estrachas del ocelote

Pequeño almacén de letras



viernes, 31 de diciembre de 2010

Reflexiones colaterales al asunto de la Ley Sinde





Al hilo de lo sucedido en estos últimos días en relación al asunto de las descargas de Internet que no pasan por taquilla, me hago una reflexión que no tiene que ver con la sustancia en sí del tema, sino con un hecho colateral que observé durante el proceso.

El día en el que el Gobierno perdió en el Congreso la votación para aprobar la famosa Ley Sinde, una de las preguntas favoritas de los periodistas a la Ministra (perpetradora del delito) era si pensaba dimitir. Otra pregunta que también tuvo mucho predicamento, pero planteada a otros políticos que no están en el partido que gobierna, fue si creían que la Ministra debería de dimitir. O sea, la misma pregunta en realidad, pero con mayor morbo y mejores probabilidades de éxito “periodístico”.

La pregunta, discúlpenme el exabrupto, es de una estupidez mundial. Y lo es porque lleva implícito el hecho de que cualquier miembro de un Gobierno sostenido por un partido que no tenga mayoría absoluta en el Congreso (hecho común, y cada vez más probable, según van las cosas), es carne de cañón permanente, no importa si su gestión es buena o mala. Es suficiente con que no prospere alguna iniciativa legislativa suya en la Cámara.

Dándole la vuelta a la cosa, me temo que un ministro que nunca debiera dimitir, ni ser preguntado al respecto, por mucho que fuera un desastroso administrador de ciudadanos, sería aquel que perteneciera a un Gobierno sostenido por un grupo parlamentario con mayoría absoluta. En ese caso, es probable que las preguntas de los periodistas fueran más hacia el manido asunto de la cruel insensibilidad del rodillo parlamentario. O sea, ni contigo ni sin ti, para variar.

No sé si lo pertinente es decir que uno nunca deja de sorprenderse en política; o justo lo contrario, y mantener que las cosas de la política ya no nos sorprenden jamás. Casi que me quedo con lo primero, que expresa un escepticismo sólo relativo, mientras que el de lo segundo es absoluto, y ya no tiene cura. Y no me indigna tanto la posición de los políticos, ocupados permanentemente en su trabajo, que no es otro que llegar al puesto de mando, como la de algunos periodistas, que se han acogido al “titularismo” como forma de ejercer su profesión, robándonos la ilusión, ya alojada hace tiempo en el almacén del romanticismo, de pensar que el llamado “cuarto poder” era del bando de los buenos. De nuestro bando.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Racionalizar




El otro día se me quedó enganchada en la cabeza una pequeña trifulca dialéctica que se montó en la oficina a propósito de los medios de comunicación. El principal objeto de debate era si uno debe racionalizar la información emitida por ellos o no, o algo de enunciado semejante a este.

Se me ocurren dos enfoques de la cuestión, con independencia de que pueda haber otros. Podemos racionalizar los acontecimientos descritos por los medios de comunicación, o podemos racionalizar el hecho de que para un mismo acontecimiento, los distintos medios sugieran diferentes lecturas del mismo. Por lecturas digo cosas como la identificación del elemento inductor del hecho periodístico en cuestión, o las consecuencias pronosticadas para él, o incluso su valoración moral.

En el primer caso no tenemos elección, y siempre racionalizamos. Es decir, acudimos rápidamente a la asociación racional-humano, y la noticia narrada nos demuestra de qué somos capaces las personas, tanto en lo bueno como en lo malo. No hay más. En realidad, cuando empleamos la expresión "no me puedo creer que sucedan estas cosas", no pensamos que la noticia describa el hecho de manera imprecisa, o incluso falsa, ni tampoco que los protagonistas de la misma sean Gurb (cuando ya hubo noticias de él) y su colega ínter espacial. Sólo constatamos que lo racional y lo razonable (no sé por cuánto tiempo nos servirá esta palabra) son cada vez cosas menos coincidentes, porque ya no es tan verdad, lamentablemente, que lo racional diferencie, en positivo, a los hombres de los animales.

En el segundo caso me parece que sí tenemos opción. Y aquí yo me inclino por las ventajas de racionalizar, esto es, de no perder de vista que los medios de comunicación son empresas dedicadas a la explotación mercantil de una actividad, aunque el negocio pueda ir bastante más allá de lo visible en la última línea de una mera cuenta de resultados. En otras palabras, no hay más remedio que aceptar que los medios de comunicación a menudo están más al servicio de los intereses de determinadas personas (siempre hay individuos detrás de los grupos de personas, y esto, aunque parezca una obviedad de exclusivo ánimo estético, creo que puede llegar a asustar), que al del fiel cumplimiento de una labor social. No es ésta ninguna idea novedosa, y mi propuesta es que al elegir esta opción, racionalizar en este sentido, evitamos dolor de alma, o de algún órgano conceptualmente próximo, y el esfuerzo que supone el andar haciéndose cruces, o aún peor, desgastarse en plegarias por la salvación de los espíritus inmortales de aquellos para los que la deontología periodística es tan sólo una idea romántica, en el mejor de los casos.

Por supuesto, hay ámbitos informativos que no son tan “secuestrables” por el debe y el haber contables, u otras servidumbres menos explicables; y además, tenemos lo de que generalizar no está bien, y no lo está. Por ello, aunque no soy irremediablemente escéptico, soy inevitablemente relativista. De ahí no me saca nadie... hasta ahora, claro.



PD. He echado un vistazo atrás a este texto y me sugiere la imagen de una voz leyendo apresuradamente un letrero blanco sobre fondo azul que rezara algo así como: “leer esto antes de la siesta, está médicamente contraindicado... o puede que bien pensado sea justo lo contrario”.



Junio de 2007

sábado, 4 de diciembre de 2010

Urban cowboy

Un día ya no le quedaron fuerzas para seguir cuidando de la tierra, y de los animales que, con ella, le habían hecho compañía y dado de comer. Ese día la soledad de la aldea se hizo densa como el cielo oscurecido de las tormentas de verano, y las grietas de las casas abandonadas adoptaron el rictus que antecede a la muerte. Así que vendió todo lo que tenía algún valor y se fue a la ciudad. Si otros que le habían precedido pudieron sobrevivir a una amnesia inmisericorde que borra de golpe la mitad de la vida, es porque en la otra mitad también hay cosas que le hacen a uno estar bien. Quizá el entorno tuviera un aspecto más de grises y marrones, que de verdes. Pero, al menos, ahora, podría contrastar con los demás su percepción sobre los colores que pueblan el mundo.







Julio de 2010