España tiene hoy idénticas razones (si ello fuera posible) para hacerle una huelga general a Alemania, que la “fracasada” convocatoria del 14 de noviembre para hacérsela a Rajoy.

sábado, 10 de noviembre de 2012

A week in Stockholm (Ice Bar)

Estocolmo es una preciosa ciudad. Yo recomiendo siempre su visita a todo aquel que esté por la labor de visitar ciudades que no conozca. Y como hace no demasiado tiempo tuve la ocasión (esta palabra es completamente inapropiada aquí) de pasar en ella casi una semana, pues me ha dado la impresión de que algo tenía que traerles de allí, aunque no fuera más que unas cuantas tonterías dispuestas en un puñado de renglones.

 

Ice Bar

 
Recuerdo al gran Tony Leblanc en su interpretación de aquel personaje llamado Cristobalito Gazmoño, que ocupaba su tiempo en ir de casa al gimnasio y del gimnasio a la Casa de Campo y de la Casa de Campo al gimnasio, y así ad eternum. Pues ése fui yo en aquellos días, yendo del hotel a la oficina y de la oficina al hotel. Es por ello que no tengo ni memoria intelectual ni fotográfica de cosas que puedan resultarle a nadie de interés. Pero como el blog está para desbarrar uno como mejor le parezca, pues yo les voy a hablar del Ice Bar de Estocolmo. El Ice Bar está situado justo en el hotel en el que yo me alojaba. Y sucedió que un día en el que por mor de demostrar yo para con el resto del reparto laboral del encuentro nórdico, una puntualidad británica que poseo aún no teniendo dicha nacionalidad, me presenté al comedor del desayuno a las 6:20 de la mañana. No me pareció mala idea, por darse la circunstancia de que el desayuno comenzaba a las seis de la mañana, al decir del tío que me ‘recepcionó’ el día que recalé en la hospedería en cuestión. Bien porque el empleado fuera nuevo, y aún no conociera bien los horarios, bien debido a que mi escucha inglesa resultara aún peor de lo que yo suponía, lo cierto es que no había ni rastro de café hasta las 6:30. De manera que me senté en una silla del vestíbulo, dispuesto a hacer tiempo. Y fue entonces cuando vi el cartel anunciador del Ice Bar. Era una pantalla electrónica cuyo contenido cambiaba cada cierto tiempo. Decidí traerles una de las imágenes del mismo. Es la que pueden ver al margen de este texto.

Fue una suerte que lo intempestivo de la hora me condujera a una coyuntura de casi absoluta soledad en aquel lugar, ya que me daba un poco de vergüenza andar haciendo fotos del cartelito de un bar. Solo un matrimonio de avanzada edad, sentado en un par de butacas rojas, estratégicamente situadas junto a la entrada del comedor, había caído como yo en el error horario, si bien a ellos les sería de mejor acomodo el poder explicarlo, por ser la pérdida de oído, o de memoria, una característica habitual a esas alturas de la vida. O puede que lo suyo fuera un acto volitivo consistente en asegurarse de que las salchichas no fueran a agotarse antes de caer, plato en ristre, sobre ellas. Sea como fuere, no me pareció que dieran excesiva importancia a mi comportamiento cateto, lo que no obsta para que ella, la señora del matrimonio, me observara con cierto gesto de sorpresa. Eso me incomodó en alguna medida, pero ya no había tiempo para reconsideraciones. Además, ¿qué no haría yo por este blog?

El Ice Bar es, como su propio nombre indica, un bar, además de ser un espacio asimilable a un iglú. Es decir, te metes allí dentro y te congelas de frío. Como nunca he estado en su interior ejerciendo de cliente, no sé si se pide hielo para la copa, o se sirve uno mismo de las paredes, pero a juzgar por las caras de felicidad de los ocupantes del cartel, el ambiente es como el de una juerga gaditana, por así decirlo.

En la entrada hay dispuestas en hilera unas perchas con prendas de abrigo, que son suministradas a los clientes. No obstante, en los meses de invierno la gente viene ya equipada en ese sentido, toda vez que los valores termométricos observables en el bar y en el exterior del hotel son bastante semejantes.

Como pueden ver, los precios son razonables, dado que, con un poco de suerte, cubren también la hibernación permanente del conjunto orgánico propio. Las 190 Coronas Suecas, unos 22 Euros al cambio, dan derecho a entrar y a tomarse una copa; pero si eres un chicarrón del norte (quiero decir del norte dentro de franjas más al sur de Escandinavia), y aguantas el tiempo suficiente como para tomarte una segunda copa, entonces te hacen un barato. En fin, fenomenal.

Al día siguiente de hacer esta foto, llegaba yo al hotel ya anochecido, cuando vi un autobús frente a la puerta de entrada. Era un autobús con tres ejes, como los que suelen verse en esas pelis americanas, en las que el chico protagonista (e irremediablemente incomprendido) termina por escaparse en autobús a Atlanta. Del autobús en cuestión se apeaban hordas de japoneses (puede que cuarenta) que accedían al edificio. Pensé que el hotel tendría que poner el cartel de “no hay billetes”, como ocurre de habitual en las corridas de toros de la feria de Madrid. Pero fue una suposición apresurada y errónea. Los japoneses iban solo a ver el Ice Bar. En efecto, allí estaban todos frente a la puerta del bar, apuntando con sus cámaras hacia el interior del bar y al cartel electrónico que me había hecho a mí un poco japonés durante unos instantes el día de la víspera. Ninguno traspasaba la entrada. Deduje que la visita era meramente turística, y el alojamiento no entraba en sus planes. Todos se alineaban justo en la raya imaginaria que separaba en el suelo ambos territorios: el del bar y el del hotel. Daban una imagen parecida a la de las manadas de ñus, que en sus agotadores éxodos africanos llegan a la orilla de un río ancho y traidor, y se coscan de que meter la pezuña en el agua puede ser una putada de las grandes, si les pilla el remojón suficientemente arrimados a uno de esos cocodrilos con hambre atrasada de varios meses, y que patrullan las aguas en busca de la pitanza.

Miré hacia el rincón de las butacas rojas, buscando instintivamente la presencia de la señora del día anterior. Aquellos turistas me redimían de la eventual mala impresión que yo hubiera podido producirle. No estaba allí. Miré mi reloj, y comprendí que era lo previsible. Si aún seguía en el hotel, debía de haberse recogido temprano, para poder ser de las primeras en llegar a las salchichas del desayuno del día siguiente.