Dedicado a Ester. La inspiradora de este desvarío.
Todas las partículas elementales que forman cada una de las pequeñas células y moléculas que, a su vez, componen los seres y objetos que habitan nuestro mundo, son un mundo en sí mismas. En ellas hay ciudades, personas, montañas y mares. Todo en una escala tan pequeña que los científicos de cada mundo, aún no han sabido inventar un nombre para designar la unidad de medida que representaría el tamaño del mundo inmediatamente más pequeño que el suyo. Y no lo necesitan tampoco, porque ni siquiera conocen su existencia. Pero que esto es así, no es nuevo para nadie, excepto para los científicos, claro.
Un día, un demonio de alguno de esos mundos, cansado del ejercicio de una profesión a cuya vocación nunca supuso una gran fortaleza, y frustrado por la inutilidad de la misma, decidió hacerse científico e investigar qué había en el universo de lo pequeño. Y pensó, además, que si había un universo de lo pequeño en relación a la escala de su mundo, no había razón para que no hubiera también un universo de lo grande. Trabajó en dos direcciones, y así, dedicó sus esfuerzos a conocer con qué se identificaba mejor cada elemento dentro de esta cadena infinita de universos. Si con su propia naturaleza dentro del mundo en el que los tamaños le eran asequibles y proporcionales, o con la otra de aquello a cuya esencia pertenecía el mundo en el que vivía. Por otra parte, quiso saber si había alguna manera de trascender desde el mundo propio al inmediatamente superior, e integrarse en él.
Después de muchos años de trabajo, ensayos y perseverancia, cuando ya se había convertido en un demonio feo, por lo viejo, pudo llegar a obtener una conclusión a sus investigaciones. Nadie se identificaba con la naturaleza del ser superior a cuya formación contribuía su propio mundo porque, simplemente nadie podía tener conciencia de cuál era esa naturaleza. Él era un demonio en su entorno, pero ese entorno podía ser la partícula de una célula de un caballo, o de una molécula de acero del fuselaje de un avión, o quizá un pequeño trozo de una gota de agua en el mar que inspirara a algún poeta. Así que se sentía demonio antes que cualquier otra cosa.
Pero sabía también que a fuerza de repetitiva, la vida se llega a hacer aburrida, y el demonio, que era un tipo muy locuaz y convincente, reunió un día a todos los habitantes de su mundo, ya fueran hombre, animal o cosa, y les convenció de que podía ser algo bueno el cambiar la propia naturaleza por otra que rompiera la rutina en la que nos encierra la que nos conocemos. Propuso a todos los hombres que se sintieran demonios. La fuerza de todas esas voluntades unidas los convertiría en un demonio más grande, uno que por su tamaño habría de pasar necesariamente al mundo de la siguiente dimensión. A los animales les animó a ser cisnes, para que en su éxodo colectivo el reino animal estuviera también representado; y para las cosas eligió un abrelatas, símbolo del ánimo que es necesario para liberar a la sabiduría y al conocimiento científico de la jaula permanente en que la desidia por aprender los encarcela.
Pasaron todos ellos trece días completos, concentrándose en la asunción de la nueva identidad que a cada uno se le había asignado, sin dedicar esfuerzo alguno en otras tareas. Y cuando la comunión de voluntades y pensamientos llegó a ser absoluta se produjo el salto. Pero quisieron las leyes de esta física imposible y caprichosa, que las cosas no resultaran como habían sido pensadas, y la necesidad de dividirse en tres grupos les condujo a un resultado intermedio, en virtud del cual, todos se convirtieron en demonio, cisne y abrelatas de mayor tamaño, sí, pero no lo suficiente. Además, como consecuencia de la metamorfosis, un espacio de su esencia quedó sin contenido concreto, y ese espacio fue aprovechado por una baldosa que fraguaba la suya en ese momento, en una fábrica de pavimentos cerámicos de Toledo, para apresarlos en ella.
Y esa es la razón, y no otra, mi querida amiga, por la que en la segunda baldosa de la segunda fila del suelo de tu cuarto de baño, solías distinguir de manera difusa las figuras de un demonio, un cisne y un abrelatas. Es tan evidente, que no entiendo como no me di cuenta antes.
Si yo les digo que una estracha es un conjunto de palabras dispuestas siempre en un determinado orden, y que constituyen un chascarrillo jocoso que varias personas comparten, incluso como modo de identificación grupal; o una expresión técnica que resulta indispensable en la confección de un documento formal con trascendencia laboral o jurídica; o simplemente lo que a Luis Aragonés se le pasó por la cabeza, y de allí a la boca, en un momento de calentón durante un partido de fútbol; puede que ustedes me dijeran que tengo el intelecto un poco descolocado. Pero si tuviera que asociar la definición precedente a un objeto gramatical, aunque nombrando a éste en inglés, y aún más, utilizando el acento propio del paisanaje de la mismísima Eaton Place, entonces ya la cosa va cambiando. ¿A que sí?
Si yo les digo que este espacio se llama Estrachas del Ocelote, créanlo porque es lo que reza el título del mismo. Pero "no me digan el porqué" (estracha singular donde las haya) de este nombre. Para eso tendrán que echar un vistazo por aquí, y preguntárselo al "Sabio de Hortaleza", caso de que se encuentren con él por algún rincón.