Hasta hace apenas un par de semanas, solo un pequeño porcentaje de la población mundial (dentro del cual, un servidor no se encontraba) sabía quién era Steve Jobs. Es normal. Supongo que la popularidad mundial que acompaña a algunos personajes, se da fundamentalmente cuando éstos se dedican al ejercicio de la política o el deporte. O cuando son artistas de reconocido prestigio en el mundo de la música o del cine. Me da por pensar que el perfil del conocedor de la figura de Steve Jobs (antes de que su rostro fuera portada de todos los diarios y programas informativos del planeta) se corresponde con el de una persona experta en las grandes finanzas internacionales, ya sea como actor en ellas, ya como docente universitario o de una escuela de negocios. A este grupo, probablemente, faltaría por añadir a los incondicionales fans de la marca Apple. Que los hay. Pero en realidad yo no voy a referirme ni a los unos ni a los otros. Yo, de lo que quiero hablar es de los vaqueros de Steve Jobs.
Si alguien me abordara, inesperadamente, preguntándome a bocajarro sobre cuáles son los iconos inevitables que acompañan a la imagen y la vida de un empresario, me pondría en un aprieto gordo. De hecho, no sabría contestarle. Seguramente el pensamiento se me iría, en un primer momento y de manera intuitiva, a la galería de tópicos al uso. En ella encontraría que un empresario es un hombre muy, muy rico, al que le resulta de escaso interés cualquier asunto material o espiritual que no sea el ganar dinero. Una persona resuelta y ejecutiva, que piensa que la filantropía es una cualidad pasada de moda, si es que alguna vez lo estuvo, y que suele vestir con traje y corbata, si es hombre, o de traje de chaqueta, cuando se trata de una mujer.
Después de semejante definición, grosera, primaria y cargada de prejuicios, empezaría a perfilar un poco más. Como quiera que esta crisis recalcitrante ha puesto negro sobre blanco (aunque no se trate de algo nuevo) el hecho de que hay un montón de empresarios pequeños que no llegan a final de mes, no solo con las nóminas de sus empleados (que a menudo son menos de dos), sino con la despensa de su casa; me veo obligado a cambiar la deriva del disparo. Ahora voy a suponer que me preguntaran solo por grandes empresarios. O sea, aquellos cuyas compañías y productos han tenido un éxito apabullante en cualquier rincón de nuestro primer mundo (los otros mundos existen, pero no juegan en esta división, aun cuando forman parte nuclear del proceso de optimización de costes de las grandes empresas que están debajo de los grandes empresarios). Entonces, tengo que traer más ingredientes, imprescindibles, a la definición que venía intentando antes. Otros tales como el espíritu innovador, o la clarividencia acerca de cómo detectar las necesidades de las personas (o de inventarlas, si es necesario), o la utilización eficaz de los ventajosos mecanismos que existen en ese ente tan insensato que llamamos “Globalización”.
Ya creo que me voy acercando al resultado final. Pero aún así, no me atrevo a contestar a mi inquisidor imaginario. Y no lo hago, porque en un último momento de lucidez, recuerdo algo que todos damos por aprendido, pero que con frecuencia demostramos no saber. Y es que establecer estereotipos es un sinsentido, cuando se hace con las personas. No así en el caso de los fenómenos meteorológicos, campo en el que resulta más que útil.
Y ya está. Esto no me ha servido de gran cosa, porque no hay conclusión. Así que me voy a ver la tele un rato. Y veo en ella que los informadores ponen a la figura de Steve Jobs en la cima de una nube que representara alegóricamente el progreso humano. Y sí. Aunque nunca conocí a Steve Jobs, estoy seguro de que fue un gran tipo. Lo que no me queda muy claro es por qué una vez muerto, ha sufrido esa metamorfosis póstuma que lo ha llevado a ser un visionario, un ejemplo para todos, la persona que ha cambiado nuestro estilo de vida (sic), abandonando de esa forma el grupo formado por todas aquellas otras personas, que tan mala prensa tienen entre muchos sectores sociales, y que, como él, cumplen con las características de mi malogrado intento de definición de lo que es un empresario.
Y veo sus pantalones vaqueros. Y me pregunto cosas… que no consigo contestarme.